CASTELLÓ. Me lo tendrían que decir de rodillas, llorando y arrastrándose por el suelo. No creo que este documental se hubiera hecho si no hubiese habido un crimen o, dicho de otra manera, si no desembocase en un crimen. La crónica negra es la piedra angular de toda la ficción actual, ya sea culta, sofisticada o de batalla comercial. Da igual. Pero también es cierto que el género negro sirve para descubrir otras realidades; para obtener un retrato en crudo de la sociedad, lo que ya tiene muchas más implicaciones. Yo qué sé, con los cantares de gesta también se podía aprender sobre la sociedad, costumbres y el momento histórico, pero los juglares situaban siempre a un héroe en el centro porque si no, supongo, los analfabetos que les escuchaban se aburrían. Salvando las distancias, hoy pasa más o menos lo mismo.
Pero tampoco vamos a llorar, si esta es la fórmula necesaria para que se hable del fenómeno megamix en España, bienvenida sea. La música comercial o, en este caso, ultracomercial, nace, crece y muere con el desprecio y desdén absoluto de la crítica especializada. Solo tras su desaparición, pasado el número suficiente de años, se echa la vista atrás y entonces los listos te la explican con el meñique levantado. Es un proceso interesante y, a la vez, divertido. Ahora mismo en el mundo rockero cotiza mucho el yatch-rock, en realidad llamado west coast en su día, cuando durante décadas eso les hacía vomitar.
Sin embargo, es irresistible el encanto de cómo arrasa en ventas un producto desprestigiado y que no se puede colgar medallas culturales. Tenemos la percepción de que los artistas buenos de verdad son almas torturadas de cuyo interior procede la música como expresión individual absolutamente intransferible, pero no es así. Hasta en los genios más solitarios, la producción artística es siempre una obra colectiva. Lo que demostró la cultura del hit de pista de baile es que lo que más le gustaba a la gente se podría crear mediante procedimientos propios de un laboratorio. A mí me fascina.
Eurodance e italodisco fueron géneros que marcaron a varias generaciones, se bailaron hasta la saciedad y, para colmo, solo se suelen recordar las canciones, apenas a sus autores, si es que eran reconocibles. Las tácticas de mercadotecnia para colocar estos productos son apasionantes. Por ejemplo, siempre me pareció impresionante el periplo de Olga de Souza, la Cacao Maravillao que acabó siendo Corona en Italia, aunque cantase otra mujer, para armar todas las piezas que necesitaba The rhythm of the night para petar, cosa que sigue haciendo, porque cada dos por tres te la encuentras en la radio. A saber lo que han ingresado los simpáticos italianos que trazaron el plan.
En el documental Megamix Brutal, de TV3, RTVE y El Barrio, tenemos todo eso. Cómo en los 80 se convirtió en un negocio el megamix y cómo la discográfica independiente que se vio más fortalecida por la idea puso el ojo en talentos como Viceversa, que tenían sus propios temas compuestos en casa con PT-87, pero terminó lanzando o prefabricando a solistas como Rebeca o, ya como Vale Music, Sonia y Selena.
Tras las canciones estaban Xasqui Ten y Toni Ten, que en un mundo ideal tendrían ellos su propio documental. Tienen cientos de créditos, muchos de ellos por composición, de las canciones más escuchadas en España durante los últimos treinta años. Las discusiones sobre el concepto “Duro de pelar” para Rebeca, que era una frase propia de generaciones anteriores y ella no la entendía bien, encima tenía ciertas connotaciones, son un descojono.
Por no mencionar que Yo quiero bailar tiene su origen en una bronca de Ricardo Campoy, capo de Max Music y Vale Music, a Xasqui Ten diciéndole que siempre le trae cosas complicadas, que vaya al grano, que la gente quiere bailar y este escribió “Yo quiero bailar” y punto, asunto zanjado. Del mismo modo, Jordi Cubino, en su día el proyecto David Lyme que arrasó en Corea y Japón en los 80, se pone al piano y cuenta que él escribió Corazón latino de Bisbal. Yo estaría horas escuchando hablar de la elaboración de todos estos temas. Habrá que echarle un ojo a las 650 páginas de Toni Peret y sus herman@s en el ritmo.
No obstante, la trama gira en torno a Miguel Degá y Ricardo Campoy, socios de Max Music, y su enfrentamiento personal. Falta Degá dando su versión, pero también es sumamente interesante cómo la entrada de dinero a espuertas con la saga Max Mix y sus ramificaciones -Máquina Total, Lo + Duro, Bombazo Mix, Rumba Total, Ibiza Mix- se traduce en coches de lujo y lo típico, pero aquí llega al punto de desembarcar en Miami e intentar conquistar el mercado estadounidense. El negocio no acabó de salir del todo bien, pero los escenarios que se evocan, con Ferraris Testarossas y demás es, tal y como describe alguien en el documental: “el sueño de Don Johnson”.
Hay otro punto en el que no se incide mucho en Megamix Brutal, pero que también es cierto. Este fue un fenómeno puramente barcelonés. Los dos grandes sellos, que competían entre sí por el mercado nacional, llegando incluso a las malas artes, eran Blanco y Negro y Max Music. Félix Buget, propietario de la primera, dice que en Madrid cuando pasaba un coche con la ventana abierta, oías guitarras, y en Barcelona, electrónica. Eso pudo ser cierto y la prueba está en los bares de rock clásico, nueva ola y power pop setentero y ochentero que sobrevivieron en Madrid décadas y que en Barcelona no eran tan fáciles de encontrar.
Pero lo que prueba un testimonio como el de este documental es la distorsión que producen las neuras que cogen los medios con episodios absurdos. La eclosión de la Nueva Ola, que aquí se conoció como Movida, ha creado artificialmente bandos de defensores (¿de qué?) y detractores (de lo que los otros ni saben que es) que ha quedado enquistado en el pseudodebate cultural, y con él la sensación de que Madrid se llevó todo y Barcelona quedó relegada.
Una visión que se fortalece cuando grupos de rock de Barcelona cuentan que tuvieron que irse a Madrid. Sin embargo, en lo que realmente fue la música del momento a mediados de los 80 y durante los 90, el meollo, como bien se explica aquí, estaba en Barcelona. Ni que decir tiene cuando Crónicas Marcianas surge también de Barcelona, como Operación Triunfo, y Vale Music logra subirse al carro de ambos llenando piscinas de dinero. Esos fueron los grandes cambios en el ecosistema musical.
De hecho, con los megamix, se narra en el documental cómo hubo que cambiar las listas de éxitos para que no salieran en lo más vendido por delante de los artistas de las grandes compañías, como Madonna y demás. Pero la realidad era que vendían más.
Por fortuna, la fiebre documental, con o sin crímenes, nos está dejando materiales muy interesantes sobre música popular. Ya sea el de Locomía, de Jorge Laplace, o el de la Macarena, de Alejandro Marzoa. Nuestras televisiones públicas deberían estar más atentas a este filón y desarrollarlo serializado como dios manda, como ya hacen muchos youtubers, que cuentan con menos medios, y sin que haya un crimen como pretexto, pero la parte del león de nuestro dinero se la dedican a plagiar formatos estadounidenses para mayor gloria de pseudofamosos como los hermanos Iglesias.