VALÈNCIA. Hace unos años, en 2005, en una entrevista con la revista Sports Illustrated, Rick Hoyt le dijo al periodista: "No hay ninguna duda, mi padre es el padre del siglo". El padre de Rick, Dick Hoyt, murió días atrás a los 80 años después de haberse convertido, no sé si en el padre del siglo, pero sí en el padre más fuerte del mundo. Porque durante décadas se dedicó a competir con su hijo tetrapléijico en pruebas de larga distancia. La pareja llegó a completar 72 maratones y 257 triatlones, incluidos seis Ironman.
Rick tuvo una complicación el día que nació. El cordón umbilical se le enganchó en el cuello y sufrió una asfixia que le dejó paralítico. Todo eran malos augurios y, a los nueves meses, los médicos le comunicaron a los padres que el bebé no iba a poder andar ni hablar y que lo mejor para todos era que lo llevaran a una institución. Pero los padres no se conformaron con aquel mensaje que les dejó helados, los padres eligieron luchar. Judy, la madre, se esforzó a diario por enseñarle a su hijo el abecedario y un vocabulario básico. También lo metían en el agua y lo arrastraban en un trineo.
A los once años, después de descubrir que el niño les seguía por la habitación con la mirada, lo llevaron al departamento de Ingeniería de la Universidad de Tufts, muy cerca de Boston. Allí vieron que el chiquillo regía perfectamente y pidieron a los padres que le hicieran una broma a su hijo. Poco después, Rick estaba sonriendo. El matrimonio Hoyt decidió gastarse cinco mil dólares para que le hicieran un ordenador interactivo con el que su hijo pudiera comunicarse y la sorpresa fue que, en cuanto estuvo programado, lo primero que escribió fue: "Go, Bruins" (Vamos, Bruins). Porque ese año, en 1972, los Boston Bruins de Bobby Orr y Phil Esposito llegaron a la final y ganaron la Stanley Cup de la NHL, la Liga de hockey hielo.
Rick pudo entrar en la escuela pública dos años más tarde y en 1977, después de que un compañero de clase se quedara paralítico jugando al lacrosse, le pidió a su padre que participaran en una carrera solidaria de cinco kilómetros que habían organizado para recaudar fondos para la familia. Dick, el padre, tenía 37 años y nunca había practicado la carrera a pie, pero se animó y, empujando la silla de su hijo, alcanzó la meta. El chico miró a su padre y le escribió: "Cuando corremos no me siento como un discapacitado". Días después, Dick, bromeando, soltó: "Ahora el que parece discapacitado soy yo. He estado dos semanas dolorido".
Padre e hijo emprendieron un camino juntos, décadas de pruebas de larga distancia en las que compitieron uno al lado del otro. Entre 1977 y 2013 hicieron 1.130 carreras de todo tipo. A pie y triatlones en los que Dick, que no nadaba ni iba en bicicleta desde que era un niño, tiraba de un bote mientras nadaba, pedaleaba con su hijo, de 50 kilos, sentado delante del manillar y corría empujando su carro. Primero tuvieron que hacer una marca mínima para poder participar en el Maratón de Boston y a partir de 1984 prácticamente no volvieron a faltar en la salida de Hopkinton, donde hace años que hay una estatua en su honor.
No solo corrieron, también hicieron esquí de fondo, escalaron con Dick acarreando a su hijo a su espalda y estuvieron 45 días yendo en bici por Estados Unidos hasta pasar de los 6.000 kilómetros.
Rick alcanzó la Universidad de Boston, se licenció y se independizó (recibe ayuda en su casa). Y Dick siguió yendo a pruebas de todo tipo con él. En 2005, después de sentir un hormigueo, un médico le dijo al padre que tenía obstruida las arterias y que había sobrevivido gracias a su estupendo estado físico. También crearon la Fundación Hoyt y dieron conferencias por todo el país.
Dick, convertido ya en un septuagenario, decidió que su último Maratón de Boston, el número 32, sería el del 15 de abril de 2013. Pero cuando estaban ya muy cerca de la meta, en la milla 25, les pararon porque unos minutos antes habían estallado varias bombas en la meta. Fue el año del atentado. Así que volvieron en la siguiente edición e hicieron el recorrido parándose varias veces para estrechar la mano y hacerse fotografías con los cientos de seguidores que les animaban desde los márgenes.
Al año siguiente, Rick pudo seguir participando en el Maratón de Boston, su prueba fetiche, gracias a un hombre llamado Bryan Lions que empezó a sustituir a Dick. Bryan murió el año pasado y Dick nos dejó el miércoles 17 de marzo después de 80 años frenéticos, muchos de ellos corriendo con su hijo.
Un día le preguntaron a Rick qué le gustaría hacer por su progenitor. Y contestó: "Lo que más me gustaría es que papá se sentara y yo pudiera empujarle a él".