La palabra relato tiene el significado de narración y procede del latín relatum.
El verbo relatar significa volver a (re´) llevar (lat-) unos hechos de conocimiento de alguien y, en cierta manera, equivale a narrar algo describiéndolo vívidamente. Viene del verbo latino refero (volver a llevar). Re- para señalar una reiteración, propio de narrar algo que ya ocurrió, asimismo se aprecia el componente lāt- que se interpreta como trasladar, entendiendo que en este marco uno lleva la historia a alguien. Etimológicamente, la palabra relato indica aquello que sigue siendo.
Es una de las primeras formas de comunicación. Nuestros antepasados prehistóricos ya pintaron sus cuevas con relatos, la cultura mediterránea ibera nos dejó grandes muestras de arte que eran narrativas, las civilizaciones inca, celta, egipcia, romana… levantaron imponentes monumentos y llenaron muros de piedra con narraciones, leyendas, tradiciones, escribieron su vida cotidiana y su historia. Sin los relatos y sin las personas contadoras de hechos, la memoria colectiva y la historia ancestral no hubiera dejado el rastro del que gozamos para entender de dónde venimos. El relato es una acción muy experimentada a lo largo de la historia. Ir contando, narrando historias vividas, o no vividas, escuchadas y reproducidas hasta el infinito.
La vida es puro relato. Desde que amanece, los días van mostrando historias, pequeñas, grandes, alegres, tristes, sorprendentes, cotidianas, reales, falsas, demoledoras. Porque cuando se construye un relato propio, acomodado a intereses propios, y se pone en marcha la maquinaria de su difusión, puede desencadenarse una marejada hiriente. En política sucede en demasiadas ocasiones, aunque no todos los políticos son iguales y no todos los creadores de relatos son iguales. Contar la verdad, contar lo que está pasando, contando con los demás, es, sin duda, el mejor relato. Una acción que el periodismo tenía, hace décadas. como punto de partida de su deontología profesional. Hoy los relatos tienen interminables colores, formas y protagonistas, y los creadores de relatos son los auténticos políticos que dirigen gobiernos, son los empresarios que dirigen grandes empresas, y son los líderes sociales que dirigen a la ciudadanía. Sí, el constructor de relatos es quien dirige este mundo.
Escuchas una tertulia radiofónica y siempre surge la palabra relato. El relato del político tal es ficticio, es propaganda, pero ese relato cala en la gente. Los relatos surgidos en el marco de la crisis del coronavirus están siendo propagandísticos en muchas ocasiones, así como el exceso de relatos periodísticos, cargados de bulos, que nos arrastran al precipicio desde empresas de comunicación que están fabricando para este país un presente negro y un futuro inmediato de colores, y nos están convirtiendo en un ejemplo más que formara parte de la narrativa maravillosa de Ensayo sobre la ceguera de José Saramago. Porque nos quieren así, inoculados con sustancias que provoquen la indiferencia y la rabia, el odio y la venganza.
El ensayista francés Christian Salmon definía en su libro Storytelling (2009) que la ficción literaria se había implementado en la comunicación política y en otras formas de relacionarnos desde distintos ámbitos. Crear un relato, fabricar una historia y generar una estrategia de comunicación, sobre todo emocional, para llegar e influir a la ciudadanía. Claro, también advertía de que una verdad a medias, o la manipulación, pueden acabar con una sociedad y una clase política dirigidas al abismo.
En este sentido, Salmon escribió diez años después La era del enfrentamiento y nos lanzó a la realidad de la saturación de mensajes y fenómenos virales que han sustituido a la noción del relato, convertido en herramienta inservible por pura saturación. Así lo describe el periodista Álex Vicente en una entrevista publicada hace unos años en El País. En esta publicación, el ensayista francés anunciaba que hoy vivimos rodeados de narradores no fiables. Ante esta desconfianza y descrédito estamos siendo testigos de una provocación sin precedentes, de unas formas de hacer política basadas en el insulto, confrontación y la mentira.
Frente a esta vorágine extrema de apropiación indebida de los sueños ciudadanos, hay relatos fascinantes que nos reconcilian con la vida. Son las pequeñas cosas que rodean a las personas. Son las más simples y bellas. La mirada infantil, los surcos de las arrugas del tiempo en las personas mayores y estimadas, el calor de la amistad. Hay realidades que son el mejor relato. Pero, simultáneamente, pueden convertirse en una pesadilla cuando confluyen intereses y deseos de destrucción. Es la vida real. Somos protagonistas, autores o inventores de relatos.
Hay historias que estremecen, que despiertan la solidaridad y que provocan movimientos masivos de apoyo. Otras historias que indignan, que son ignominiosas, insoportables, y que denunciamos a pesar de conocer el desenlace y la injusticia que llevan dentro, desde el momento que nacen y mueren en silencio. Hay historias malvadas, relatos de ególatras que corren a nuestro lado, escalando, martirizando a su paso, gritando, intimidando y apabullando. Y hay historias que son otra historia, basadas en la verdad y la empatía, en los verbos compartir y soñar conjuntamente.
Otra forma de construir historias apasionantes es generar espejos y una expectación brutal, como sucede en la película argentina Relatos salvajes, comedia negra dirigida por Damián Szifron. Seis relatos cuya conexión temática, según explicó el director, se refiere a la difusa frontera que separa a la civilización de la barbarie, del vértigo de perder los estribos y del innegable placer de perder el control. De poseer y perder el control.