La revista feminista Asparkía estudia en su nuevo número cómo se construye la masculinidad en los libros infantiles y el cine, hasta el hombre como 'putero'
CASTELLÓ. Hace un tiempo que las masculinidades se desecharon de su forma en singular. Es decir, de la idea de que lo masculino constituye una única identidad. No se trata únicamente de hablar de los “machos omega” en contraposición al “macho alfa”. Ni de hombres sensibles frente a hombres fuertes y rudos. A principios de los 2000 Raewyan Connell, posiblemente una de las autoras más relevantes y citadas en estudios de género, explicaba que solo por el mero hecho de hablar de multiculturalidad, ya existen diferentes patrones de ser. Sin embargo, el sistema patriarcal habría impuesto, desde hace mucho mucho tiempo, unos modelos dominantes que poco tienen que ver con lo que pueda sentir o hacer una mayoría.
A esto se le suma, además, el efecto de la que muchos denominan como la cuarta ola feminista. Un movimiento que ha obligado a eliminar, o al menos a cambiar, muchas de las etiquetas que ya venían impuestas. ¿Es menos hombre el hombre por llorar al ver un film? ¿Y por temblar? Hay varios clichés alrededor de la figura masculina que mucho tienen que ver con el compartimento que este tiene en casa, en el bar, en la calle o incluso en un prostíbulo. Una forma de ser que impacta contra otros hombres, de igual manera que contra la mujer. De esta necesidad de profundizar nace pues el último número de la revista de investigación femenina de la UJI Asparkía.
Ser hombre en tiempos de incertidumbre: repensando la identidad masculina, trata de “abrir el concepto de masculinidad incorporando la variable de género, porque es gracias a la potencia del feminismo que se cuestiona el concepto global de masculinidad”, asegura Joan Sanfélix Albelda, editor de la publicación, junto a Antonio López Amores. “Vivimos en una modernidad líquida, flexible e incierta que pone en crisis la identidad tradicional, hegemónica y tóxica”, asevera el profesional.
Decía la cineasta y activista Mabel Lozano, meses atrás en una visita a la ciudad, que los jóvenes se han incorporado de forma natural al sexo de pago porque la pornografía se ha “democratizado.” A un clic la puedes consumir desde tu smartphone, tablet y ordenador. No hay vallas, “ni vallitas” que dificulten la visibilización de un contenido violento que plasma la sumisión de la mujer. Es por eso, que hoy más que nunca hace falta hablar de la masculinidad que se crea alrededor de esta práctica. Muchos pueden verla como algo lejano, pero según apuntaba Lozano, esto mucho tiene que ver con querer ir por divertimento a una fiesta de camisetas mojadas o a un club en la despedida de soltero.
En consecuencia, Rosa M. Senent Julián empieza el monográfico con una reflexión que ahonda en la prostitución desde la perspectiva del consumidor, es decir, del putero. La cultura patriarcal, la presión masculina o la hipersexualización de la mujer entran en juego sin limitaciones. “Además de reproducir unas relaciones de poder de género basadas en el dominio social de los hombres sobre las mujeres, esa oportunidad de control se otorga a los hombres como grupo […] y se usa para reafirmar una masculinidad patriarcal”, explica la misma. Ante ello, movimientos como el ‘Me too’, a favor de la igualdad, podrían acabar por “desplazar” las formas más antiguas de masculinidad por otras nuevas" y hacer que “un patrón más humano y menos opresivo de ser un hombre se vuelva hegemónico”.
Mucho tiene que ver con este problema la reflexión que hace también Lionel Sebastián Delgado. En su caso el teórico habla de cómo la ciudad está siempre presente, aunque sea de forma velada, en las reflexiones sobre las masculinidades. “Ya sea como contexto de las violencias que ejercen algunos hombre sobre las mujeres u otros hombres, o bien como escenario donde se pone en práctica la representación de género”, explica. Las casas, las calles, los gimnasios, los bares… todos están íntimamente ligados a la forma de ser. Es por eso que el rol que ha ido tomando la mujer en el trabajo, además de la crisis y la precarización, han hecho que se fracture el papel tradicional del hombre como “guardián de la familia” y empiece a ser visto de igual.
Es interesante también como el mexicano Ismael Germán Ocampo aprovecha Asparkía para acercar un programa reeducativo que, desde el país americano, trata con hombres que han ejercido violencia de género. Aún reconociendo algunos de los orígenes de su forma violenta de ser, estos son incapaces de reconstruir unos modelos alternativos por el temor a su feminización. “Ser hombre no se hace, te hacen. Existe una clara conciencia de que ser así es algo que se les ha impuesto, por lo tanto, es algo no natural. Hay códigos claros como el repetir en numerosas ocasiones no seas niña, no conduzcas como una mujer. Todo se gesta desde la infancia con la imagen autoritaria del padre y la sumisión de la mujer”. E igualmente, hay un fuerte carácter homofóbico a convertirse en un “no-hombre” que -según explica Germán- dificulta construir nuevas formas de masculinidad.
¿Y cuál es el papel de la cultura en todo esto? Pues como siempre, mucha. María Martínez Lirola es la encarga de introducir la influencia del arte en toda esta reflexión. La autora profundiza en las masculinidades que se exponen en libros infantiles, donde muchas veces el modelo familiar que se refleja se aleja del tradicional para incorporar a dos padres. “Esta representación desafía el mito del amor romántico”, expone. Entre otros, Martínez analiza Daddy’s Roommate; Me, Daddy & Dad; One Dad, Two Dads, Brown Dad, Blue Dads; o Stella Brings the Family, el único libro que no referencia a ninguno de los padres en el título. ¿Y qué se observa en ellos? Que la relación homosexual de los padres con sus hijos se basa en el contacto físico visual. “Resalta el afecto entre los personajes. Esto también retrata una característica de las nuevas masculinidades, porque los padres expresan afecto de manera más abierta que el hetero tradicional”. En consecuencia, como apuntan Joan Sanfélix y Antonio López, esto “ayuda a reconstruir una visión dominante, inculcando valores sociales igualitarios y un modelo de ser completamente alejado del hegemónico.”
Por su parte, Iván Gómez Beltrán analiza los principales arquetipos masculinos mostrados en el cine LGBT español de los 80 y 90, en los que se contrapone el concepto de “nuevo hombre” vs. el “monstruo”. El autor define estos dos modelos y expone cómo son representados en la gran pantalla, como simbolización de dos masculinidades en conflicto y a su vez, siendo manejados de nuevo para perpetuar un sistema patriarcal. “El hombre tóxico se utiliza para descargar todas las prácticas que han dejado de tener validez social y que son consideradas altamente violentas. En oposición, el nuevo hombre, más tolerante y sensible, aún dispone de grandes privilegios masculinos sobre el control y dominio del espacio público, político, emocional y, en definitiva, disfrutando de su autoridad simbólica sobre lo femenino”, asegura Gómez. Uno de los principales films que se analizan es Calé (1986, Carlos Serrano). “La película no solo se sirve del género para marcar las diferencias entre la masculinidad tóxica y la blanda, sino que además instrumentaliza la gitaneidad para recalcar el carácter violento del hombre gitano.” Esto se repite en otras obras como La muerte de Mikel (1984; Inmanol Uribe), La ley del deseo (1987; Pedro Al- modóvar), Más que amor, frenesí (1996; Alfonso Albacete, David Menkes y Miguel Bardem), Segunda Piel (1999; Gerardo Vera) y Sobreviviré (1999; Alfonso Albacete y David Menkes), donde se pone de manifiesto un pasado arcaico impropio de los nuevos tiempos.
Igualmente, Iván Villanueva pone de relevancia en su artículo la importancia de aplicar la perspectiva de género en el ámbito de la traducción, por el profundo efecto que tiene el lenguaje a la hora de transmitir y perpetuar los valores de género establecidos. Además, el autor cita a investigadores como McDavitt et al, quien apunta que el acoso heterosexista que sufren los hombres -en su hogar, escuela o trabajo- se sobrelleva mejor gracias a la información en Internet, las asignaturas escolares (sobre temas de género), o las series y películas que, desde la cotidianidad, introducen la trama de personajes gays.
Finalmente, Hongru Xing introduce ‘El Dan Masculino’, otra referencia para la resignificación de la masculinidad. En su caso, el autor indaga en la identidad y la representación en torno a dos importantes figuras en la corriente tradicional china: Mei Lanfang y Lelie Cheng. “Se basa en estas dos biografías para mostrar diversas facetas que transgredían los roles hegemónicos de género”, señalan Sanfélix y López. Y es que ambos combinaban la masculinidad y feminidad no como formas opuestas y excluyentes de ser, sino como algo totalmente complementario.
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