No está clara la frase “Quien no conoce la historia está condenado a repetirla”, atribuida al filósofo español residente en EE. UU Jorge Nicolás Ruiz de Santayana ante una visita al campo de concentración nazi de Auschwitz y repetida muchas veces por historiadores y políticos. Sin embargo, la verdadera cita decía: “Los que no pueden recordar el pasado están condenado a repetirlo”. Pero no parece cierto y hay hechos que lo confirman. En la mayoría de casos, la historia es para los especialistas que investigan, producen monografías y artículos. Es tanta la cantidad de lo publicado que se hace difícil extenderlo a una gran mayoría. Los relatos popularizados pueden coincidir o no con lo investigado, que aún así estará sujeto a las varias interpretaciones que los propios estudiosos debaten. La guerra civil española, por ejemplo, es un caso paradigmático, todavía las divisiones persisten, incluso entre los nietos y bisnietos. Algo parecido ocurre en los 12 estados que formaron la Confederación en la guerra civil norteamericana donde existen estatuas o nominaciones de edificios de los que fueran presidente del Sur, Davis Jefferson, y del general Robert Lee, derrotado por las tropas de la Unión. Ha habido manifestaciones recientes con resultado de muerte por protestas en Virginia.
Si analizamos los veinte años que trascurrieron entre el final de la I Guerra Mundial en 1919 y el comienzo de la segunda en 1939, se publicaron una cantidad de estudios sobre las causas que afectaron a Europa en una guerra con millones de muertos, y parecía, con la creación de la Sociedad de Naciones, antecedente de la ONU, que terminarían las guerras entre europeos. Sin embargo, la difusión del análisis de aquella conflagración no evito que Alemania invadiera Polonia y estallará de nuevo la guerra con más muertos que la primera. Pero algunos acontecimientos del pasado pueden servirnos no para repetirlos, porque las Historias se parecen pero nunca son iguales, sino para reflexionar sobre las consecuencias que provocan las decisiones adoptadas.
Como se sabe, en el siglo XIX español hubo dos guerras carlistas que comenzaron cuando los liberales pretendieron acabar con las estructuras del Antiguo Régimen, terminar con el feudalismo y estructurar el Estado español como unidad política que generó el nacionalismo español con unas condiciones legales, en teoría, iguales para todos los españoles, como así lo reafirmaron las distintas Constituciones aprobadas. Pero hubo zonas del territorio que no aceptaron las condiciones del liberalismo español, progresista o conservador. Lo que hoy conocemos como el País Vasco y Navarra se rebelaron contra la unidad liberal y generaron un ejército que se enfrentó a los militares defensores de la reina Isabel II, la hija de Fernando VII, frente a su tío, Carlos, que se consideraba legitimo heredero. Pero detrás de la polémica monárquica existía la reivindicación de un modelo de Estado diferente con el mantenimiento de los Fueros y posteriormente los Conciertos que Antonio Cánovas mantuvo después de la Constitución de 1876, y que siguen en la actual Constitución.
Otro frente surgió al final del siglo XIX desde otra perspectiva del Estado con la aparición de los nacionalismos catalán, vasco y posteriormente gallego hasta llegar incluso a Valencia en la segunda mitad del XX. Algunos han visto una secuencia del carlismo histórico, pero el debate historiográfico no ha llegado a un acuerdo y se consideran fenómenos distintos, aunque exista un común denominador común contra la estructura unitaria de España como nación única. Pero si volvemos al final de la I Guerra Carlista se firmó la paz con el llamado abrazo de Vergara entre el general del liberalismo Espartero y el general carlista Maroto después de firmar un Convenio en 1839 para acabar la guerra con la mediación del almirante británico John Hay. Parecía que el acuerdo iba a terminar con el problema, pero se produjeron tres guerras carlistas más a lo largo del siglo, y este duró como fuerza política hasta bien avanzado el siglo XX.
Si nos adentramos en el Convenio, veremos que todo se remitía a la guerra, y así en su artículo 10º Espartero se comprometía a solicitar al gobierno atender a las viudas y huérfanos de los fallecidos carlistas. Además, los militares carlistas conservarían sus grado en el ejército. Pero nada se acordó sobre la estructura política de España que era lo que en realidad se debatía. Algo parecido a la política de “tranquilidad” que el gobierno actual ha emprendido con el proceso catalán. ¿Terminará eso con el nacionalismo y su aspiración a constituir un Estado independiente? ¿O antes había que llegar a un acuerdo entre PP y PSOE, oyendo a las fuerzas políticas catalanas, sobre cómo solucionar el tema?
El pasado domingo se cumplieron tres cuartos de siglo de la mañana en que Castelló descubrió las trágicas consecuencias de una tromba de agua que la víspera anegó los barrios del norte de la ciudad, en una jornada que dejó al menos 12 víctimas mortales, la gran mayoría de corta edad. La catástrofe marcó a toda una generación de castellonenses