A estas alturas, el cambio climático es algo asumido por la mayoría de la gente, al margen de mentes extraviadas que profesen el terraplanismo o cosas similares. Y es que los datos son irrebatibles.
Gracias a la geología, sabemos la evolución del clima de la tierra, ya que queda reflejada en las piedras, el hielo profundo de los polos o los sedimentos del fondo marino. Y el estudio de todo esto despeja cualquier duda: la naturaleza climática del planeta es variable y cíclica.
En el pasado hubo periodos más cálidos que hoy en día, y también otros muy fríos. Y la causa de esa variabilidad se debe a los cambios en la energía solar captada por el planeta y a las circunstancias geológicas cambiantes, especialmente la deriva de los continentes.
El matemático y astrónomo Milutin Milankovich (1879-1958) estudió los ciclos orbitales de la tierra y propuso la existencia de unos ciclos climáticos a largo plazo que llevan su nombre. Se ha comprobado que sus conclusiones coinciden exactamente con los datos del pasado, con lo que es fácil deducir lo que ocurrirá en el futuro. Queda claro que vivimos en una era de enfriamiento progresivo, que empezó hace medio millón de años, muy distinta del clima tropical que disfrutaron los dinosaurios del cretácico cuando en el globo no existía hielo permanente.
Pero si la tendencia es a más frío, ¿qué está pasando? Resulta que hace diez mil años la tendencia se dio la vuelta por la tala y quema de bosques y la extensión de la agricultura. Los registros fósiles demuestran que, desde el 8.000 a.C., las concentraciones de gases invernadero comenzaron a elevarse progresivamente. El carbono almacenado en la madera de los árboles se fue liberando a la atmósfera, y menos masa vegetal fue absorbiendo menos cantidad de un CO2 en aumento, cuyas cifras explotaron con la revolución industrial y demográfica del siglo XX y la quema masiva de combustibles fósiles. En cifras: en la era preindustrial, la atmósfera tenía 600 gigatones de carbono, y hoy acumula 9.000; la concentración de CO2 era de 300 ppm en 1960, y hoy superamos ampliamente las 400 ppm. Y acelerando.
Podemos mitigar, quizás, el apocalipsis, pero es inevitable que, en unas décadas, la inercia climática nos enfrente a un desastre planetario a causa de la subida del nivel del mar
Y la previsión no es optimista. Por mucho que reduzcamos las emisiones y repoblemos bosques para absorber el exceso de CO2 de la atmósfera, el fenómeno ya es irreversible. Podemos mitigar, quizá, el apocalipsis, pero es inevitable que, en unas décadas, la inercia climática nos enfrente a un desastre planetario a causa de la subida del nivel del mar cuando los glaciares y las masas de hielo se deshagan como el hielo de una copa, un fenómeno que podría agravarse con un, más que posible, colapso súbito.
En el último siglo, el nivel del mar ha subido 20 centímetros, algo casi inapreciable. Pero la previsión de la NASA es que para 2099 la subida sea de entre uno y dos metros, en función de la velocidad de fusión de los glaciares de Groenlandia y la Antártida. Y sin garantías de que no empeore.
Analizar el impacto de esta subida, a solo unas décadas vista, daría para una biblioteca. Básicamente parte del litoral desaparecerá, los pozos cercanos a la costa se salinizarán y muchas zonas cultivadas resultarán amenazadas. Las medidas posibles son las que ya tomaron los Países Bajos hace tiempo: diques, cambio de asentamientos, cambio de cultivos… Nuestras sociedades se enfrentarán a un desafío épico para adaptarnos a las nuevas condiciones que requerirán colosales obras públicas. Poco más de dos metros harán que Sueca sea puerto de mar y Benimaclet tenga playa.
De niño me apasionaba una serie fantástica de televisión llamada Viaje al fondo del mar. Quién iba a sospechar que en el tiempo de una vida sería el fondo del mar el que viniera a visitarnos.