En las presentes circunstancias, más intervenciones sobre los precios serían contraproducentes, como ha ocurrido con los alquileres.
Nada hay de poético en la inflación, aunque la intensidad con la que se ha desatado en la zona euro nos pueda recordar los versos de Miguel Hernández en el primer terceto del poema número 2 de su obra “El rayo que no cesa”: “Este rayo ni cesa ni se agota:/ de mí mismo tomó su procedencia / y ejercita en mí mismo sus furores”. Porque algo de error y de daño autoinfligido podemos encontrar en la elevada inflación que nos viene afectando desde hace más de un año. De momento, las autoridades monetarias (algo menos poéticas) van a seguir tomando medidas contractivas: Christine Lagarde, presidenta del BCE, ya avisó el pasado 5 de marzo de que van a tener que hacer más para vencer al “monstruo de la inflación”.
El episodio de inflación que estamos sufriendo es muy complejo y tendría, al menos, tres componentes. En primer lugar, se ha producido un cambio en las expectativas de los consumidores: la inflación esperada a 3 años en la eurozona, han pasado de ser de un 2% a un 3% en el último año; en Estados Unidos, éstas han llegado a ser superiores, pero se han estabilizado a niveles similares a los europeos (según un reciente informe de Javier García-Arenas, de Caixabank Research). De ahí la actitud firme de los bancos centrales y las declaraciones como las de Lagarde, destinadas a ir cambiándolas progresivamente y volver a un círculo virtuoso.
El segundo componente de la inflación es de demanda. En concreto, procede de la reasignación sectorial de la demanda que se produjo como consecuencia de la pandemia. Durante el confinamiento, ésta se concentró en los bienes, puesto que muchos de los servicios no se podían suministrar. Así aumentó, por ejemplo, la demanda de equipamiento deportivo, al no poder ir al gimnasio. Con ello se crearon cuellos de botella en la producción de bienes, que se fueron aliviando con la reapertura progresiva de la economía tras las vacunas. Por tanto, la inflación de demanda aumentó primero en los bienes y, en la actualidad, se ha concentrado más en los servicios (donde los alquileres y la mano de obra suponen una mayor parte del coste). Como puede verse en el gráfico 1, presentado por Philip Lane, miembro del Comité Ejecutivo del BCE, en una reciente conferencia, en la zona euro hay, aún hoy, un importante componente de demanda (en azul) tanto en la inflación de productos como de servicios.
En tercer lugar, todo lo anterior se ha combinado con una importante inflación de costes o de oferta. En el mismo gráfico 1 puede verse el crecimiento del componente verde. La mayoría de los shocks más recientes han afectado a los costes de producción: primero la pandemia, después las tensiones en la cadena global de producción (con problemas de abastecimiento de algunos productos) y, más recientemente, la subida en los precios de la energía con la invasión rusa de Ucrania. Sin embargo, a esto aún cabría añadir los efectos de “segunda ronda” derivados del aumento de salarios, que también son un componente de costes. Estamos ahora en un momento crítico, pues los aumentos salariales (lógicos, pues todos percibimos la pérdida de poder de compra) pueden alimentar una espiral inflacionista.
Una forma muy visual de observar la evolución de las fuentes de inflación es el llamado “mapa de calor”, donde las zonas granates y rojas indican aumento de la inflación y las azules freno a la misma (Gráfico 2). En enero de 2023 las tensiones de demanda mundiales, el precio de la energía, el precio de los metales o los cuellos de botella estaban frenando la inflación europea, mientras que los precios de la comida, la debilidad del euro frente al dólar y las tensiones salariales eran las principales causas de la inflación.
En el caso de España (gráfico 3), Caixabank research hace un análisis muy completo en su boletín de febrero. Según Javier Ibáñez de Aldecoa, este servicio de estudios va a revisar la inflación prevista en 2023 a la baja, de un 4.5% al 4.2%, aunque apuntan al importante componente de lo que llaman “inflación núcleo” (de servicios y producción industrial) así como la de los alimentos. Los productos más sensibles al elevado coste de la energía durante 2022 todavía arrastran esos importantes aumentos de precios. Por tanto, esperan que se modere con la evolución más reciente. En el caso de los alimentos, la clave radica en el precio de los fertilizantes y los piensos (para el sector primario) y del aceite (para los productos procesados). Por poner un ejemplo, según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, entre 2019 y 2022 los piensos habrían aumentado su precio en un 57% y el de los fertilizantes se habría multiplicado por 2.3. La subida del salario mínimo, el que prevalece en la agricultura, también sería otra fuente de aumento en los costes. En ese mismo período los aceites vegetales se habrían encarecido en un 68% y otras materias primas agroalimentarias en un 53%. No es de extrañar, por tanto, las subidas en los precios de alimentos, pues no pueden dejar de repercutir, aunque sea parcialmente, estos elevadísimos incrementos de costes.
El otro componente que explica la inflación española es importado: los precios de importación crecieron un 26% en 2022, según el Ministerio de Economía. En concreto, los precios de la energía (68%), los bienes industriales (14%), los intermedios (31%) y los alimentos (18%). Todo esto, combinado, ha afectado tanto a la inflación subyacente como al resto del índice. Por eso no acaba de reducirse a corto plazo.
En las presentes circunstancias, más intervenciones sobre los precios serían contraproducentes y distorsionadoras de los precios relativos, puesto que las subidas en los precios de los alimentos no son fruto de la codicia de los distribuidores, sino de un cúmulo de circunstancias que, poco a poco, irán volviendo a la normalidad. Sirva como ejemplo la respuesta a las restricciones en las subidas de los precios de alquiler (combinadas con la inseguridad jurídica de los propietarios): reducción de la oferta y subidas desproporcionadas de los nuevos alquileres. Lo lógico es que, al menos hasta el verano, los banqueros centrales sigan mostrándose firmes (para que se reduzca la inflación esperada) y, mientras tanto, se contengan los aumentos salariales, vinculándolos a la productividad para, durante los próximos ejercicios, ir compensando paulatinamente la pérdida de poder adquisitivo que todos estamos sufriendo.