VALÈNCIA. Cuenta Toni Aparisi que, cuando comunicó a su familia que quería dedicarse a la danza, se hizo el silencio. Muchos años después, con un asentado recorrido en la profesión (y con tres premios Max, dos como mejor intérprete, y otro como Mejor Coreografía; entre otros muchos reconocimientos), recuerda sus inicios con una sonrisa y definiéndose, en la actualidad, como un “actor que baila” o un “bailarín que actúa”.
Con el regreso de Alicia en Wonderland, el cuento revisitado por Chema Cardeña con múltiples paralelismos (y críticas) a nuestra sociedad actual, y ahora (re)actualizado, Aparisi vuelve a enfundarse el disfraz de su Gato Chasure de Cheshire. Aprovechamos la ocasión, unos minutos antes del inicio de la función (que estará hasta el 6 de enero en Sala Russafa) para conocer un poco más de cerca cómo es vivir sin dejar de moverse. A veces, literalmente.
-Después de cinco años, vuelve Alicia en Wonderland a la Sala Russafa de València, ¿a qué responde este regreso?
-A que, desgraciadamente, la situación de la sociedad y la política sigue siendo la misma; incluso ha ascendido varios grados en desastre. Chema Cardeña, con mucho acierto, ha actualizado la obra, dejando lo que ya existía y sigue existiendo, y añadiendo elementos nuevos que se han incorporado a la sociedad y a la política en estos últimos tiempos.
-Alicia en Wonderland es un retrato de nuestra actual sociedad y mundo en clave metafórica e irónica. ¿Qué paralelismos teje la obra con nuestra realidad?
-Muchos. Alicia, por ejemplo, es una becaria con una carrera, con dos masters de los de antes (como mucha de la juventud de ahora, la mejor preparada de la historia); que, sin embargo, no consigue un trabajo porque los políticos, los encargados de gestionar la sociedad, no son capaces de activar los mecanismos que pueden ayudar a que las nuevas generaciones se incorporen a la vida laboral y a que las que ya tienen un trabajo, no lo pierdan, etc.
A ello hay que sumarle temas actuales como la corrupción, la gente que mira por sí misma y no por los demás, la falsa ecología; y, por otro lado, el movimiento feminista, el movimiento por la reivindicación de los derechos humanos… Asuntos que, en lugar de bajar, han subido en cuanto a tensión. Todo eso se refleja en la obra desde el humor ácido, y todos los y las que la integran están a un gran nivel.
-Dentro de la obra, una parte importante es el baile.
-A Chema le gusta mucho la coreografía. Hace sus pinitos y le gusta enriquecer los montajes con pequeños toques coreográficos que, además, son bastante divertidos y recurrentes; y que, sobre todo, tienen que ver con la trama y están metidos dentro de la trama. Yo he hecho parte y otras coreografías han surgido del propio trabajo de los actores. Por ello, en este caso, he asesorado más que coreografiado.
-Además de participar en Alicia, tienes tu propia compañía de danza y muchos otros proyectos. ¿Cómo es tu proceso creativo a la hora de crear una coreografía?
-Te puedo hablar de las últimas obras que he hecho. A circle in the water, junto con Capella de Ministrers, habla sobre la melancolía. En este caso, Carles Magraner y yo teníamos ganas de hacer algo íntimo. Todo surgió a raíz de una película de Vicente Monsonís sobre una obra de Chema Cardeña, Matar al rey, donde Carles hizo la banda sonora. A partir de ahí, estuvimos estudiando sobre la melancolía, leyendo el tratado de Robert Burton, etc. Seleccioné unos textos del libro y los apliqué a la música que me pasaba Carles Magraner, que toca la viola de gamba, junto con otro músico que tocaba el laúd y la tiorba, y una soprano; fuimos trabajando los roles que podían aparecer, y a partir de la música surgió la coreografía.
Después, en otro espectáculo que he hecho sobre las relaciones con Daniel Flors, la coreografía surgió a partir canciones de los años 20, 30 y 40; de los musicales americanos tamizados por él y sustentados en el trabajo sobre las relaciones interpersonales. A partir de ahí, también salió la coreografía.
-¿La coreografía siempre surge de la música?
-A veces no. A veces va por delante. Por ejemplo, con Daniel Flors, primero he hecho yo el trabajo coreográfico y después ha aportado él la música. Otras veces surge a la vez, especialmente si el músico comparte proceso creativo contigo en el aula de ensayos. Ahí ambos podemos proponer y puede surgir, así, lo que es el cuerpo del espectáculo. Es básico, y para mí muy importante, que la música sea ejecutada en directo.
-¿Qué aporta el que sea en directo?
-Es un espectáculo dentro del espectáculo. Creo que la música dejó de estar en directo en el escenario, en primer lugar, porque apareció la tecnología y, en segundo, porque esta abarata costes. Y, por esa parte, entiendo que los programadores quieran abaratar costes, pero creo que no son realmente conscientes de lo que significa que un espectáculo esté ejecutado con música en directo. Está más vivo, tiene más fuerza, y ofrece más lecturas. La obra desprende más viveza. Sé que es muy difícil muchas veces, pero cuando se consigue, potencia y realza cualquier cosa que hagas.
-¿Perjudica la tecnología a las artes escénicas?
-Es como todo. El uso indiscriminado de la tecnología es un peligro de cara a la creación. Pero creo que aún queda un tiempo largo hasta que las tecnologías sustituyan al directo. Creo que este será uno de los oficios que más tardará en desaparecer: el de las artes escénicas. En cine sí sucede, pero en teatro, danza y música es difícil sustituir un actor, una actriz, un bailarín, una bailarina… por un holograma; que ya lo hacen, como un concierto de Nat King Cole, con gente tocando y él proyectado en 3D. Igual tiene gracia una vez, pero creo que la gente con lo que vibra es con el directo. Y, por el momento, las máquinas no han llegado ahí.
-Como ha pasado con la película El irlandés, donde Scorsese ha utilizado la tecnología para rejuvenecer a los actores…
-Yo la he visto, y es un recurso, es cierto. Pero, usándolo, te evitas buscar un actor que se parezca a Robert De Niro de joven, etc.; y, a la larga, creo que se le quita el trabajo a una persona. Quizá es interesante como un recurso de caracterización… pero en cuanto al cuerpo de la historia, considero que pierde.
-¿Hay un circuito de danza potente en València?
-A pesar de que se está haciendo un esfuerzo muy grande, aún cuesta programar danza. A veces somos nosotros, los artistas del mundo de la danza, los que somos bastante herméticos en cuanto al espectáculo. Y, por supuesto, un artista tiene todo el derecho del mundo a ejecutar su obra como quiera, a hablar de lo que desee, y a ser todo lo hermético que quiera.
Sin embargo, hay que entender que no se ha programado danza en mucho tiempo y el público no ha seguido la trayectoria y evolución de este arte. Es como si pasaras de las Meninas a un cuadro de Miró sin explicar todo lo que ha pasado. Quizá haya que gente que lo entienda, y le guste; pero la mayoría se sorprendería y probablemente no lo comprendería. Es difícil que la gente entienda, de forma lógica y cronológicamente factible, por qué los bailarines, las bailarinas, los coreógrafos y las coreógrafas hacen ciertas cosas en un escenario.
Esos años ya se han perdido, y ahora hay que correr para explicarle al público lo que sucede. Si el público se siente atraído por lo que sucede en escena, es igual el lenguaje que utilices o qué hagas. Y es labor de todos, de los creadores, pero también de la gente que programa. Todavía hay un porcentaje muy bajo de programación de danza en ciertos espacios.
Nosotros ahora estamos intentando mover el espectáculo A circle in the water y es difícil, a pesar de que es un espectáculo que solamente por la interpretación de la música, con los tres interpretes increíbles que tiene (Carles Magraner, Robert Cases y Delia Agúndez), ya valdría la pena. Solamente por escucharlos, ya es un espectáculo en sí. Sin embargo, hemos hecho algunos sondeos y de momento no hemos sacado nada.
-La danza parece siempre algo accesorio; de la música, del teatro…
-Sí, a veces parece el postre o el aperitivo para otra cosa; cuando, en realidad, los creadores y las creadoras del mundo de la danza desarrollan y ofrecen espectáculos íntegros y con mucha miga. Incluso, sin querer menospreciar el teatro, la danza es un lenguaje universal. Puedes bailar en Japón, en China... donde sea. Es un lenguaje universal que nos corresponde a todos y, aun así, cuesta.
-La danza es una profesión muy física y, quizá por ello, podríamos llegar a asociarla con personas jóvenes. ¿Crees que hay una fecha de jubilación impuesta por el paso del tiempo en este tipo de oficios?
-Depende de las culturas. Por ejemplo, en Japón, los bailarines del teatro; cuanto más viejos, más se respetan. Se entiende que han acumulado más sabiduría y más arte. También es cierto que en algunos tipos de danza se asocia la excelencia a la fisicalidad, en vez de entender que un bailarín es capaz de acumular experiencia y de transmitirla. Sin embargo, se entiende al revés: si no haces un mortal o una triple pirueta, parece que estés ya devaluado o devaluada.
En mi caso, siempre he intentado hacer lo que he podido a nivel físico. Yo tengo suerte, de momento no me he lesionado y parece ser que lo hago todavía le interesa a la gente que está sentada en el patio de butacas. Pero, obviamente, la fecha de caducidad también la pone la sociedad.
-Desde este mismo año eres profesor y coreógrafo del Grup de Dansa de la Universitat de València. ¿Cómo es enseñar danza? ¿Aquí es más real, sobre todo por la cuestión del ritmo, el “nace” o “se hace”?
-Creo que la danza o la comunicación física es el primer lenguaje del ser humano. La gestualidad y las primeras manifestaciones “artísticas” del ser humano, aparte del sonido y la pintura, son el movimiento y la danza. Sin embargo, todos tenemos un autocomplejo al respecto: “Yo no sé bailar”, “no tengo ritmo”, “soy muy patosa” …
Mi experiencia, sobre todo con gente que no se dedica profesionalmente a esto, es que trabajando sacas unos resultados asombrosos. Aquí, en Sala Russafa, tengo un grupo casi todo de chicas de distintas edades que, desde hace ya un tiempo, hacen muestras de cincuenta minutos con coreografías totalmente solas. El resultado es asombroso, y, si ves la evolución que han tenido las que empezaron desde el principio hasta hoy, es para quitarse el sombrero.
Por tanto, es un tópico y un estereotipo. Todos somos capaces de bailar. Como el dibujo, es un medio de expresión. Que lo hagas bien o mal depende de quien lo vea y diga; pero, en cualquier caso, ¿por qué dejar de hacerlo?
-El salto del reconocido musical Cats al cine ha sido bastante criticado. ¿Crees que todas las historias se pueden contar en todos los formatos igual de bien?
-Creo que depende de la gracia “artística” que tenga la persona que lo lleve. A veces es muy difícil. Pongámoslo al revés: llevemos la película Grease a un musical de teatro. Nadie va a ser Olivia Newton-John ni John Travolta; ni tampoco la banda sonora de los Bee Gees sonará igual.
Hay veces que la traducción gana y potencia, pero en otras ocasiones, se pierde y no sirve. En un teatro puede pasar de todo, pero en el cine… es muy peligroso tratar de hacer ciertas cosas, porque se puede perder la frescura del directo del espectáculo. Y eso que seguramente interesará, y puede estar bien hecho; con buenos intérpretes… pero pierde la gracia de hacerlo en vivo. Yo, desde luego, me quedo con el directo.