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Bitácora de un mundo reinventado / OPINIÓN

Locos de desatar

13/05/2022 - 

Florencio. Esquizofrenia. Una veintena de pastillas diarias. Neumonía por aspiración, desenlace fatal. Doctora, cuándo me sacan, me decía con la voz aplastada, cuando aún no sabía que le quedaba poco. El ronroneo de la tele con las noticias de Ucrania. Un par de chocolatinas en el cajón. Un peine mellado. Una colonia Deliplus  tamaño familiar. La primavera pegada a los cristales del hospital universitario, insonora. Eso es todo lo que me vuelve de él cuando me entero de que ha muerto. Su psiquiatra y yo discurríamos delante de él, cháchara de batas blancas y que no, que su plaza en el centro de rehabilitación, que si el juzgado que si Porta Coeli. No podía caminar, pero no podía ir a un sitio donde corrigieran este punto. Yo he hablado con fulanito, habla tú con menganito. Discurríamos por encima de Florencio y su silencio, su mirada plana, su monstruosa indefensión. Más que Florencio nos vigilaba su cama, la mejor que he visto jamás, un armatoste recio que le habían facilitado los internistas porque se temían las caídas. Un lecho ultra tecnológico para calmar la impotencia de tenerle allí y no poder sacarlo. Tres meses, problema social estancado. Nada. La esquizofrenia en los informes como un sello, una señal de stop. Más que cama yacía en un barco, o nave, el hombre inmóvil se hundía entre sus protectores recios de diseño ergonómico, una caja exquisita para salir volando. El mando del lado del pasillo. Súbeme. Bájame. Cuándo me voy, doctora. Y el arrullo del motorcito moviendo su respaldo, artilugio del demonio, pensé que costaría más que el crédito que necesitaba su familia para conseguir una plaza de residencia. El día que su familia consiguió la pasta todo giró por fin, pero ya fue tarde. Ya puede usted traerle cuando quiera, oyeron al teléfono, mientras esperaban las cenizas de su hermano.

54 son pocos años para morir, incluso si se es un enfermo mental grave. Todavía busco algún punto en mis bases de datos que haga normal su historia. Hago cálculos, trazo medias, medianas. Tomo la esperanza de vida de nuestro país (tan alta, tan orgullo patrio) y le resto un 20 %, que es lo que mengua la estela de estas personas tan frágiles, tan castigadas (por sus genes, por el tabaco y por nosotros, los psiquiatras). Me rasco la sien y repaso, junto dedos, me asoma la punta de la lengua en el cálculo, pero nada. Hasta que doy con la clave y asimilo lo que significa una curva, lo que significa una media: Florencio forma parte ya de los que tiran para abajo de ella. Le he tratado en la consulta durante años, he seguido todo el guión (la clozapina, la paguita, el CRIS, la vivienda) y ahora no me lo quito de la cabeza. Su final me revuelve, se me indigesta, se me antoja evitable. Pienso en él y se me cruza con una cita de Isak DinesenTodas las penas pueden soportarse si las ponemos en una historia o contamos una historia sobre ellas”. No voy a contar su vida, pero cuento su muerte.

Su psicóloga me escribió enseguida que se supo: tal vez ya te hayan dicho, Florencio, ayer por la tarde, qué pena, como era festivo no quise molestarte, si hoy trabajas y tienes un rato. Tenía un rato, y el rato se hizo largo, más de lo que podíamos permitirnos. No había forma de colgar, estábamos perplejas, dolidas, superadas. Sus demás médicos lo mismo, sus educadoras y monitoras: hemos visto morir a muchos pacientes, pero ninguno atado tanto tiempo. Aclararé que no pasan estas cosas en los hospitales, no en este país ni en este siglo, pero basta que pase una vez para ponerse a revisar el asunto. Porque lo que sí abunda en nuestra red sanitaria es la suma del estigma y el atasco de recursos. Con una luz verde para llevarlo a un centro rehabilitador, las correas hubieran sobrado y sus piernas resucitado. El sistema falla cuando hay que navegar por él con una etiqueta de enfermo mental. Hay barreras, remolinos, costuras que se abren, reventones. Y por ellos se cuelan personas de carne y hueso.

Se acerca la celebración del Día del Orgullo Loco (en Valencia: en la Casa de Patraix, el 29 de mayo) y necesito hablar de lo que implican estas calamidades en un país en el que presumimos de humanitarios pero se nos olvida volvernos hacia una persona y decirle: fuera con esto, ya pasó. Estoy aquí. Me quedo. En el 2009 las contenciones se prohibieron en Islandia y les siguieron los finlandeses y noruegos. Una revisión del BMC Psychiatry del 2019 revela que no es oro todo lo que reluce y que las sujeciones finlandesas han bajado poco en 20 años. Falta mucha investigación, pero parece que los datos no nos dejen tan lejos de los nórdicos. Sí en lo que supone hacer pedagogía, formar éticamente a los equipos, anotar y revisar, formar a la gente en alternativas, desescaladas de violencia. Hacer ciencia. No parece que se pueda prescindir nunca de las sujeciones, pero sí se pueden aplicar con más rigor. Cualquiera  que esté en brote puede destrozar un box de urgencias aquí o en Escandinavia y todo el mundo sabe lo que hacer (se trata también de proteger al paciente de sí mismo), pero nos queda mucho para usarlas realmente como último recurso. La cuestión a revisar también es cuándo termina la medida y qué haremos mientras esa persona esté sujeta. No somos rigurosos ahí, somos descuidados, igual que ponemos ansiolíticos con alegría y no paramos a pensar cómo y cuándo se quitan.

¿Orgullo loco? A semejanza de otras minorías oprimidas, los locos han empezado a reclamar su espacio y su lucha y, junto a la pandemia, parece la tormenta perfecta. Celebran la diversidad mental y piden mayor respeto por sus derechos. Se autodenominan supervivientes de la psiquiatría y no les falta razón, pero patinan por los extremos: a menudo también han sobrevivido a enfermedades mentales que ellos mismos niegan tener, no sin consecuencias. Todo es complejo y delicado en salud mental y a menudo temo que la parte hermosa de este movimiento quede triturada este momento polarizado y obtuso que lo desvirtúa todo. No son las sujeciones ni los diagnósticos lo que se puede ni debe abolir, no toda la psiquiatrización es cruenta y quien se posiciona en el extremo olvida que la demora en un diagnóstico y su plan de ayuda tienen consecuencias fatales, sobre todo en los jóvenes. El caso es que a finales de mayo Orgullo loco estará en la calle con la barbilla bien alta, se abren paso y no basta con que los sanitarios más tradicionales los etiqueten y se crucen de brazos. Empezaron a finales de los 90 en Canadá y ya tocan todos los países occidentales, el nuestro desde 2018. Es fácil pensar que van a ponernos en jaque, que lograrán sacarnos de nuestras zonas de confort, y yo lo celebro. He visto demasiada complacencia, abuso de poder y pereza mental en todos los estratos de los equipos, así como he visto ángeles y gente sesuda y valiente que clamaba en el desierto. El eterno argumento de que nos falta personal y medios ya no basta, hay que hacer pedagogía y formarse. Mirar cómo lo hacen otros. Estudiar. El 75 % de las sujeciones en ancianos se deciden para evitar caídas pero, ¿qué no evitan?

Lo cierto es que después de dos años de pandemia, somos tan gregarios como siempre y estamos reventados. Nos falta nervio para cambiar. La sujeción mecánica conlleva riesgos, el decúbito prolongado impide la deglución, provoca heridas, rompe alianzas y todos los sanitarios lo sabemos, ¿nos acordamos siempre? Los protocolos no, pero los protocolos salen de las personas que estamos para cuidar. De momento sólo listan criterios de exclusión, diagnósticos, tecnicismos. No pelean con agentes sociales, jueces, autos, celadores, fisios, internistas y gerentes. No levantan el teléfono. Sólo facilitan el ping-pong de responsabilidades. Trabajo compartido, culpa diluida. Repaso mentalmente las correas con las que vi la última vez a este hombre, esta cama-sarcófago articulada en su homologación correcta y me pregunto: ¿está nuestro sentido común homologado?

Rastreo algún cabo suelto. Mi propio dolor. Qué cobarde, qué cobarde. No hice más llamadas, más visitas, no aporreé las puertas importantes, no me até a un árbol en la avenida. No conocía la Oficina de Defensa de Derechos para Personas con Problemas de Salud Mental que habilitó hace años la Federació Salut Mental CV de forma gratuita (y que pudo haber intentado una mediación).

Escribo esto desde mi mesa y dejo que mayo se cuele por las ventanas abiertas, yo sólo quería que el aire nuevo se metiera hasta el corazón de mi casa, que recorriera el pasillo, que absorbiera el último vapor de la cena, lo retirara todo, las partículas, las palabras, los malos sueños, hasta los pensamientos. Necesitamos en este país lo mismo que una casa mal ventilada: aire de repuesto. 

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