VALÈNCIA. No importa tu estado de ánimo actual. Ni la ocupación con la que te ganes los cuartos. Da igual la ubicación de tu nido. O las aspiraciones que le hayas esbozado a tu futuro yo. Sea quien sea la persona que existe en tu piel, hay altísimas probabilidades de que en los últimos años te hayas encontrado a ti mismo enganchado a una serie o película ambientada en ese universo de emociones convulsas llamado ‘la adolescencia’. Quizás busques revisitar una etapa de euforia teen, quizás exorcizar los fantasmas de una juventud atormentada. Tal vez el objetivo sea sublimar a través de la pantalla lo que pudo haber sido y no fue, imaginar cómo habría sido esa vida, hallar en el audiovisual la representación de la que uno careció con 15 años. O reencontrarte con esa muchacha en cuyo cuerpo exististe cargada de anhelos y dudas. En cualquier caso, hay algo magnético en las fábulas audiovisuales que recorren pasillos escolares y enmarcan sus diálogos en las angustias e ilusiones de un coming of age con estupenda fotografía.
Desde Castellón Plaza nos lanzamos a inspeccionar los motivos por los que al público le encanta regresar al instituto a través de la ficción. O, al menos, experimentar una versión de la pubertad mucho más estética y fascinante, con pocas horas de deberes bajo el flexo y bastante menos acné. Empezamos por el principio. ¿De dónde brota ese embeleso ante las vidas adolescentes pasadas por el tamiz del guión? Al habla Alexia Guillot y Adriana Cabeza, responsables Las Entendidas: “ese despertar hormonal, de sentimientos y sensaciones que desconoces… De todas las historias que la ficción nos permite vivir, ser adolescente es una que no volverá y que vive de nuestra nostalgia, una nostalgia en parte inventada o reimaginada, porque nuestra pubertad fue mucho más aburrida”.
Pasamos la palabra a Clara Gorría, integrante del podcast Última Fila y productora: “lo que fascina de estas series es que vuelves a esas sensaciones intensas (como que el chico que te gusta te roce una mano) que de adulta ya no vives con tanta potencia, pero sin la vergüenza y el ridículo absoluto que se sienten en esos años. Muy poca gente quiere volver a la época del instituto, pero estas ficciones te permiten vivir solamente la parte más emocionante”. “Todos hemos sido adolescentes, es lógico que despierten interés estas historias. Es una etapa crucial, llena de primeras cosas y de plantearse cuestiones fundamentales que construyen nuestra personalidad: problemas de identidad, el amor, la exploración de la sexualidad, la rebeldía, las relaciones familiares, la dificultad de madurar, el descubrimiento del mundo y la realidad, el proceso de aprendizaje, la sensación de que todo es incertidumbre, etc”, comentan Áurea Ortiz, Mikel Labastida y David Brieva, agentes del podcast Laboratorio de Investigación de Series.
En las selvas tumultuosas de Internet abundan los memes sobre actrices y actores bien entrados en la veintena (y más allá) que interpretan a chavales. Cuerpos plenamente adultos fingiendo no serlo. Pero el propio germen de estas ficciones parte de creadores que hace mucho que abandonaron las aulas. ¿Hasta qué punto la visión sobre la juventud que ofrecen estas fábulas está modulada por la mirada de los adultos que las construyen? ¿Qué tienen de fantasía, de fetiche o de cúmulo de clichés las pubertades imaginarias que llegan a nuestras pantallas?
Para Las Entendidas, es “imposible que no haya una distancia en esa mirada, por muy honesta y cercana que sea. Como adulto, ya tienes la información de ese desconcierto adolescente. Pero para hablar de todo eso tiene que haber pasado el tiempo necesario para verlo con perspectiva. También responden a dinámicas narrativas, por lo que son historias de inicio ya condicionadas para ser seguidas por una audiencia y, como tal, se le ha de complacer”. En la misma línea se mueve Héctor Gómez, director de la revista Luciérnaga y colaborador de publicaciones como L’Atalante o Cine Divergente, quien defiende que estos relatos intentan reflejar una adolescencia que no es precisamente la de los propios creadores “sino la que esperan que va a satisfacer al público”.
De hecho, apunta Gorría que elementos como “esos romances extremos que aparecen en muchas series son completamente irreales, pero a la vez atrayentes para la audiencia. Probablemente, no veríamos con tantas ganas una serie que retrata fielmente la vida de un muchacho de 14 años de nuestro barrio o que está escrita por él”. Igualmente, introduce aquí otro factor en la edificación de estas narraciones: “hay cierto paternalismo en la forma de retratar la pubertad o cierta fascinación por situaciones que en realidad solo existen en la cabeza de los guionistas y directores, pero que funcionan bien en pantalla. Algunos autores son muy maniqueos, se dedican a repetir estereotipos o se centran en demostrar cómo se equivocan los jóvenes una y otra vez”.
En este punto, desde LIS ponen el foco en que “toda persona ya crecida lleva en algún sitio al adolescente que fue, así que, de algún modo, estas obras están escritas y realizadas por los dos. También es una etapa que, vista desde la condición de adulto, tiene un componente melancólico y nostálgico que no siempre se gestiona bien en el proceso de creación de las series. Tal vez eso lleva, muchas veces, a concebir a los jóvenes de ficción como representantes de todo el colectivo, en vez de como entes individuales: no están representando a una persona, sino a la adolescencia en general o una cierta idea de ella”. A este respecto, también recuerdan que muchas series palían la distancia generacional consultando a chavales durante el proceso de elaboración “con lo cual tienen una mirada más fresca”.
Suma aquí Gómez otra derivada: la glorificación social de los años mozos. Así, sugiere que esas obras funcionan porque la juventud “sigue siendo el principal valor en nuestra sociedad: si eres lozano y atractivo, tu capital social se multiplica, mientras que se considera el crecimiento y la madurez como el fin de la fiesta. Estas narraciones muestran a personas en la flor de la vida viviendo experiencias físicas e intelectuales extremas y eso, por un lado, nos recuerda que ese tiempo pasó y no volverá y, por otro, nos transmite que hay momentos de la vida que merecen ser vividos con una intensidad que en nuestra rutina madura vamos perdiendo”.
Los millennials en la sala recordarán que cada capítulo de Compañeros se adentraba en el asunto generalista que estuviese de actualidad en ese momento: de la guerra de los Balcanes a las sectas pasando por la importancia de donar sangre. El marchamo de la agenda setting era implacable. Aunque las peripecias del colegio Azcona parecen un caso extremo por volumen y diversidad argumental, sí existe cierto denominador común en concebir las fábulas sobre estudiantes en un decorado que da pie a abordar asuntos que afectan a distintas etapas de la existencia. Un marco como cualquier otro en el que accionar tramas y estructuras narrativas, pero añadiendo mochilas a sus protagonistas y colando de vez en cuando alguna escena de un examen.
“Quizá por ello, ya adultas, seguimos interesadas en esas ficciones. Se puede plantear el instituto como un microcosmos en el que hacer coincidir jerarquías y dinámicas del mundo adulto. Quizá la popular o el pringado son solo una metáfora (o un avance) de lo que te espera fuera. Derry Girls es una comedia buenísima y, sin embargo, no deja de ser un relato sobre el terrorismo y sus consecuencias más invisibles, contado desde la perspectiva de un grupo de amigas”, comentan Las Entendidas. “En la adolescencia te empiezan a pasar cosas que crees que son únicas y que no te van a volver a suceder, pero que en realidad te acompañan durante décadas -resalta Gorría-. Además, estamos hablando de productos corales: contar con tantos personajes distintos ofrece un buen campo de experimentación para poder hablar de muchos temas”.
Gómez resalta cómo va mutando nuestra percepción de esas tramas conforme crecemos: “esas ficciones apelan tanto al público que tiene la edad de los personajes como al público más mayor que ya ha pasado por allí. Pero cambia bastante la experiencia de verlas con una edad u otra: como espectador adulto adquieres cierta distancia respecto a esos protagonistas, que no significa que no las disfrutes, sino que te confrontan con tu propia juventud y eso es justo lo que nos engancha”.
Muchas generaciones de ahora adultos atravesaron una pubertad en la que solo había espacio para la heterosexualidad como norma y centro gravitacional. Cualquier otro afán quedaba condenado a los márgenes, el rechazo y los silencios. Instalados ya en 2022, ficciones como Heartstopper ofrecen una vía para jugar con la posibilidad, para reimaginar esas adolescencias que en su momento no encontraron un ecosistema que les permitiera existir en libertad. “También Euphoria está mostrando a otro tipo de personajes que van más allá de la relación chico-chica. El paradigma en lo mainstream se va abriendo poco a poco y va permitiendo que más gente se vea reflejada”, considera Gorría. En este sentido, Cabeza y Guillot destacan también Sex Education y la Skam original, la noruega (que cuenta con adaptaciones en Francia, Estados Unidos, Países Bajos y España, entre otros): “es maravilloso el esfuerzo que hacen porque haya una mayor y mejor representatividad”.
Es posible que tras esta expedición a las ficciones adolescentes, se te esté despertando el gusanillo de lanzarte en una de esas piezas audiovisuales repletas de hormonas y pizarras. Por si te falta algo de inspiración a la hora de elegir título, aquí llegan algunas recomendaciones. “Nuestro referente de nuestra época teen era Rory Gilmore, y así vamos. De la última remesa, está Euphoria y We are who we are, dirigida por Guadagnino”, seleccionan Las Entendidas. En cuanto a películas, apuestan por Heartstone “un coming of age en un pueblo de Islandia, marcado por ese verano del primer amor, y Superempollonas, de Olivia Wilde, con dos chicas nada convencionales ni populares como protagonistas. Assassination nation, de Sam Levinson, nos encanta. Y Red, que reivindica el paverío adolescente y normaliza la menstruación y la revolución hormonal que le acompaña”. Seguimos llenando de sugerencias el zurrón audiovisual y ahora es el turno de Ortiz, Brieva y Labastida, quienes animan a darse un garbeo por Sex Education, las primeras temporadas de Glee y de The end of the f***ing world, Misfits, Derry Girls, Merlí, Skins, Veronica Mars, Normal People, Buffy cazavampiros, La pecera de Eva y Es mi vida.
Hace unas semanas, Twitter quedó inundado por un debate sobre si 3º de ESO había sido el peor curso en la vida estudiantil de los usuarios. La discusión era posible precisamente porque no existe una experiencia de adolescencia monolítica, unitaria e incuestionable. Con esta multiplicidad en mente, quizás el mayor acto de amor hacia el adolescente que fuimos y que nos ha traído hasta aquí es darle la oportunidad de vivir todos esos pasillos alternativos, de acudir a todos esos institutos en los que nunca estuvo matriculado.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado