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La encrucijada  / OPINIÓN

Tras la Dana: ¿Volveremos a la resignación y el conformismo?

7/01/2025 - 

07/01/2025- Más de dos meses han transcurrido desde aquel terrorífico 29 de octubre. Un tiempo de dolor, rabia e incertidumbre. Los valencianos, ante esta catástrofe cimentada sobre vidas, barro y lágrimas, tenemos que hacernos una pregunta por elemental que sea: por qué, de los siete presidentes de la Generalitat habidos desde 1983, cuatro de ellos, incluido el actual, han practicado políticas y adoptado decisiones e inhibiciones conducentes al desprestigio de la Comunitat y contrarias a la dignidad y seguridad del pueblo valenciano.

Se puede ser conservador de muchas formas y las diversas Comunidades Autónomas así nos lo confirman ahora mismo. Sin embargo, buena parte del conservadurismo valenciano se ha anclado en el más reaccionario, en el más dependiente del amiguismo, en el menos preocupado por el futuro a largo plazo, en el más convencido de su impunidad. Su visión de la Comunitat Valenciana ha utilizado los símbolos tradicionales, civiles y religiosos, para acotar el espacio del regionalismo de modo que no fuera una molestia. Ha optado por las obras y eventos faraónicos para impregnar su gestión de un halo modernizador que, en la trastienda, amagaba con frecuencia sabrosos sobrecostes y atractivos beneficios pera empresas e individuos concretos. Ha hecho suyo un modelo de crecimiento que ya le venía dado, basado en la situación geográfica de la Comunitat Valenciana: mediterránea, a igual distancia de Madrid y Barcelona, bien comunicada por carretera y avión con el resto de Europa, con cientos de días de sol, abundantes playas y ciudades de cultura y sabor históricos. Todo un festín para el binomio inmobiliario-construcción, las actividades logísticas y turísticas y, en alguna medida, las energías renovables. 

Una naturaleza generosa, -el tan famoso como falso Levante feliz-,  que ha incitado, sin que existieran frenos suficientes ni firmes para detenerla, una desnortada ocupación del territorio. Aunque éste fuese inundable; aunque fuese de una riqueza paisajística singular; aunque desafiara la furia del mar; aunque se vendieran a precio de ganga unos terrenos que, en otras partes, se administran con prudencia para mantener bien alta su marca internacional de precio, calidad, prestigio y sostenibilidad.

Foto: RAFA MOLINA

El conservadurismo económico que ha predominado en estas circunstancias ha sido muy diferente al nacido en otras áreas de Europa acuciadas por una naturaleza hosca e, incluso, agresiva. Cuando esto ha ocurrido, los conservadores de aquellas geografías no han tenido más remedio que buscar otras direcciones para sus negocios. Y han encontrado en el cultivo intensivo del conocimiento humano su gran catapulta, ya sea porque se han anticipado históricamente en educación, han estado más atentos a los avances tecnológicos conseguidos en otros países o han tomado como objetivo principal el crecimiento de la empresa con nuevos productos y más amplios mercados. No sorprende que la revolución industrial haya tenido un norte y un sur distanciados ni tampoco que, ahora mismo, la innovación alimente dicha geografía con un nuevo norte impulsor de sociedades digitales, tecnologías emergentes, nuevas empresas y abundancia de invenciones protegidas internacionalmente.

En la Comunitat Valenciana, en cambio, ha ganado presencia un capitalismo conservador que, a diferencia de la agricultura, la industria y una parte del turismo, se ha blindado ante la competencia. Un capitalismo poderoso gracias a la simbiosis establecida con el segmento político más conservador de la Comunitat. Una simbiosis en la que el brazo económico beneficia al político invirtiendo en actividades intensivas en mano de obra, rápidas reductoras del desempleo; por su parte, el brazo político beneficia al económico alisando la aprobación de los proyectos empresariales que requieren de intervención pública y ampliando el diámetro del negocio privado mediante la concesión de la gestión de servicios públicos a grupos empresariales locales. A su vez, ambos círculos se benefician de la aprobación de nuevo suelo urbano: los promotores de éste por razones obvias; los políticos, porque surge la oportunidad de que, mediante el trazado de la nueva raya, los pequeños propietarios, asimismo beneficiados por la recalificación, experimenten el ascenso de su estatus económico y se identifiquen con aquel tipo de conservadurismo. 

Al mismo tiempo que esto ha sucedido, la industria, la agricultura, los servicios avanzados y las startups innovadoras han recibido golpecitos de ánimo en la espalda, pero no han logrado romper ese universo en el que las plusvalías cuentan más que los beneficios y el pelotazo más que la reinversión destinada al crecimiento orgánico de la empresa; donde la baja productividad y los magros salarios desplazan a la eficiencia empresarial y al progreso económico de los trabajadores; donde los listillos oportunistas, consumidores de mercantiles efímeras, logran destacar más que el empresario responsable con visión de largo plazo.  

Foto: E. MANZANA/EP

La anterior atmósfera ha propiciado el surgimiento de damnificados a lo largo de varias décadas. Entre estos, las obras de prevención y corrección hidrológica que, estando ya definidas a inicios del presente siglo o con anterioridad, continúan ausentes más de 20 años después. Son inversiones poco visibles y lucidoras, al igual que ocurre con el alcantarillado y las depuradoras municipales. Nada que ver  con las inversiones que, habiendo recibido el bautismo de “estratégicas”, eluden cualquier análisis coste-beneficio y son contempladas con generosidad en los presupuestos para satisfacción de los grandes captores de rentas públicas, como ha sucedido con la alta velocidad ferroviaria. Damnificada ha sido también la política urbanística, que ha encontrado frenos muy poderosos a nivel local y supramunicipal, incluso cuando ha intentado impedir las grandes ambiciones de codicia y las pretensiones irracionales. Intereses que, en el mejor de los casos, han terminado en soluciones de compromiso incapaces de conjurar las consecuencias de las inundaciones. 

La naturaleza, de nuevo, ha castigado a los valencianos. Lo ha hecho muchas veces y seguirá intentándolo en el futuro. A partir de ahora se discutirán soluciones y puede que se limiten algunos excesos del pasado hasta que la memoria de lo sucedido comience a desvanecerse. Será así porque, si nos resignamos y conformamos, en la veta más profunda de nuestra geología social nada habrá cambiado: nada lo habrá hecho si permitimos la continuidad de ese rancio conservadurismo, económico y político, que no está dispuesto a moderar sus impulsos, atender al interés general y abandonar la vía de los atajos hacia un enriquecimiento que ignora la competencia, el juego limpio y la responsabilidad social. 

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