Al haberse desarrollado enormemente, la cultura humana se ha convertido en fuente de dicha y de considerables desgracias. Lo mismo evoluciona en preservar la salud con vacunas eficaces como en crear bombas atómicas. La dificultad radica en que hemos avanzado sobre manera en física, biología, tecnología, etc. ; pero en comportamiento ético o moral hemos avanzado poco o nada. Nos obcecamos con conductas inadecuadas por ese odio a aprender y por emperrarnos en seguir nuestro propio criterio, aunque éste fuese la posición más insensata y nos provoque diversos padecimientos.
Los restantes animales, al haber evolucionado su inteligencia bastante menos que la nuestra, no disponen de la capacidad de auto-engañarse y en su proceder nos superan en varios aspectos.
Valga de ejemplo o paradigma, los herbívoros al actuar mayoritariamente regidos por su instinto de supervivencia, ante la duda o conocedores instintivamente de que las adelfas u otras plantas son perjudiciales o venenosas, no las ingerirán. En cambio el homo sapiens (nosotros), la mayoría no nos nutrimos a fin de sobrevivir, sino que optamos por cebarnos con comida basura, alcohol, tabaco u otros antojos más placenteros que saludables. En lo que sí que nos servimos del raciocinio es en buscar pretextos o excusas para no reconocer los errores.
El instinto, sin ayuda de la razón, te mueve a alimentarte y a buscar el placer; mas no distingue entre la verdad o la falsedad, ni lo sano de lo nocivo. Por esa causa, en vez de alimentarnos de manera provechosa, millones de humanos nos atiborramos al estilo de un gomia, tripero o zampabollos.
En orden a otro asunto clarificador, cualquier puerco montés o jabalí huye de estampida si percibe un riesgo inminente por la presencia de depredadores o cualquier peligro. En cambio, no suelen cometer el desvarío de ir a la carrera sin una causa grave que lo provoque. Muy al contrario, innumerables conductores se enajenan por las carreteras y van a tumba abierta tal que disputasen en el circuito Madrid Jarama. Les importa un bledo si lesionan o matan a otros conductores o ellos mismos se precipitan por un despeñadero con el honor de haber tomado una curva muy cerrada a una velocidad alucinante.
Acaso deberíamos moderar las apetencias o pasiones y no despreciar una de las máximas más talentosas y convenientes de los filósofos estoicos, que parafraseándoles dirían tal que así: si tu deseo o pasión entra en conflicto con la racionalidad o lo provechoso, elige la sabia moderación de los placeres, a fin de gozar de una existencia más plácida e interesante.
De forma pareja, incluso el probable mejor filósofo de la historia, el mismísimo Aristóteles, nos parece motivado por un móvil partidista por justificar la esclavitud de su época. Parece ser que se sirvió menos del raciocinio que en la defensa de su estatus de ciudadano de pleno derecho.
Existe una cualidad diametralmente opuesta al egoísmo y al sujeto cerril o difícil de convencer con razonamientos ecuánimes. Se trata de la grandeza moral de la que vivió sobrado el magnífico pensador Epicuro de Samos. Al no ser tan elitista ni clasista, a la manera de Aristóteles, admitió en su escuela del Jardín tanto a ciudadanos de pleno derecho como a quienes injustamente carecían de ellos: esclavos, mujeres y prostitutas.
En lo tocante a quienes niegan el cambio climático, igual radica en menor medida en el ofuscamiento que en un pretexto para no colaborar contra el deterioro de la naturaleza. Si se oponen a la existencia de ese problema terrestre, que se esfuercen en solucionarlo quienes aceptan las evidencias científicas que demuestran que tal calentamiento global se da realmente. Una manera efectiva de paliarlo consistiría en este compromiso individual, pero no sólo de los ecologistas: compensar lo que dañemos al ecosistema con menor consumo de las energías contaminantes, reforestaciones u otras actuaciones para que nuestra vida sea neutra en lo referente al cambio climático.
En el ámbito religioso y político, ciertas personas acostumbran a propasarse en sumo grado manteniendo posturas intransigentes, arbitrarias y descabelladas. El feligrés, ante una propuesta o dogma de su religión, la acertara por muy desacertada que fuere. Al contrario, si parte de un credo o fe distinto al suyo; aunque planteara ideas justas o coherentes, las menospreciara por puro cerrilismo o sectarismo.
En el terreno de la política pocas personas se libran de parecido fanatismo. Por ejemplo, hay quienes justifican la dictadura ultraderechista de Hitler y condenan el despotismo comunista de Stalin. Otros disculpan a Stalin y desacreditan a Hitler. Si alguien les demostrase que ambos fueron dictadores por perseguir a los opositores, imponer a la fuerza un partido único y suprimir las elecciones generales, seguirán erre que erre con la terquedad propia de quienes desprecian la verdad y los razonamientos objetivos.
Si la Filosofía teórica y la práctica (Ética y el saber vivir) nos auxiliarían en nuestra breve y contingente existencia, ¿por qué despreciamos el uso imparcial de la razón y el sentido común y nos amargamos la vida ya de por sí trágica y efímera? Como diría María Dolores de Cospedal, ¿a qué se debe esta inmoralidad en diferido, consistente en deteriorar sin compasión nuestro planeta Tierra y la osadía de obrar contra la prudencia y la cordura?
Raimundo Montero es miembro de Ecologistas en Acción de Alcoy y exprofesor de Filosofía