CASTELLÓ. Días antes de descubrir el libro de Pere Cervantes, La Espía de Cristal (Destino) un amigo me regaló Territorio Comanche de Arturo Pérez Reverte, libro que ya había leído pero seguía fascinándome por cómo trataba el mundo del reporterismo de guerra. El escritor afincado en Benicàssim llega a su séptima novela, tras el abrumador éxito de la excelsa, El Niño de las Bobinas, donde retoma algunos recuerdos de su paso por la guerra de Kosovo como observador de paz de la ONU.
Antes de comenzar a charla sobre éste libro, donde acompañamos a un personaje tan apasionante como Manuel Pancorbo (esperemos volver a verlo en alguna otra historia) en busca de un amor perdido por la Kosovo actual, no puedo pasar por alto el éxito logrado por el catalán con su anterior libro, publicado incluso fuera de España. “Para mí era un reto, no me esperaba tres países como Italia, Alemania y Holanda, este año sale en Holanda y Alemania y ando nervioso, a ver qué tal este verano”
Ver tus novelas en otros idiomas, publicadas en otros países y con buenas críticas debe ser algo emocionante. “Cuando te llegan las copias de la edición en otra idioma es entre satisfacción y bueno, ¿estará bien traducido?” (risas).
La Espía de Cristal es una trama de aventura, intriga, thriller y amor. Además de un viaje por la postguerra en Kosovo, con toda su crudeza, tal y como son los conflictos armados. Cervantes lleva años sin pisar el suelo del país, pero a través de amigos, de la prensa y de fotografías y vídeos se puede hacer una buena idea de cómo se encuentra todo en la actualidad.
“Yo desde el 2001 no he podido volver- señala-, cuando he querido volver ha sido en el 2020, que era el covid, y entonces tuve que tirar de contactos que tengo ahí, que viven ahí, y fueron los que me enviaron los vídeos de cómo estaba Prístina para yo comparar, cómo estaba Mitrovica, información de los locales que se han puesto de moda que yo no conocía, y me describían cómo estaba el patio social en Kosovo”, comenta.
Cervantes trabajó como observador internacional de la ONU, la llegada de la ONU al país fue en agosto de 1999, la guerra había dejado unos diez mil muertos y veinte mil violaciones. Han pasado muchos años desde que Pere Cervantes estuvo allí, pero es ahora cuando ha llegado el momento de escribir sobre aquello.
“Yo decido escribir esta novela cuando escribí El Chico de las Bobinas, que es sobre la postguerra civil en Barcelona, en concreto, año 45. Como yo soy un obsesivo de la documentación, que me tiro un año para documentarme, empiezo, sin quererlo, a conectar características de la postguerra española con la postguerra que yo había vivido en los Balcanes. Y eso me despierta algo que ya tenía”, recuerda el escritor.
Aunque Cervantes trabajó en Kosovo como observador, optó por perfilar un protagonista, Manu Pancorbo, como periodista de guerra. Escribir sobre esa historia de amor truncada, sobre esa guerra que había vivido en primera persona y de la que podía hablar con mayor propiedad.
“Yo tenía miedo a escribir sobre los Balcanes pero El Chico de las Bobinas me dio la seguridad- comenta- , y al acabarla lo tenía muy claro que quería escribir sobre ello y mi experiencia y hacer una trama sustentada en ficción; un amor, espionaje y demás. Y personajes de reporteros de guerra en vez de policías u observadores de paz, porque quería mantener cierta distancia para no ser autobiográfico”.
Desgraciadamente la publicación de la novela ha coincidido con la guerra en Ucrania, daba la sensación que Kosovo era el último conflicto armado que se produciría en Europa, pero la barbarie ha regresado al viejo continente.
“Esta novela la entrego yo en septiembre de 2021 a la editorial, mucho antes de que estalle el conflicto de Ucrania. Yo la entrego pensando que estoy entregado una novela sobre la última guerra de Europa, y me equivoqué, es la penúltima”, comenta.
Cervantes vivió el conflicto, estuvo allí, nadie se lo ha contado, lo presenció. De aquello pueden quedar cicatrices en el alma, y distanciarse de esas escenas, palabras y gritos puede ser una labor muy complicada, y sobre todo, rememorarlo para plasmarlo en una novela. “Difícil no me ha sido ahora porque han pasado veinte años”, señala. “Me era difícil, por no decir imposible, haberlo escrito cuando llevaba cinco años desde el conflicto, llevaba tres o dos, por eso no lo escribí, porque no me veía capaz”, recuerda. “También porque no sabía muy bien cómo tratar con respeto a las víctimas. El Chico de las Bobinas me enseñó a cómo tratarlo, a pesar de ser ficción y novela; en ningún momento quiero faltar el respeto a las víctimas de la guerra. Entonces, esa sutilidad a la hora de escribir, me hacía falta más oficio, experiencia o qué sé yo, y me ha llegado en el punto, tengo cincuenta años y todo se ha confabulado para que sea en este momento”, dice.
El enorme ejercicio de rememorar acontecimientos desagradables, crueles e impactantes, aunque hayan transcurrido muchos años, debe ser duro y casi asfixiante. “¿Lo pasé mal por momentos? Hay momentos que sí, hay pasajes que a mí no me apetecía recordar mis experiencias, no me apetecía, pero es verdad que tenía que mencionarlas, sino estaba deshonrando la memoria de las víctimas”, explica.
En pocas ocasiones un libro te agarra tan fuerte del pecho en las primeras páginas, te zarandea y te deja con ganas de saber más. En esas cuatro primeras páginas conoces a un Pancorbo perdedor que de repente debe comenzar una búsqueda en Kosovo, una tierra que hace años que no pisa y que tanto le marcó. “Son personajes heridos, todos, los tres principales en su modo y a su manera distinta”, comenta. “Manu Pancorbo porque es un tipo que se siente un fracasado; el matrimonio fue un fracaso, el papel de padre le está resultando ser un fracaso. Todas las guerras a las que ha ido él, y ha hecho crónicas para intentar detenerlas y no ha parado ninguna guerra; entonces se plantea cuánto vale la pena su trabajo”.
Pancorbo nos lleva de viaje al pasado, la postguerra y al presente, en una búsqueda llena de trampantojos. “A partir de ahí se siente un fracasado y ahora ya hace ese último viaje a Kosovo simplemente para responderse a la pregunta de, ¿esa mujer me ha recordado tanto como yo a ella estos años? Es una amor verdadera que no se olvida y que fue interrumpido por el conflicto, no por ellos dos”, comenta.
Como ya he mencionado, sorprende que Cervantes haya elegido la figura de un reportero de guerra para contar la historia, y no la de un observador de paz, pero por otro lado ambos vivían la misma guerra pero con una mirada diferente. “Coincidíamos en espacio y tiempo en todas estas movidas, si yo llegaba a una fosa común, el periodista no tardaba en llegar o estaba antes que yo a veces, compartíamos todo eso, y como compartíamos me apetecía más hablar sobre unos reporteros de guerra, y disertar sobre cómo digerimos el resto de la humanidad este tipo de noticias. Sobre la utilidad de ellos, en esta novela lo que plasmo es su dolor.”
Aunque hable de la postguerra, no es para nada un libro belicista, sino todo lo contrario. “El libro, fíjate, no habla de guerra, habla de las consecuencias de la guerra, es todo postguerra”, señala. “Hay un crimen de una familia, de unos abuelos y una niña pequeña en un pueblo serbio, y ese crimen, ¿qué es ese crimen? Ese crimen es una consecuencia de la guerra, porque es una venganza de los albaneses a los serbios, que es lo que yo me encontré ahí. Es todo sobre las consecuencias de la guerra, es un libro antibelicista. Y creo que la mejor forma de demostrar lo malo y lo cruel que es la guerra no es hablando de la guerra, sino hablando de las consecuencias”