MURCIA. Leí que Isabel Coixet decía que si de algo se arrepentía en esta vida era de haberse tomado en serio a gente que no le llegaba ni a la suela del zapato. Creo que es un daño compartido. Yo también doy demasiada importancia a gente que con sus comentarios pretende hacernos polvo. Quizá la infancia y adolescencia sea cuando más aguantamos. El colegio y el instituto parece que no vayan a terminarse jamás. Pero todo termina. Solo espero que ahora las cosas hayan cambiado con la nueva generación de maestros y profesores que me rodean. Yo todavía vengo de una generación en la que se promulgaba una lucha contra el acoso escolar legal y un pasotismo por parte de los equipos educativos real. Algo así como el despotismo ilustrado. Yo voy preparando munición por si me piden mi visión, que será enormemente tenso.
Y yo, al final de todo, pienso: ¿qué esperas de ti que quieres que recuerden? Sigues por aquí buscando lo de siempre. Pero esos momentos no volverán. Deja de vender a todos los de verdad. No siempre quedará París a pesar de que te lo prometí.
Me volví un esteta de manual gracias a las novelas y el pop que escuché en casa de mis padres. Allí desarrollé mi alto sentido estético. Y no hablo de estética como algo que llevamos, que nos ponemos en la piel, que nos ayuda a conservar la juventud como si del bálsamo de Fierabrás se tratara. Un esteta es un individuo para quien el arte es un valor primordial. Además se llama esteta a aquel que realiza un culto a la belleza o que tiene conocimientos sobre estética. A mí, por ejemplo, visitar el mar me suele traer sensaciones olvidadas entre los pliegues de mi memoria: la caricia de una mano querida, la firmeza de un brazo amigo, la alegría de lo compartido y el anhelo de lo deseado. Anteponer la belleza a las problemáticas sociales, a cuestiones morales o a las reflexiones profundas acerca de los diversos temas que más importan en la sociedad no son características que se consideren aceptables hoy en día, sino más bien todo lo contrario.
Yo, por ejemplo, soy demasiado asimétrico como para vender bases de maquillaje en Instagram y muy antisocial como para salir todos los fines de semana a bailar cuando estoy bien. Demasiado impaciente y más frágil de lo evidente. Soy demasiado miedica como para ser valiente. Y tengo una cabecita loca.
Con tan sólo 19 años, Lisa Lovatt-Smith, barcelonesa de padres ingleses, logró lo imposible: hacerse un hueco como editora gráfica de la edición británica de 'Vogue'. Un mundo de tiburones y alguna que otra sirena al que sobrevivió poniéndole siempre una sonrisa y que ahora revive en Mañana quién sabe (Ed. Turner), el libro de su vida.
A una edad muy temprana y siendo ya íntima de Anna Wintour, le fue encargada la tarea de dar forma a la biblia de las últimas tendencias en nuestro país para terminar más tarde de corresponsal en París. Su rutina diaria pasaba por codearse con lo más granado del bon chic, bon genre de la industria: diseñadores, top models... hasta que conoció a Sabrina, una niña de cinco años, hija de una familia desestructurada.
Sin pensarlo demasiado, la siempre valiente y decidida Lisa decidió adoptarla mientras seguía trabajando en la revista. Pero, cuando la dulce Sabrina se hizo mayor, su rebeldía también se disparó: llegaron las malas compañías y la expulsión del instituto. Inmersa en una vorágine incontrolable, Lisa emprendió un viaje sin retorno al marcharse junto a su hija de vacaciones a un orfanato en Ghana. Aquella escapada temporal se terminó convirtiendo en su forma de vida. Lisa cambió sus tardes de compras con las Missoni o las sesiones de fotos con Mario Testino por la gestión de dicho orfanato. Lo dejó todo.
Lisa demostró que su alto sentido estético no tenía sentido sin una causa humanitaria. Sin luchar por lo que de verdad importa. Actualmente, Lovatt-Smith vive con su marido y sus cinco hijos (adoptados y acogidos) en una choza de barro y saca adelante una pequeña ONG, Orphanage África, con diversas oficinas en Europa. Cambió un mundo de lujos por la ayuda social a los niños en África. De las noches de Madrid, junto a Rossy de Palma y Bibiana Fernández, a vivir en un país desconocido para muchos, visitado por tantos y profundizado para pocos. Todo lo contó en Mañana quién sabe. Y nos dio una lección que iba más allá de lo que se captaba por un objetivo.
No han sido años fáciles para "Mamá Lisa"; ha sufrido malaria, accidentes de tráfico, amenazas de muerte, traiciones. "Pero siempre me he levantado, el amor incondicional de mi madre ha sido mi fortaleza", nos afirmó la autora.
Y así, sin más, vi que podía vivir con mucho menos y qué era esencial en mi vida.