VALÈNCIA. ¡Última hora! ¡Atención, atención! Contrariamente a lo que cuentan las leyendas urbanas resulta que los artistas plásticos necesitan dinero para vivir. Sí, así como suena: no les valen palmaditas en la espalda y agua de lluvia para permanecer en pie y seguir interpelando a la sociedad a través de sus obras. Sin embargo, las dinámicas económicas que imperan en la actualidad parecen empeñadas en demostrar lo contrario. No en vano, el 46,9 % de los españoles entregados al laberinto de la creación visual asegura no ingresar mediante su actividad más de 8.000 euros anuales. O lo que es lo mismo, casi la mitad cobra menos del salario mínimo. ¿Queréis otra dosis de escalofríos? Entonces quizás os interese saber que el 73,8 % de quienes trabajan en disciplinas como la pintura o la escultura deben recurrir a otras fuentes de ingresos para aspirar a algo tan elevado como subsistir. Vamos, que las latitudes que habitamos no parecen ser el escenario idóneo para dedicarse al universo de los lienzos o la cerámica.
Las apabullantes cifras corresponden al estudio La actividad económica de los artistas en España, coordinado por Isidro López-Aparicio (Universidad de Granada) y Marta Pérez (Universidad Antonio de Nebrija). Publicado originalmente en 2017, su nueva edición actualizada y revisada será presentada por los autores el próximo 16 de noviembre en la Fundación Mainel durante la charla ¿De qué vive hoy un artista visual? Con este trabajo, el de mayor envergadura realizado hasta ahora en el sector y centrado específicamente en los profesionales, los docentes buscaban capturar un instante a través de cifras concretas, hacer una foto fija de un ecosistema complejo y sobre el que no se tenía información tan específica. Así el estudio radiografía la coyuntura vital de los artistas desde un punto de vista cuantitativo, apuntalando con estadísticas las percepciones acumuladas. Para ello, pusieron en marcha una encuesta online en la que participaron más de mil creadores.
“Era una demanda altamente solicitada por todo el sector”, explica Marta Pérez. Y es que, desde que la crisis económica comenzó su salvaje galope por las vivencias individuales y colectivas de este país, el mercado del arte “ha sufrido muchísimo, sobre todo en lo que corresponde a los propios creadores, el eslabón más débil en esta cadena”, señala la experta. Además, el estudio nació con voluntad propositiva. “Queríamos aportar datos concretos sobre este ámbito que pudieran servir para el desarrollo del Estatuto del Artista: sus dinámicas laborales, ingresos, situación fiscal”. Así, los contenidos presentados por el trabajo primigenio nutrieron el documento que fue aprobado por unanimidad el pasado mes de septiembre. “El estudio ha resultado fundamental porque era el único sector específico que no tenía datos actualizados y sin datos no se puede concienciar. Ha sido vital para que no nos quedemos en comentarios de bar”, apunta el docente de la Universidad de Granada.
Para Isidro López-Aparicio esta visión tan sistematizada sobre el panorama de los artistas, no se había desarrollado suficientemente hasta ahora debido a dos asuntos clave. “Por un lado, la falta de estructuración profesional dentro del sector, que no cuenta con los aparatos organizativos, sindicales y de financiación que pueden encontrarse en otros ámbitos como el cine o el teatro. Hay mucho asociacionismo, sin capital y músculo suficiente para realizar este tipo de proyectos de forma periódica. Lo normal es que el estudio hubiera sido costeado por el Ministerio de Cultura, pero no ha ocurrido así, ha dependido de que Marta Pérez y yo nos comprometiéramos a realizarlo”. La segunda problemática que ha impedido hasta ahora la proliferación de análisis como el suyo es la ausencia de un “censo definido sobre quién es artista y quién no, pues eso hace que el campo de estudio sea mucho más complejo”.
Previamente a este trabajo, los interesados en la materia podían acudir a La dimensión económica de las artes plásticas y visuales en España, el informe elaborado en 2006 por la Associació d’Artistes Visuals de Catalunya, “fue la primera aproximación desde un punto de vista monetario al rendimiento y retribución de los creadores, pero se gestó antes de la crisis y en un contexto muy diferente al actual. Además, hace más hincapié en las industrias culturales que en el proveedor básico: el propio artista”, indica la profesora. El torbellino social y económico experimentado en los últimos 12 años imponía, pues, salir a la caza de nuevas cifras.
Un fantasma sobrevuela la mayoría de párrafos que integran esta publicación: la precariedad, el mal que emponzoña muchas de las trayectorias laborales (y vitales) contemporáneas. Un elemento que para Pérez está entroncado “estructuralmente y por desgracia” en la escena artística española, aunque su situación se viera agravada por el descalabro colectivo que supuso la crisis: esta industria era “tan frágil” que el hundimiento de la economía “repercutió en ella de forma dramática”, sostiene López-Aparicio. La precariedad se filtra por debajo de las puertas, se cuela por rendijas y grietas, invade sigilosamente las rutinas y adopta el disfraz de aquello que llamamos normalidad. “Es algo bastante asumido por los artistas, lo cual no deja de sorprendernos”, indica la especialista, para quien “el artista profesional, como el resto de profesionales de cualquier sector, tiene derecho a vivir de su trabajo. Por lo tanto, hay que buscar la forma más idónea de canalizar esa labor dentro de las necesidades de nuestra sociedad y del sistema de arte”. De momento, solamente el 32% de los encuestados mantiene relaciones estables con las galerías y únicamente un 25% declaró que sus ingresos habían mejorado desde 2008.
Precisamente en su aclamado volumen El entusiasmo (Premio Anagrama de Ensayo 2017), Remedios Zafra disecciona con lucidez cómo el aspecto vocacional de muchas actividades creativas acaba provocando que sus protagonistas acepten condiciones laborales paupérrimas y situaciones vitales cargadas de incertidumbre e inestabilidad con tal de poder dedicarse ‘a lo suyo’, aunque sea de forma sumamente precaria (sí, de nuevo esa palabra). Una tesis con la que Pérez comulga a pies juntillas: “independientemente de que el artista consiga rentabilizar su trabajo, va a seguir produciendo, porque la necesidad de crear, en muchos casos, se separa del resultado económico que obtenga de ello. A veces se acepta trabajar gratis o cobrando sueldos que serían absurdos en otros campos. Y la gente lo hace encantada porque se siente retribuida, en parte, por su propio trabajo. Les compensa emocionalmente”, indica.
Como resalta Zafra en su texto, “en algún momento de nuestra historia hablar de dinero cuando uno escribe, pinta, compone una canción o crea se hizo de mal gusto”. Así, la ilusión por sacar adelante las propias iniciativas adopta a un tiempo la forma de cohete espacial con el que surcar los firmamentos creativos y yugo que imposibilita el desarrollo de un proyecto vital estable en el tiempo. El deseo de crear prevalece, aunque a menudo deba enfrentarse a las facturas apiladas y otras tantas obligaciones del mundo adulto. “Muchas veces las instituciones se aprovechan de esa vocación. También sucede que frecuentemente se ponen en marcha políticas culturales que no tienen ningún sentido porque están gestionadas por individuos que no tienen experiencia ni formación al respecto”, apunta el profesor.
Entre las novedades de esta segunda edición, se encuentran datos provenientes de organismos como la Agencia Tributaria, la Seguridad Social y Eurostat “que nos han permitido calcular de forma aproximada el número total de artistas profesionales en España: unos 25.000”, indica Pérez. Como aspecto complementario en esta remozada versión del estudio destaca la incorporación de un análisis cualitativo “muy importante, puesto que hemos logrado poner en común los resultados con los creadores”, añade. Otra cuestión señalada es la brecha de género existente en el mundo del arte (sí, aquí también). Así, la especialista apunta a que “hay menos mujeres trabajando en condiciones estables con galerías, menos mujeres expuestas en ferias y menos también en los museos de corrientes contemporáneas. Es evidente que la visibilidad de los hombres en este sector es mucho mayor. Por ejemplo, en Arco 2018 las artistas representadas en la feria eran solamente un 25%”.
Si abrimos el plano, la posibilidad de que la sociedad asuma la actividad artística como un oficio más adopta los ecos de una odisea. “Todavía existen muchos prejuicios y estigmas al respecto. Es muy difícil que la ciudadanía entienda este tipo de trabajo como una profesión a la misma altura que cualquier otra”. No ayuda tampoco que el utilitarismo se haya impuesto en los últimos tiempos como estandarte del discurso oficial. La productividad y la funcionalidad se erigen en valores absolutos, circunstancia que según Pérez “asusta bastante, porque nos da la idea de un futuro próximo y medio poco halagüeño. Aunque algo no parezca rentable económicamente a simple vista, es mucho más rentable a nivel emocional, social y de desarrollo que otras actividades en las que se está haciendo hincapié actualmente. La cultura tiene que salirse de las lógicas del capitalismo más feroz: muestra una rentabilidad social que cohesiona a la población y nos hace más libres y más democráticos. Más humanos, en definitiva”.
Así, en su opinión, primar la vertiente monetaria en estas disciplinas frente a la capacidad imaginativa, la exploración o la innovación “va en perjuicio de la calidad cultural que esperamos tener más adelante. “Aunque muchos artistas no quieran admitirlo, la pobreza es una gran herramienta de control, porque cuando solamente puedes pensar en subsistir acabas abandonando gran parte de esas posiciones críticas”, apunta López-Aparicio, quien señala como muchas veces los procesos de investigación y reflexión “resultan invisibles a la sociedad, pero en realidad, son etapas en las que uno está desarrollando su profesión, aunque no confeccione un producto concreto. Es de esas fases de las que nacen los nuevos estímulos y deben ser considerados como períodos activos de trabajo”. En este sentido, para los autores resulta especialmente preocupante que el 83,2% de los artistas declaren haber cotizado menos de cinco años a la seguridad social, con la consiguiente incógnita que se plantea en el horizonte sobre cómo acceder a una pensión por jubilación derivada de su actividad.
De las conclusiones obtenidas en su estudio, los expertos destacan que es el sector del arte “el que se subvenciona a sí mismo”. Así, López-Aparicio no duda en señalar que los mayores mecenas “son precisamente los propios artistas”. “Cuando un autor expone en una galería no se le adelantan todos esos gastos que va a requerir su trabajo: investiga, pinta sus cuadros, esculpe, realiza sus vídeos y fotografías…Toda esa producción previa la realiza por su cuenta. Es muy difícil que de esa exhibición se venda lo suficiente como para cubrir todo el capital adelantado por el artista, con lo cual, no es capaz de rentabilizar económicamente su modus vivendi”, señala Pérez, quien además indica cómo en muchos centros culturales “se pagan honorarios a los comisarios y a los montadores de las muestras, pero no a la persona que ha desarrollado las piezas”. El doble filo del entusiasmo, de nuevo, toma las riendas de la situación e impone la vocación como la gran medida de referencia, el faro que guía en mitad de las tempestades laborales. “A menudo es necesario que los creadores echen mano de su familia, su pareja o sus amigos para poder mantenerse. Son ellos quienes estás financiando el mundo del arte de una manera mucho más amplia que las instituciones”, añade el docente.
Y ese ya tan manidísimo, mostoso y sobado lugar común del Spain is different se torna aquí en maldición bíblica: basta echar un vistazo a la situación de las industrias culturales en países como Francia, Reino Unido o Canadá para comprobar los frágiles hilos sobre los que caminan las artes en nuestras coordenadas. Un término aterriza en este párrafo decidido a imponer su ley: contexto. “En numerosas ocasiones se intentan extrapolar a España las medidas que han tenido éxito en otros lugares, como Finlandia, y no funcionan porque los contextos son muy distintos, es necesario tener muy en cuenta el entorno en el que se realizan las acciones y comportarse en consecuencia”, indica López-Aparicio. De momento, estos dos expertos están tratando de poner los mimbres para que desde los poderes públicos se confeccione dicha cesta. Finalizamos este recorrido por las esquinas de la precariedad artística portando bajo el brazo dos recordatorios. El primero es que los pinceles y otros sospechosos habituales quizás no entiendan de balances contables o índices de productividad, pero sí de empapar el espíritu, cortar la respiración y marcar un punto de inflexión en nuestra existencia. El segundo, que los creadores plásticos de 2018 todavía no han aprendido a hacer la fotosíntesis, por lo que necesitan algo más que la luz solar para continuar respirando unos cuantos días más.
El sida fue denominada la peste del siglo XX. Se cebó en homosexuales y drogadictos. Artistas como Rock Hudson, Freddie Mercury y Rudolf Nuréyev murieron por contraer el VIH. Hoy es una enfermedad crónica.