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“La universidad me agota”, la envidiable vida de catedrático

2/10/2023 - 

Cabe reconocerlo desde la primera línea. La vida académica no despierta interés en los extramuros universitarios ni, por tanto, seguimiento de su evolución. Solo es un aliciente por conveniencia cuando se discute la buena y la mala vida. Cuando nos da por hablar, sin investiduras fallidas o prometidas que nos entretengan, del sacrificio por el mérito o por el resultado. Cuando se confrontan las dos capas atmosféricas, el estado y el mercado. Cada contrincante ve más verde la hierba en el otro lado.

Estos días la vida laboral de los catedráticos, en genérico masculino como pide la recuperada ciudadanía de bien, ha alimentado sin mucho ruido las redes sociales locales a cuenta de uno de los suyos, que en la actualidad ocupa la portavocía de la formación Vox en el Ayuntamiento de València. En una comparecencia, Juan Manuel Badenas comparó la vida académica y la política, materia combinada muy de agradecer para quienes celebramos la expresión libre de los posicionamientos que afectan al cruce de ambos estamentos, cuyo ejercicio inauguró Max Weber, entre otros, con el gusto decadente fin-de-siècle.

Sin embargo, más como político que como catedrático, el profesor Badenas se pronunció muy lejos del argumento weberiano para recordarle al municipio que ha sacrificado una vida mejor, la de la cátedra universitaria, por una peor, la de trabajar en un consistorio. Las vidas paralelas existen y ya no abruman. Bendito multiverso para quienes viven la gran vida sin réplica en el universo de la gran renuncia.

La comparativa resulta provechosa para recordar que, sea en forma de diálogo de cantina, libro, blog o red social, la mayor tendencia en la educación superior hoy lleva, precisamente, la dirección contraria: el agotamiento del trabajo, el deseo de abandono y la confesión final de “papá, no quiero ser catedrático”. Cada vez es menos infrecuente encontrar entre el profesorado titular, el escalafón directamente inferior, bajas en la carrera por la cátedra sometida a las evaluaciones de la ANECA, la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación.

Escena de la película 'Rebelión en las aulas' (1967). Foto: IMDB

Si pensaba que las clases y la ciencia 4.0 era jarana, libertad de cátedra y PowerPoint, usted puede considerarse una víctima más de la sobreinformación. La realidad universitaria no se reduce a lo hilarante, aunque lo contradiga la memoria de titulares descacharrantes como ‘No LIGO MACHO’ para un artículo sobre agujeros negros o todos los plagios de tesis que han facilitado doctorados a servidores y servidoras de lo público. En la academia, como en la política, no todo son focos y YouTube. ¿Por qué, si no, iban a proliferar las guías sobre los pros y los contras que debe asumir el alma destinada a enseñar e investigar en la universidad?

Los atractivos no solo no compensan los sacrificios, sino que las exigencias actuales distan de las cátedras de antaño. No les falta razón a las voces entre los estratos por consolidar su posición en los departamentos que hoy los superiores de sus superiores les piden lo que a ellos mismos no se les exigió en su juventud académica. Sentar cátedra nunca fue tomar cómodamente asiento, pero es bien cierto que no hay una precariedad igual a otra.

Pese a que se trate de un problema silencioso, los especialistas en salud mental y emocional están prestando una especial atención a la vida profesional en los entornos universitarios. Lo muestran encuetas recientes como la de la Red de Mentes Saludables (Health Minds Network), colaboración entre la Universidad de Michigan y la de Boston, UCLA y la Universidad Estatal de Wayne, que ha preguntado a más de mil profesores de instituciones académicas. Entre los resultados del estudio cabe destacar que el 64% afirmó “sentirse agotado debido al trabajo”, aunque el agotamiento fue mayor entre las mujeres (69%), quienes fueron las más inclinadas a estar de acuerdo con la afirmación: “En los últimos 12 meses, me he sentido abrumada por todo lo que tenía que hacer”. El 60% de las mujeres y el 65% de los hombres también estuvieron de acuerdo con la afirmación: “Logro un equilibrio saludable entre el trabajo y la vida”, aunque el precio por ese equilibrio se refleja en estrés (56%), falta de sueño (45%) y ansiedad (43%).

Como en cualquier abordaje psicológico, siempre abierto a las lecturas heterogéneas de la opinión publicada, no falta la contraparte que mitiga el alcance del problema para devaluarlo a una cuestión de modas (una corriente más de empatía ocupacional) o a un motivo de egos heridos (la frustración por la falta de trascendencia), con tal de no atender a los efectos colaterales de la cultura del exceso de trabajo.

Foto: YAN KRUKAU/PEXELS

Referirse a la gran vida de las personas que acceden a una cátedra pertenece a la misma categoría del manido chascarrillo de “la universidad vive de espaldas a las fuerzas del mercado”. Cuestión muy diferente es el digno ejercicio de analizar debilidades y lastres que impiden optimizar los recursos en una institución que ya no obedece al del aislamiento medieval.

El agotamiento del personal académico e investigador y el estrés y las ansiedades del estudiantado son las caras de una misma moneda. La insatisfacción del profesorado se concreta cada vez más en la bachillerización de los grados y en la falta de perspectivas y preparación laboral del alumnado. Y los problemas se acumulan. Además de la necesidad de captar estudiantes frente a la creciente competencia y los problemas de elitismo en los claustros académicos, la falta de relevo generacional también puede afectar a la comunidad universitaria. En esta coyuntura, si los catedráticos son lo que se dan la vida padre, pocas esperanzas puede albergar el resto de la pirámide profesional.

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