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el interior de las cosas / OPINIÓN

Una realidad efímera

12/10/2020 - 

 Los primeros rayos de sol se cuelan entre los visillos de la nueva casa. Luces  sin brumas que asientan el otoño. Mientras escribo, ayer, el viento sopla enfurecido en la mañana de domingo. Sus silbidos entre persianas y ranuras de ventanas provocan escalofríos en mi perro Pancho que, aterrado, se protege escondido bajo cualquier superficie y, también bajo mis piernas, buscando una seguridad inexistente. Tampoco me gusta la furia del viento. Ni sus sonidos. Ni sus augurios. En la montaña, en Morella, cuando sopla el fuerte cierzo hay que prepararse. Alguna vez he aferrado la mano de mi pequeño hijo acompañándole al colegio de la Alameda, pensando que el viento podría arrebatarlo por su delgadez extrema. En los lugares donde predomina el viento se produce un hábitat anímico difícil de describir. El océano de montañas de Els Ports lleva largos otoños e inviernos dominados por aires difíciles. El viento que seca y desierta la tierra. Son las transformaciones que está marcando el cambio climático. El viento cabalga velozmente, arrastrando las nubes prodigiosas para la lluvia, replegando cualquier aliento vegetal y animal. 

"El sistema sanitario ha funcionado. Por vía telefónica se resolvieron la angustia y las dudas. Una prueba PCR negativa confirmaba una situación que vamos a vivir casi todas y todos en este otoño".

El viento arrastra demasiadas cosas. Este domingo, en la nueva casa, de entre varias en poco tiempo, las puertas tenían vida propia. Las cajas de una mudanza interminable crujían, como si sus contenidos exigieran salir y manifestarse. Abres una de ellas y, de repente, emergen varias vidas, varias escenas y escenarios. La corriente de aire destroza un bello recipiente de perfume de cristal de Murano, adquirido en la Venecia de hace décadas por alguien que quiso a alguien durante un corto tiempo. Los pequeños cristales de todos los colores se expanden en el nuevo salón, aireado y soleado. Y sientes que algo se rompe dentro, pero algo pequeño, casi insignificante. En el mismo espacio surge una pequeña agenda de 1997, con dedicatorias amorosas y buenos deseos, casi insignificantes. Pero, en su interior, mis pequeños dibujaron varias estrategias de futbol y baloncesto, ciertamente políticas, con sus jugadores, previsiones y resultados. Entre los dibujos hay anotaciones de ‘dentista’ ‘ginecólogo’ ‘artículo sobre Santantonades’  ‘comprar pan, tomate, lechuga y bolo’. El bolo es uno de los mejores manjares morellanos. Emocionante. 

El viento, con esa tremenda luz, ha revolucionado los instantes del letargo del puente, y de diez días de confinamiento. Mi perro ha entendido que algo pasaba, que una gripe y un jodido resfriado nos ha dejado en casa, deambulando por los pasillos sin casi mirarnos, tirando de la fatiga y de un dolor muscular insoportable. El sistema sanitario ha funcionado. Por vía telefónica se resolvieron la angustia y las dudas. Una prueba PCR negativa confirmaba una situación que vamos a vivir casi todas y todos en este otoño. Los resfriados ya no son lo que eran. Ni la gripe. Prevenir y descartar se hace urgente. Al primer estornudo, ante un malestar de garganta, de dolor corporal, hay que ponerse en contacto con ambulatorios o centros de salud. Hay que pasar por la prueba Covid. Hay que prevenir, descartar, vigilar y ser responsables.

“Hemos pasado la primera ola, estamos en la segunda y en medio hemos tenido vacaciones”. 

Este virus no tiene tregua. Nos ha esclavizado y nos ha cambiado la vida. No sabemos cuándo va a terminar esta pesadilla, esta putada que nos ha gastado la vida, como escribía hace unos días mi colega Montse Arribas. En estas últimos días ha sido duro seguir las noticias. Por una lado, parece ser que habitamos en ese levante feliz del que siempre hemos renegado. Un optimismo  propagandístico que siembra la duda, porque nada es lo que parece y porque la realidad es efímera. En un par de días todo puede cambiar. Por otra parte, aterra escuchar a dirigentes como la presidenta de la Asamblea de Madrid y sus delirantes discursos. En medio de tantas versiones como gobiernos se encuentra una ciudadanía confusa, insegura y asustada.  

Con la gripe común a cuestas las cajas se hacen enormes. Decenas de ellas ya se han vaciado, descubriendo historias olvidadas y otras necesariamente vitales. Entre trastos, herramientas, utensilios de cocina, esa vajilla inglesa y los pocos platos y vasos que sobrevivieron a una pantanada, allá en Gavarda, aparecen unos cuantos pósit amarillos. Mama despiértame a las 7,30 que tengo que estudiar. Mama perdóname, no quería hacerlo. Mama a veces me enfado pero no pasa nada. Mama yo te quiero y al tete también. 

Con la gripe a cuestas, los días han pasado extraños. Desde casa, los medios de comunicación locales y autonómicos han contado que en el Puerto de Castelló ha comenzado una pequeña edición de Escala a CastellóUna cita que recrea las grandes navegaciones de siglos pasados, una forma de vida marítima con sus historias bélicas, tremendas, y también humanas, con la curiosidad de aquellos que surcaron los mares sin conocer el destino. Con la búsqueda de tesoros que movieron civilizaciones. Castelló mirando al mar como la mejor bandera. Bellas imágenes del estimado colega Antonio Pradas y un público entusiasmado con las naves históricas, cumpliendo de pleno todas las medidas de seguridad. Escala a Castelló es, como proyecto de la Fundación Nao Victoria, aquello que nos demuestra, como el reconocido libro del economista E. F. Schumacher, que lo pequeño es hermoso. 

"No sabemos hasta dónde va a llegar la precariedad, el desempleo, el hambre y las desigualdades que nos rodean. Hay vértigo en los corazones".

Como dijo este sábado en la Ser, el genial Enric González, corresponsal en Buenos Aires, hemos pasado la primera ola, estamos en la segunda y en medio hemos tenido vacaciones. Quienes nos creemos la gravedad del asunto, llevamos desde el pasado mes de marzo viviendo una especie de autoconfinamiento. Una inseguridad que acompaña a decenas, cientos y miles de personas. No sabemos qué va a pasar mañana, ni al otro día. No sabemos hasta dónde va a llegar la precariedad, el desempleo, el hambre y las desigualdades que nos rodean. No sabemos nada de nuestro futuro inmediato. Hay vértigo en los corazones. Y duele ver que quienes dirigen las instituciones públicas, en algunos casos, se exhiban como si la vida siguiera sin problemas. La ciudadanía está triste y desencantada, abriéndose brechas peligrosas donde se cuela cualquier profeta con sus falsos discursos para la esperanza. 

Los mejores instantes de tantos días y meses de pandemia somos las convivientes telefónicas, además de los esporádicos y tímidos encuentros familiares por cuestiones de seguridad. Mi amiga R.A. vive sin vida social, como casi todas vivimos enclaustradas y deseosas de que la realidad nos devuelva la alegría, los besos y los abrazos. Somos personas de riesgo y responsables. Pancho me proporciona conversaciones profundas que una pareja no podría superar. Su mirada es suficiente para sentirte estimada y recordarme que no estoy sola. En estos meses hemos inventado formas de vivir para combatir la rabia y la soledad. Hemos compartido videoconferencias, correos electrónicos y otras vías de comunicación para desahogarnos, porque vernos en presencial, con las mascarillas que ocultan nuestros gestos es demasiado triste. Y cada vez hay un mayor desasosiego. Nos cuesta acercarnos, no sabemos qué va a ser de esta sociedad doblegada y secuestrada por este maldito virus. 

"En los lugares donde predomina el fuerte viento se produce un hábitat anímico difícil de describir".

Uno de los mejores y felices instantes de este puto recorrido lo viví ayer domingo mientras mi amiga R.A. intentaba resintonizar los canales de una televisión ultra moderna que le había regalado su hermano y que su sobrino le había programado. A través del teléfono escuchaba como mi amiga cambiaba su tono diciendo muy decidida La Primera, TeleCinco… No tenía ni idea. Pero ella hablaba a una televisión que le contestaba “no he entendido”.  La vivencia fue deliciosa. Dile a ese aparato Oye, estoy aquí!!!, recomendando a mi amiga que bautizara a la tv con un nombre, no sé, le dije Rosita y que cada vez que se sentara delante del aparato le dedicara una sonrisa y un Hola Rosita!!, Me escuchas?. Como yo hice en el confinamiento con un robot limpiador y aspirador al que llamé Manolo, y al que me gusta decirle Manolo, limpia y déjalo todo como los chorros del oro. Y ya, rápido. 

En estos meses, que nos preparan para una nueva era, siento, a veces, que me gustaría ser insertada por un chip sensible y visionario, un dispositivo que permita ser reaccionaria a tanto despropósito, calamidad e ignominia, que me permita proteger a mi querida descendencia cuyo futuro me duele. Me gustaría, como en La Mujer Habitada de Gioconda Belli, ser un enorme árbol  de raíces firmes, ramas poderosas, y cuyos frutos fueran las naranjas y los sabrosos limones de los plantones que mi abuela insertara en la tierra para que nadie perdiera su origen y su destino. 

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