Entre la catarata de noticias escandalosas o simplemente estúpidas que nos cuentan los periodistas —el lío de los neocomunistas por pillar cacho en el futuro, la tediosa guerra de Ucrania, el terrorismo ecologista en los museos, el divorcio cartagenero de Ortega Cano y la mieditis de Benzema— no figura, desgraciadamente, ninguna relativa a la soledad del hombre contemporáneo.
En las televisiones, las radios y los periódicos se habla o escribe sobre los retos y anhelos de las mujeres, de los derechos de los perros aún sin conquistar y de la fragilidad psicológica de nuestros niños y adolescentes, pero no se dedica ni un minuto, ni un centímetro de papel de periódico a la soledad de los varones. Será porque no vende, no toca en estos momentos o podría ser malinterpretado. Te asociarían con la extrema derecha.
Cada vez hay más hombres solos (también mujeres) porque este capitalismo homicida fabrica toneladas ingentes de solitarios y solitarias. La soledad es democrática, como la muerte; alcanza a todos, sea cual sea su cuna, aunque el dinero alivia la falta de compañía. Son hombres de todas las edades, de jóvenes a jubilados, los que llegan a casa sin que nadie les espere, se calientan una lata de lentejas Litoral, a veces ponen la lavadora, planchan, ven porno o una serie sobre vikingos en Netflix. Ni siquiera tienen el consuelo de sacar al perro a pasear porque ella —su exmujer— también se ha quedado con el perro, además de con la casa y los niños.
Divorciados que viven en segundas residencias
Conozco a hombres divorciados que se han ido a vivir al apartamento de verano en urbanizaciones de Playa de San Juan, El Perelló y Benicàssim. Son unos privilegiados por tener dónde alojarse. Otros sin tanta suerte se han de buscar un piso de alquiler o volver a la casa de los padres. Debe de ser una experiencia traumática dormir en el cuarto de adolescente donde alguien olvidó arrancar el póster de Duran Duran.
Siento tristeza cuando los veo en el súper haciendo cola con sus carritos de la compra en los que, a poco que te fijes, observarás, además de fiambre, media docena de latas de cerveza y güisqui de producción nacional. Entre las tentaciones del hombre que vive en soledad están el alcohol y la de enamorarse —los muy tontorrones— de una jovencita que los desplumará a su debido tiempo.
Como dicen que estamos en precampaña, yo invitaría a los partidos políticos —a todos menos a Podemos, que nos odian a rabiar— a acordar medidas en respuesta a las necesidades de la soledad masculina. Sabemos que serán promesas incumplidas, pero sería un detalle que lo hicieran. Si diesen ese paso, los varones vivirían la ilusión de no ser ciudadanos de segunda categoría, como así les recuerda el Gobierno aterrador, y en particular el repugnante Ministerio de Igualdad, cuando legisla en su contra.
“el partido que nos gobierne tendrá que crear un Ministro para la Soledad”
Antes o después, el partido que nos gobierne —y quiera Dios que no sea ninguno de los dos actuales— tendrá que crear un Ministro para la Soledad con tres secretarías de Estado: una para las mujeres, otra para los hombres y una tercera para personas de sexo dudoso o indeterminado. Los ingleses y los japoneses tienen una cosa parecida.
El Estado, proveedor de compañía para hombres
El Estado benefactor, el que cuida de nosotros desde la concepción hasta la muerte, proporcionaría compañía, presencial o virtual, a la población masculina que está más sola que la una. Habría que atender a millones de divorciados, viudos y solteros que ocultan alguna tara. Será una manera inteligente de crear yacimientos de empleo en un país que ha perdido su industria y da la espalda a la agricultura. Incluso el capital privado, en forma de joint venture, podría entrar en el negocio de la soledad.
De niños también nos ocultaron que tendríamos a la soledad como única compañera. La soledad era esto, querido Juan José Millás: un hombre solo que no encuentra calzoncillos limpios un lunes por la mañana, antes de irse al trabajo, porque olvidó poner la lavadora el fin de semana.
Aunque este tipo de hombre sea ridículo tirando a patético, habría que compadecerse de él dedicándole un poquito de atención y una miaja de ternura. Yo he cumplido escribiendo este artículo como gesto de camaradería. Si los solitarios no nos apoyamos entre nosotros, ¿quién demonios lo hará?