CASTELLÓ. Las ráfagas del aroma del azahar se cuelan por las ventanas de mi casa. Oleadas débiles, pero maravillosas. Transmiten vida, bienestar, la auténtica primavera anímica. Desde la infancia es una marca de identidad, de los buenos recuerdos, junto a la flor del jazmín que también me estremece. Recuerdo un día, un instante, cuando solicité detener un vehículo oficial e importante en una rotonda de un municipio de la Ribera Alta, para bajar y llenarme del inmenso olor de la flor del naranjo, a pleno pulmón. Todos se apearon de ese coche y compartimos ese placer tan bello e intenso. Era un atardecer del mes de abril.
Mi abuela Pepica aparece cada vez que el azahar me atrapa. Son los buenos recuerdos, esas profundas emociones que hemos ido disfrutando en nuestra vida y su transcurrir, en esa casa de Gavarda que mi abuela abría de par en par, para que esos aromas permanecieran en las estancias, el mismo olor que llenaba una vivienda y varias vidas en la calle Columbretes de Castelló, cuando el límite de la ciudad hacia el Grau eran inmensos campos de naranjos.
Castelló luce espléndida, con su potente cielo azul, transparente, estimulante. Cada día observo este cielo desde mi balcón, sentada en los viejos contenedores de madera que mi suegro usara como transportadoras de todo aquello que cargaba en sus camiones. Cada vez que me siento en estas cajas, junto a Pancho, que es un corazón perruno tendido al sol, quiero contener las emociones y los recuerdos. Esos instantes nos llevan a celebrar la vida, a pesar de todo aquello que nos expulsó del camino vital, todo aquello que decretara una soledad no deseada.
En las decenas de cajas de mis varias mudanzas siguen apareciendo señales de una vida intensa, bella y comprometida. Demasiado compromiso, mucho trabajo altruista, demasiada entrega vocacional. Entre tanto embalaje sin orden ni concierto, asoman infinidad de documentos, reportajes, entrevistas… de un periodismo que ya no existe. Sentada en el suelo de una habitación, que es un tremendo trastero, hundes la cabeza entre los brazos y te estremeces, sin saber por dónde empezar a rechazar, a eliminar historias entre tantas historias.
Una vida que ha cabalgado entre el desempleo, la solidaridad, generosidad. Una vida que, como a casi todas las mujeres, nos llevó a dejarlo todo para entregarnos a la crianza, a ese sueño imposible de cuidar a los hijos, de seguir a un marido, y aparcar cualquier carrera profesional. Así nos parieron y nos marcaron a hierro a la generación que vimos la luz en los años sesenta del pasado siglo.
Tras el paso del tiempo hemos ido aprendiendo que la vida es otra historia, que la realidad nos reclama como ciudadanas de pleno derecho. Menos mal que supimos del feminismo cuando éramos jóvenes, qué bueno aprender e incorporarnos a las enormes redes de mujeres que surgieron en los años ochenta del pasado siglo. Aquello significó un cielo abierto en nuestras vidas. Y, desde entonces, seguimos luchando por la libertad, la igualdad y los derechos que merecemos todas las mujeres.
Todo esto viene a cuento tras revisar, desde hace semanas, lo que todas las redes sociales emiten mediante vídeos a miles de mujeres y madres influyentes. Decenas de miles de jóvenes vienen emitiendo rutinas de vida y de crianza obsoletas, tal cual nos inculcaron a las mujeres del siglo pasado. Es alarmante.
Llevo semanas visionando este tipo de audiovisuales, y es muy grave. La comunicación social masiva en los videos de Facebook, Instagram y TikTok es brutal. Mujeres muy jóvenes, adolescentes, muestran una rutina de vida como madres que nada tiene que ver con la realidad, que atenta contra el desarrollo profesional de las mujeres, que es una preocupante apología del machismo. La comunicación de esta redes es un brutal retroceso y un acopio a lo bestia de la economía del capitalismo. Y, lo peor, proceden de países donde se prohibe y codena el aborto, aunque sea una necesidad imperiosa para las mujeres, para estas niñas. Como está sucediendo en Argentina, por poner un ejemplo.
La influencia de las redes sociales está marcando la construcción de este nuevo mundo. Un espacio global sin moral ni principios ni valores. Todo está relacionado. Cada comunicación viral depende de estos mensajes de un atroz liberalismo. Cada video y sus comentarios son pequeñas dosis de ese veneno que nos están inoculando sin que seamos conscientes.
El mundo está cambiando a marchas forzadas. Los señores de la guerra, que hoy van más allá de Netanyahu, de EEUU, Rusia, China o Irán, están reseteando un planeta que desembocará en una tercera guerra mundial. Ojalá no suceda, pero hay excesivos síntomas de cambio. Y nadie podrá ausentarse, ni ser invisible.
Mi perro Pancho es un corazón tendido al sol en nuestro balcón. Mi compañero de vida no ha pateado la calle desde las pasadas fiestas de la Magdalena. Esta muy viejito y nos organizamos para que su vida sea placentera, para que nuestra vida cotidiana sea placentera. Aún no puedo caminar en plenas condiciones, tras la operación del pie de hace más de un mes. Pero sobrevivimos porque somos compañeros sincronizados y amorosos.
El pasado sábado tenía que estar en Sollana, para absorber a grandes tragos la flor del taronger y para abrazar a lo bestia a mi querida amiga Tona Catalá, y a su compañero de vida, Enric Morera. Una fiesta de cumpleaños, de sesenta años vividos, compartidos y estimados. No pude ir porque mi pie sigue bien chungo. Por esta frustración, mi vecina Carmen cocinó ayer una divina paella valenciana. Un manjar que me devolvió el optimismo y la vitalidad que necesito. Carmen, además, intentó clonar una de las ensaladas de La Cuina de Morera, que ella sigue cada día en Á Punt, y porque Jordi Morera estuvo en esa fiesta que me perdí, porque es amigo y estimado. Carmen clonó lo mejor de los salazones valencianos, aquellos frutos que no se venden porque se siguen preparando en las casas, donde las recetas de madres y abuelas han sobrevivido, afortunadamente, al paso de los años.
Mi aportación fue un mojete que elaboraba mi padre en aquella diminuta cocina de nuestra casa en Madrid. Él decía mojete de Cuenca, pero su denominación comparte muchos platos de otras regiones gastronómicas. Un bote, ó dos, de tomate natural entero, dos latas de atún en aceite de oliva, cebolla fileteada, varios huevos hervidos y troceados… con aliño de una buena ración de pimienta recién molida, aceite de oliva virgen y un poco, muy poco vinagre de jerez.
Les deseo que coman y gocen, que celebren la vida, y que no les sea indiferente la guerra, el sufrimiento, el genocidio israelí en Gaza de miles de niños, de mujeres y civiles. Les deseo que no pierdan la conciencia de ser humanos.
Buen lunes. Buena semana. Buena suerte.