Para progresar en nuestro nivel de vida debemos trabajar “más” o trabajar “mejor”
Muchas veces se critica el uso del PIB (Producto Interior Bruto) como base para medir la riqueza o el bienestar de las economías. Y es cierto, puesto que el valor de la producción anual está lejos de representar la riqueza y, también es cierto que hay otras variables cualitativas, como el clima, la gastronomía, el capital social y la seguridad física o jurídica, entre otras, que tienen una influencia notable en nuestra calidad de vida. Sin embargo, plantear esta dicotomía, puede ser una falacia, pues si existen variables institucionales o cualiativas en un territorio, esto aumentará la actividad económica en el mismo y, a medio plazo, tendrá su reflejo en el PIB per cápita. Por otra parte, un agregado como el PIB per capita tiene la ventaja de que es una de las estadísticas que los países calculan desde hace décadas, y nos permite analizar su evolución temporal. Además, los países aplican normas similares para su cálculo y eso las hace comparables entre sí.
Normalmente, los países que parten de menores niveles de renta per cápita tienden a crecer más rápidamente y a converger. Ese fue el caso de Irlanda cuando entró en la UE en 1973 y también el de algunos de los países de Europa Central y Oriental que son miembros desde 2004. Las reformas estructurales llevadas a cabo y la entrada en un mercado interior europeo en el que han encontrado clientes e inversores les ha permitido mejorar rápidamente. Es el caso de Chequia, Estonia o Polonia. Este fue también el caso de España desde mediados de los años ochenta tras pasar a ser miembro de la UE.
Sin embargo, esta situación ha cambiado de forma radical desde la crisis financiera y de deuda de 2008. Como puede verse en el gráfico 1, las posiciones dentro de la UE en renta per cápita (descontando diferencias en poder de compra) han cambiado en los últimos 12 años: la República Checa es el decimotercer país con mayor renta por habitante, Estonia ha subido del 20 al 16 y Lituania del 23 también al 16. En cambio, España ha descendido del 13 al 18. Polonia nos sigue justo detrás. Se puede ver claramente que hemos salido del grupo de los 15 países que formábamos la UE en 1995 y con quienes deberíamos compararnos. Sólo Eslovaquia (tras su escisión de Chequia) y Grecia han tenido caídas en su posición relativa comparables a las de España.
Una de las explicaciones del mal comportamiento del PIB en España, aunque no la única, es la baja productividad de la economía española. Existe una relación directa entre PIB per cápita y productividad: dividiendo y multiplicando por el empleo, se puede ver que el PIB per cápita crece o por el incremento del número de personas empleadas (o las horas que éstas trabajan) o bien por aumentos en la productividad. Es decir, para progresar en nuestro nivel de vida debemos trabajar “más” o trabajar “mejor”. Teniendo en cuenta que la productividad española ha seguido una tendencia decreciente acentuada desde 2017-2018 (gráfico 2) y que el número de horas trabajadas se encuentra estancado (de hecho, a pesar del aumento del empleo, las horas totales trabajadas son menos que en 2019), nos encontramos ante una encrucijada. Por una parte, es necesario mejorar la llamada “tasa de participación” o la población activa, es decir, que haya más personas que quieran trabajar y que éstas encuentren empleo. Por otra, lo más deseable sería que estos empleos estuviesen en sectores que permitan aumentos en la productividad. La inversión en capital humano está en la base de ello, pero para eso hacen falta políticas a medio plazo que fomenten el esfuerzo y la educación.
Lo primero que se le enseña a un estudiante sobre la economía es que cada país dispone de una serie de recursos, tanto humanos como materiales, y de cómo los use dependerá lo que pueda proporcionarse a sus habitantes. Si nos empeñamos en reducir el número de horas trabajadas sin un aumento paralelo en la productividad, el decrecimiento económico estará servido. Si a ello le sumamos mayor inseguridad jurídica e institucional y cantos populistas, nos enfrentamos a un cóctel muy peligroso. Lo cierto, es que tras las dos (o tres) crisis desde 2008, somos más pobres. El ajuste se ha logrado por una caída de salarios, primero nominales y ahora reales. Algo no debemos estar haciendo bien cuando, a pesar de todo, nuestros socios europeos nos van pasando en posiciones hasta situarnos a la cola de la UE en PIB per cápita relativo.
La pandemia nos ha mostrado el enorme potencial que tiene la digitalización de la economía para facilitar la producción de bienes y, especialmente, servicios, tanto privados como públicos. Sin embargo, la falta de capacidad de gestión y control de la producción pueden conducirnos a un gran fracaso colectivo y a un retroceso social y económico. Como apunta Matilde Mas, de la Universidad de Valencia y el Ivie, en una columna reciente, puede que la clave se encuentre allí. Las capacidades de gestión empresarial y el buen gobierno de la cosa pública están en la base del éxito. Es un gran reto que sólo podremos superar huyendo del populismo y buscando pactos de Estado.