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fútbol femenino

Sporting Benimaclet, épica de barrio

Un campo de tierra, un equipo con más voluntad que habilidad con el balón y una afición volcada en animar a las jugadoras. A ellas y al barrio, Benimaclet, un tandem que ellas mismas tienen en su grito: «No som un club, som un barri»    

| 16/04/2023 | 11 min, 49 seg

VALÈNCIA. Tres coordenadas para entender un lugar. Desde un balcón de la Calle Diógenes López Mechó, una persona graba con su móvil, durante la pandemia que ocurre al lado de su casa. La cuenta de Instagram (@les.fonts) recoge literalmente «la vida deportiva, animal, vegatal, meteorològica i de los objetos de un espacio de barrio». Desde una ventana que da al campo de tierra en el que juega el Sporting Benimaclet, su feed es en realidad es una recopilación de momentos que ocurren en un campo con vida: cuando llueve, se inunda; cuando hay partido, la tierra se mueve y hay que arreglarla; cuando no hay muchos humanos, los gatos campan a sus anchas.

Segunda. Imponente tanto desde la V-21 como desde la Ronda Nord, se erige Espai Verd, un edificio alzado a principios de los años noventa con la idea de generar un espacio «total» para quien lo habite, desde las necesidades básicas de vida, hasta las espirituales. Un lugar de peregrinación y de fascinación. Allí, un portero recoge los últimos pedidos de Amazon de la semana y un grupo de amigos celebra la despedida de uno de ellos, que marcha de València.

Tercera. Un jubilado invade el carril bici (que, a diferencia del de peatones, está asfaltado) que une Alboraia y València. Lo hace porque en una bifurcación que en realidad es un callejón en mitad de la huerta, se sienta sobre una piedra alta, se coloca frente a los huertos y de espaldas a la ciudad, saca una dolçaina, y se pone a ensayar.

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Es sábado por la tarde, queda una hora para el partido, y en Benimaclet conviven cientos de ciudades. En el campo de baloncesto se reúnen varias pachangas, en las terrazas se mezclan las sobremesas y los tardeos de diferentes generaciones, familias apuran al cierre de los supermercados y las tiendas de barrio. Entre esas tres coordenadas, de fondo, empieza a sonar el barullo del campo de fútbol, el del Sporting Benimaclet. A pocos metros del icono del brutalismo valenciano, el edificio Espai Verd, reflejo de la València de la vanguardia que podía ser, un campo de fútbol de tierra parece haberse suspendido en el tiempo.

El campo del Sporting Benimaclet es uno de los pocos que quedan sin césped en toda la Comunitat Valenciana, pero no solo eso. No hace tanto que empezaron a tener luz, y el agua caliente ni está ni se le espera. No se trata solo de un empeño romántico, sino que también relata la naturaleza precaria, autogestionada y orgullosamente humilde del equipo. El proyecto resucitó hace cinco años con un equipo masculino, y desde el principio de esta temporada, cuentan también con un equipo femenino. Hoy sábado es día de partido.

Sin la pretensión de ser primeras

Una hora antes del inicio empiezan a llegar las jugadoras. Se están conociendo entre ellas en los entrenamientos y en los partidos, semana a semana. Los chicos del Benimaclet fueron los que tuvieron la iniciativa a principios de 2022 y empapelaron el barrio buscando personas que se animaran a formar un equipo en la liga femenina. Poco a poco, se fue uniendo la gente a entrenar; en junio ya tenían equipo, y el pasado mes de septiembre, coincidiendo con el inicio de la liga, empezaron a competir. Lo hacen en la 2º Regional Valenta, la última división de la Federaración de Fútbol de la Comunidad Valenciana (FFCV). Se preparan al sol: se alzan los calcetines, se arreglan la coleta y se cambian los pendientes por pequeños trozos de esparadrapo de tela. Están de risas y sin nervios. Pero la primera pregunta, cómo les está yendo esta primera temporada jugando, deja una no-respuesta que resuelve dudas: «Nos lo pasamos muy bien. Somos muy simpáticas», dice una de las jugadoras. «Y somos las últimas de la última categoría», matiza entre risas la portera del equipo: «Pero estamos felices, muy felices. Así no tenemos la presión de tener nada que defender. A ver, a cero no nos queremos quedar, nuestro objetivo es puntuar en algún partido. Queremos ir marcando goles. Nos gustaría ganar un día a ver cómo se siente… Bueno, más de uno».  

Todo tiene un porqué; en su caso, el equipo no solo se acaba de formar, sino que, en su mayoría, también son primerizas en esto del fútbol: «Pocas habíamos jugado el fútbol antes. Para muchas es la primera vez, sobre todo en un equipo. Algunas habíamos participado en pachangas, pero nunca compitiendo en alguna liga». En todo caso, desde la ambición no se levanta un equipo: la motivación para apuntarse ni mucho menos es la de acabar con un Balón de Oro. Entre la épica con la que se relata la creciente visibilización del deporte femenino, el Sporting Benimaclet Femenino está en otra cosa: «No éramos amigas de antes. Hay gente que se conoce pero somos muchas personas que nos apetecía la movida, que vivimos en el barrio o cerca, y simplemente nos apuntamos para hacer comboi». Quieren generar «vínculos», que van desde la amistad hasta aprender a hablar en valenciano. En el equipo conviven jugadoras naturales de Cantabria, Toledo, Burgos, Galicia, Extremadura y hasta de Alemania. En realidad, es el barrio de estudiantes y multicultural en el que se enmarcan quien las ha fichado, y el equipo se beneficia de ello.

Por si quedaran dudas, el lema del equipo es «no som un club, som un barri». Es decir, como el tradicional «més que un club» que rezan las gradas del  estadio del F.C. Barcelona, el Camp Nou, pero con argumento. «Nos diferencia de otros equipos que no solo hay una parte deportiva, sino que también nos juntamos para afianzar el proyecto y hacer barrio. El vecindario se implica, viene a los partidos y nos apoya, aunque vayamos últimas». Y así, conforme se va acercando la hora del partido, un goteo de gente va llegando. Entre todas, una invitada especial, una jugadora que ha tenido una lesión muy importante en el ligamento cruzado y que le obliga a estar varios meses alejada del campo. Antes de que llegara, el resto del equipo ha preparado un cartel para animarle y que salga en la foto de equipo.

Once contra tanto

«Hoy jugamos contra las que van primeras de liga… ¿Qué quieres que te diga de esto? ¡Vienen hasta con maletas! Pero bueno, cuando jugamos en casa lo vivimos con el orgullo de ser uno de los pocos campos de tierra de toda la Comunitat Valenciana. Es nuestro fuerte: nosotras entrenamos aquí y estamos acostumbradas, pero la gente viene de jugar en campos de césped donde la pelota hasta bota diferente. Siempre que vienen se quejan y dicen que vaya mierda de campo. Hacen fotos, nos preguntan por qué lo tenemos así, etc. Los vestuarios… Nos han puesto luz esta semana. Nos preguntan si no tenemos dinero, ¡y la respuesta es que no, que no lo tenemos! ¡Nosotras alucinamos porque hemos visitado campos que hasta tienen agua caliente en las duchas!».

Para más inri, hace tan solo unas semanas sufrieron un robo en el campo. Hasta ahora, sacaban una barra para servir alguna cerveza a la afición que se acercara. «No siquiera teníamos tanto dinero», pero ahora ni eso. Los ladrones, de paso, se llevaron parte del material técnico, que es un bien preciado por caro. Aquí no se pierden balones.

El Sporting es como el barrio que los acoge, un lugar en el que, por etéreo, cabe todo el mundo. Abierto, inclusivo, y por bandera, político (porque si en algún lugar lo personal es político, es en Benimaclet). El campo de tierra —rodeado por acequias, codo con codo con Espai Verd y con la única separación de la Ronda Nord con toda l’Horta de València y Alboraia— forma parte de su identidad. Y aunque hay un cartel que pide un campo digno, la realidad es que el equipo no le saca tantos peros. Un coche con un rastrillo enganchado como remolque se encarga todas las semanas de preparar la tierra. También se repasan las límites del campo con cal. Cerca de una de las porterías, hay un árbol que da sombra a un proyecto de huerto que han empezado esta temporada. Aún hay poco más unos caballones medio definidos, pero como en el fútbol, hay que tener algo de fe y ya evaluar al final de la temporada.

Volviendo al partido, el equipo que llega «con maletas» es el Ciutat de Mislata, que a lo largo de la temporada, jornada a jornada, ha estado defendiendo su liderazgo en la división. «Solo hemos metido dos goles por ahora, pero a nosotras nos han metido muchísimos más», advierte la portera. Llega el momento en el que el entrenador las reúne y comenta la estrategia: algunas jugadoras ya han encontrado su posición y sus dones dentro del campo; otras aún no, y casi cada semana hay algún cambio en la alineación. Los ejercicios de calentamiento se centran en ensayar asistencias y disparos a portería. Los ánimos son los de intentar salvar el partido porque prefieren ser realistas. Saben que el objetivo es muy difícil, pero la voluntad de amortiguar la derrota está presente, y como bien se dice en este tipo de situaciones, la esperanza es lo último que se pierde.

El arbitro pone un par de pegas al campo antes de empezar y amenaza con la poner en duda la celebración del partido, pero todo se resuelve con unas de bridas y algo de negociación. Ya son un par de personas las que se han acercado a ver el partido para dar calor a las jugadoras. 

Los equipos se colocan en su campo, el balón empieza a rodar, y en menos de un par de minutos una jugada magistral del Sporting Benimaclet acaba en gol. Brazos arriba, caras de asombro y pieles erizadas. ¿Y si hoy fuera el día de la primera victoria, del triunfo inesperado pero deseado, en el partido de las últimas contra las primeras?

El balón va pululando de campo a campo durante los minutos siguientes y, tristemente, la euforia se va enfriando hasta que los tres pitidos finales, noventa minutos después, dictan sentencia: 1-6. Sin embargo, el equipo no desfallece y se afana por recordar el tremendo comienzo. La afición aplaude y anima. Cae la tarde en Benimaclet.

Épica de barrio

El equipo femenino del Sporting Benimaclet empezó de cero. Y de aquel par de goles de las primeras jornadas, han conseguido llegar a final de año en un puesto doce de trece en la clasificación, con cuatro partidos ganados y veinticuatro goles marcados (y bueno, 75 encajados, pero a quién le importa). Ya no son las últimas, y el objetivo de aquel sábado de no quedarse a cero puntos ha quedado como un ingenuo recuerdo: ya tienen trece puntos. «Nosotras no buscamos ser las mejores futbolistas, lo que queremos es aprender y divertirnos. Cada vez vamos mejorando. De verdad que ya se ven mejoras, el entrenador cada vez está más contento con nosotras. Ya sabemos colocarnos en el campo, antes era un desastre y solo le dábamos patadas al balón. Ahora hay pases… Se van viendo cositas». Para el recuerdo de todas quedará aquel 29 de noviembre (posterior a esta crónica) en el que derrotaron al C.D. Monte-Sión ‘A' 10 a 0.

La evolución no es baladí, porque del equipo, solo un par de jugadoras había jugado antes, y solo una había competido. Muchas se metieron en el proyecto con el ánimo de aprender de cero. «El fútbol une… Pero también nos lo pasamos muy bien más allá del fútbol», explica la portera. Tanto es así, que el equipo es más grande del que se ve en los partidos. Hay 22 jugadoras con ficha, pero cerca de una decena más van a los entrenamientos, a pesar de no poder competir después. «Por el comboi», explican. Y añaden: “Los partidos son importantes, pero al final con el equipo tenemos sobre todo motivación para hacer deporte entre semana… Y echarnos una birrita después todas juntas»s.

Al proyecto del huerto, también se le suman diferentes fiestas que organizan con el objetivo de recaudar dinero. El equipo se autogestiona, aunque hay una empresa detrás que les ayuda con el papeleo. El día a día depende de ellas, al igual que el equipo masculino. Las fiestas sirven para poder sufragar el material y el mantenimiento del campo. También han encontrado algunos patrocinadores en tiendas del barrio y venden camisetas oficiales. Además, claro está, de las cuotas de cada una de de ellas. No hay una figura magnánima del presidente, ni directivos ricachones, ni hay un organigrama imposible de entender. No hay un «açò ho pague jo», ni un proyecto deportivo despiadado. Son un grupo de jóvenes sacando adelante el proyecto para poder jugar en común. Porque, otra vez, si lo personal es político, es en estos pequeños gestos. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 102 (abril 2023) de la revista Plaza

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