La mañana de este domingo fue radiante, la luz, intensa, el cielo, limpio, transparente y las calles, llenas de colores. Como si fuera un seis de enero, niñas y niños corriendo por las aceras vacías, triciclos, patinetes, patines y carros, decenas de carros que empujan madres y padres. Una persona, un carro, una persona, un perro. La calle era un estallido de optimismo. El pequeño Biel, con su padre, salió ayer a luz del día, extraño, nervioso, inexperto. Pero la imagen del bebé que mira con curiosidad el cielo compensa cualquier cuarentena. La “nueva normalidad” se aproxima. Mi estimado amigo J. M. sigue preocupado porque no quedan claras las fechas para recibir en casa, esa acción que en el siglo pasado marcaba la mayoría de la vida social. Recibir visitas, agasajar a la familia, a las amistades. Compartir, estimar y convivir. Mi amigo tiene las puertas de su casa en Godella abiertas de par en par, ansioso por recibir, respirando ya la maravillosa primavera de su jardín. Porque somos mucho de recibir y de dar. Y los nuevos tiempos no pueden detenernos aunque lo intenten.
Cada día es igual. Cada tarde, cada noche. Tras los aplausos, el paso diario del ese coche de la Policía Nacional con su sirena y esa bandera de España que ondean desde una de las ventanillas. Tras las peticiones del oyente que recoge un vecino para emitir la música solicitada, tras las sonoras conversaciones de vecinas, vecinos y perros, cae la noche. Otra noche sin destino. Otra noche sin saber cómo serán los sueños, cómo aguantará la espalda un nuevo y duro colchón. Otra noche de monólogos sombríos, en el patio interior, entre ropa tendida en las galerías, alguna lavadora nocturna centrifugando, y esa voz. Una voz solitaria, de acento mediterráneo, de tono grave, elevado. Cada noche, una conversación en la soledad del patio interior. Piensas que pudieran ser videollamadas familiares, encuentros de amigos. Cierras ventanas y muestras todo el respeto del mundo. Pero cada noche se repiten las palabras. Solas, estremecedoras, temerosas. Alguien se confiesa.
Una de esas noches de insomnio, de paseos casi sonámbulos por el pasillo y la cocina, con un resopar de pequeño bocadillo de bacalao, cebolla, aceite de oliva y pimentón dulce de la Vera, las palabras del vecino resonaban en el patio interior defendiendo el sexo con amor, la vida con amor y esa iglesia sin vida que nos ha abandonado en esta pandemia. De madrugada alguien declara que es leal a su ideología, principios, creencias, que su vida es la coherencia cotidiana además de recomendar alimentos que acompañan el buen sexo y los mejores pensamientos. En esta espiral de la locura, quizás, seamos nosotros quienes hablamos por la noche y contamos nuestras vidas, quienes navegamos sin rumbo por un pasillo cualquiera. En otra ocasión, una madrugada, a las cuatro, me despertó el sonido de una flauta dulce, cada nota era una lágrima, pero no había tristeza en la interpretación, era un paseo en algún bosque mediterráneo, entre ruinas, encinas, algarrobos, junto al mar. Como en la novela Delirio, de Laura Restrepo, somos personajes vagando entre el pasado y un incierto futuro, luchando, hiriendo y amando, en un laberinto de sensaciones propias y ajenas.
El municipalismo va a ser el espacio y la herramienta más útil y cercana en la gestión de tanta incertidumbre.
Mi vecina Carmen ya tiene sus tres mascarillas. Servicio público gratuito que demuestra el valor de este sistema y de nuestras instituciones. En Cuenca, alguien me dice que al acudir a una farmacia a por las tres mascarillas le dijeron que “solamente se dan en la Comunidad Valenciana”. Cada territorio, una historia. En Salamanca, una App para dispositivos móviles informa del alcance e índice de contagio en cada barrio de la ciudad. Aquí, en nuestro pequeño país mediterráneo vamos estabilizando las cifras pero no sabemos de qué manera afectan a nuestras ciudades y pueblos. En esta geografía propia del coronavirus están destacando los ayuntamientos, grandes y pequeños, como primera institución ciudadana. Alcaldesas y alcaldes están dejándose la piel, día a día, para apoyar y proteger a las personas, trabajando en el día después, en las graves consecuencias económicas y sociales que se esperan. Gobiernos municipales que están entregados en dar respuestas, a pesar de no contar con los mismos medios que otras administraciones públicas, a pesar de no estar presentes en las mesas de poder, en las negociaciones de altura. El municipalismo va a ser el espacio y la herramienta más útil y cercana en la gestión de tanta incertidumbre.
Mientras avanzamos en la cuenta atrás, con miedo y desconcierto, la política, algunas y algunos políticos juegan sucio. Mientras quienes gestionan, en la mayoría de los casos, han aparcado sus siglas, son escasas las muestras de lealtad y coherencia entre las formaciones de la oposición derechista y ultra, que se dedican a diseñar su propio futuro en medio del apocalipsis que han desplegado junto a medios de comunicación apocalípticos, y con el que están manipulando a la sociedad. Vivimos momentos de gran dificultad, de gran envergadura, con la dedicación plena y exclusiva de los gobiernos central, autonómico, provincial y locales, de los comités de expertos, del personal sanitario, del sector de alimentación, del transporte, de las fuerzas de seguridad, de la limpieza viaria… Un sistema dedicado a proteger a la ciudadanía. Una entrega total para combatir esta plaga cuya marca ya se ha acuñado como una tercera guerra mundial.
la nueva normalidad puede que traiga cambios de vida, que nos recuerde que solo somos pequeños seres humanos en países privilegiados y desequilibrados.
El estimado colega y amigo Ernest Nabàs, recordaba estos días que Els Pelegrins de Les Useres estarían caminando hasta Sant Joan de Penyagolosa, pidiendo salutem et pace et pluviam de coelis. Peregrinos confinados, ante la gran pandemia, las rogativas encerradas, silenciadas. Tampoco bajaremos el próximo sábado a Vallivana, en Rogativa, romeras y romeros caminando juntos y esperanzados, con alguna promesa guardada en los corazones. La nueva normalidad puede que traiga sorpresas, cambios de vida, puede que nos recuerde que tan solo somos pequeños seres humanos en países privilegiados y desequilibrados. Seres que dependemos del mundo natural en un mundo donde el consumo es el principio y fin de casi toda estrategia económica. Ya lo advirtió, hace casi cincuenta años, el economista alemán E.F. Schumacher, en su excelente libro Lo pequeño es hermoso, sobre los riesgos de una sociedad distorsionada por el culto al crecimiento desmedido y abogó por la necesidad de reorientar la economía para ponerla a la servicio y a la escala del hombre.