¿Qué visión de futuro tenemos los valencianos? Con cierta frecuencia ven la luz estudios de relevantes académicos, generalmente patrocinados por organizaciones públicas o diversas entidades empresariales y sociales. Salvado su aparato descriptivo y analítico, resulta frecuente que los autores sugieran algunas opciones de política, entendida ésta como el diseño de respuestas específicas a los problemas detectados en los diversos campos del quehacer público y privado. Ocurre, sin embargo, que pasado el tiempo de su presentación, abundante en asistentes institucionales y recogida con desigual amplitud por los medios de comunicación, el estudio pasa a ocupar plaza en el limbo de los buenos y efímeros deseos. Un habitáculo que recoge por igual trabajos sectoriales que presuntos planes estratégicos, mientras los focos se desvían hacia una breve relación de objetivos: la financiación autonómica, el corredor mediterráneo, los fondos europeos, la escasez de agua y la inversión estatal suman puntos, mientras se desvanece la preocupación por el Brexit y la pandemia y se sostiene, momentáneamente, la existente sobre la guerra rusa contra Ucrania.
La primera cuestión que destaca de la relación anterior es la escasez de proyectos de generalizada aceptación y unificada defensa en la Comunitat Valenciana. En ocasiones se añaden otros objetivos, según el momento y el lugar; pero la distancia en visibilidad e implicación es notoria y el eco logrado pronto se torna anémico. Sí, es cierto que dos nuevos vecinos, -la digitalización y el cambio climático-, se han incorporado a la retórica actual; pero han sido los fondos del Next Generation y no la existencia de amplias voluntades, previas y entusiastas, las que les han procurado el señalado espacio que ahora ocupan: digamos que constituyen objetivos de inserción obligada tras el desagüe del pantano financiero construido por la Unión.
¿Qué limita la expansión de las ambiciones de la Comunitat Valenciana, entendidas como la aplicación de pensamiento, diálogo y recursos a nuevas aspiraciones de amplia aceptación? Pongamos algunos ejemplos. ¿Sería un atrevimiento, ligero de cordura, plantearse la convergencia con la renta per cápita española en el transcurso de una década? ¿Lo sería aspirar a que el paro valenciano se redujera al nivel actual de Euskadi, -en torno al 8%-, durante el mismo periodo y que ésta pasara a ser la “tasa natural” de desempleo de la economía valenciana? ¿Situarse entre las cuatro comunidades autónomas con mejores resultados educativos y mayor intensidad innovadora? No parece que se trate de afanes frívolos pero, de momento, surgen importantes obstáculos para alcanzarlos. Sin ánimo exhaustivo, a continuación se desglosan seis de ellos, mientras que los dos restantes, -La cooperación empresarial (6) y Un nuevo marco para la relación público-privada (7)-, y la conclusión del artículo aparecerán en su segunda parte.
1. La gobernanza
Existe un primer problema de gobernanza. La relación entre las instituciones y los agentes sociales no dispone de un marco de interrelación formal, estable e inclusivo en cada nivel territorial significativo. La Generalitat sí ha dispuesto una Mesa de Diálogo Social y cuenta con el Consejo Económico y Social, pero el alcance de las iniciativas concretas se encuentra más vinculado al corto-medio plazo que a horizontes más alejados. En todo caso, la gobernanza se enfrenta a aspectos no resueltos que incluyen la existencia de diversas organizaciones y entidades empresariales, el rol de las universidades en un marco de relación profunda y la definición de canales de participación social.
El pensamiento estratégico valenciano soporta un excesivo peso de puntos de vista atrapados por la geografía inmediata. La provincia, sobre todo en Alicante, continúa empleándose como barrera frente a la visión global de la Comunitat Valenciana. Siendo un territorio abonado a la provechosa mutualización de intereses locales y a su interrelación con los autonómicos, lo cierto es que el espacio de la desafección tiende a sobrecalentarse. La Generalitat y ese ente difuso conocido como “Valencia” se encuentran sometidos a continua sospecha como fuentes de agravios y discriminaciones. Reducir los déficits de interacción que frenan internamente la provincia y canalizar el talento que ésta genera como piezas participativas en la planeación de una Comunitat compartida, constituye, de momento, un desafío al código de comportamiento sostenido por las élites de mayor identificación provincial.
Pero no es sólo Alicante. La Comunitat Valenciana, en su conjunto, sufre en alguna medida de frenos autárquicos. A excepción del Corredor Mediterráneo y de relaciones no siempre pacíficas con Cataluña y Madrid, la sociedad valenciana todavía no ha asimilado que, más allá de sus límites geográficos, existen oportunidades de cooperación que trascienden las reuniones y encuentros institucionales que, una vez concluidos, dejan a la vista una pregunta elemental: y ahora, ¿qué?
Incluso, más allá del marco autonómico, la constatación de lo que contiene la Comunitat debería animar metas más elevadas. La diversidad económica existente sitúa a la economía valenciana en muy diversos portafolios del qué y el cómo hacerlo para que sectores y empresas dilaten sus objetivos y las instituciones valencianas dispongan de hojas de ruta bien fundadas, capaces de influir sobre las resoluciones de los decisores estatales. La inteligencia valenciana no figura entre los déficits regionales y nunca debe infravalorarse la fuerza penetrante de las mejores ideas, si al conocimiento propio se le añade un continuado mapeo y asimilación del saber ajeno de mayor utilidad, se encuentre donde se encuentre
La tercera razón del encorsetamiento estratégico valenciano recae en el favor recibido por el corto plazo. Las admoniciones acerca del empleo de luces largas todavía no han calado lo suficiente. En el sector privado se encuentra aún demasiado presente la opción de fer negoci frente a la de hacer empresa. El primero se apunta al oportunismo más que a la creación de oportunidades de extenso alcance temporal. Cabe esperar (y desear) que no surja otra fiebre inmobiliaria que proporcione campo abierto a la primera opción; pero, aún así, la tentación del aquí y ahora sigue viva. Una tentación, -incluso algunos dirán que un estado de ánimo idiosincrático-, que directamente perjudica cualquier pretensión seria de pensar más allá del aquí y ahora.
4. Los desequilibrios de lo considerado políticamente correcto
Pensar a largo plazo incluye, entre otras, la delimitación de fortalezas y debilidades y el reconocimiento autocrítico de estas últimas: un método cuya presencia se encuentra ausente o bien se practica en la Comunitat mediante discursos de baja fricción, más epidérmicos que incisivos y alejados de referencias a sujetos concretos, salvo que éstos operen en las administraciones públicas. Ocurre, pues, que se produce un notable desequilibrio: de las administraciones se predican errores, disfunciones, ineficiencias y corrupciones, mientras que las restantes entidades se salvan de señalamientos que acucien la adopción de mejores prácticas. Sin llevarlas a exposición en el Circo Máximo, algo cabe esperar, tras más de cuatro décadas de libertades, de entidades que avanzan con parsimonia y desigual motivación; por ejemplo, en la prestación de servicios que cobijen las nuevas necesidades de formación en la empresa, el anticipo de necesidades profesionales de la formación dual, la implantación de una mochila de formación a lo largo de la vida laboral y el cálculo estandarizado de la productividad como pieza de las negociaciones salariales.
5. De los tangibles a los intangibles
Salvar el atraso existente en diversos ámbitos de la economía valenciana conlleva asimilar la cultura de los intangibles, transgrediendo una posición que ha privilegiado lo tangible: como parte de una cultura empresarial tradicional y como activo icónico directamente observable. De nuevo, el discurso favorecedor del cambio no acompaña a la acción. La Comunitat Valenciana sigue mostrando déficits de innovación, -tecnológica, organizativa, financiera-, que la alejan de la media española y europea, con una presencia creciente, pero aun relativamente modesta, de puestos de trabajo identificados con la utilización del mayor talento profesional.
(Continuará)