En los 60 el rock atravesó el telón de acero y en los 70 también llegó el punk. Las autoridades comunistas se preguntaron por qué un movimiento que en occidente era antiburgués también prendía en la dictadura del proletariado. Sin embargo, los punks eran antisociales, que no era una filosofía admisible en los países comunistas, sino un tipo penal. Las autoridades no tardaron en referirse a ellos como fascistas.
VALÈNCIA. Vivimos en una época de reescritura de la Historia. Es constante, mediante célebres fake news, pseudohistoriadores y corrientes de opinión que se vuelven dominantes entre determinados sectores de las redes sociales. Hay para todos los gustos y, en un todos contra todos, se aspira a algo así como imponerle al resto del mundo una verdad. Una aspiración que, dejando de lado que sea imposible, tampoco conduce a nada.
Los países ex socialistas tienen mucho protagonismo dentro de estos fenómenos. Pueden ser descritos como el infierno en la tierra o como el paraíso, siempre de manera poco reflexiva. Lo mejor en estos casos, si se tiene interés, es irse a las fuentes nativas y emplear el método deductivo para extraer conclusiones. Es siempre más fiel a la verdad que el inductivo al que nos tienen acostumbrados en muchos casos los anglosajones, cuyos trabajos y medios sobreabundan.
Como siempre, el cómic puede ser una herramienta muy útil para este fin. Tal vez no para conocer la historia en profundidad, pero sí para tener destellos por los que guiarse cuando se va a leer algo más denso. En su día hablamos aquí de Aleksandar Zograf y su trilogía Regards from Serbia, que se iniciaba con el capítulo Cómo fui bombardeado por el mundo libre sobre el ataque de la OTAN a la tercera Yugoslavia.
Ahora que se advierte una nostalgia por las tribus urbanas, una prueba de ello es un cómic como Rompepistas sobre la novela de Kiko Amat de mismo nombre sería interesante comentar Alerta Roja, del esloveno Tomaz Lavric, sobre el punk en la Yugoslavia de los años ochenta.
En todos los países socialistas entró de alguna manera u otra el rock and roll. Al principio, las autoridades lo temieron, trataron de prohibirlo o contenerlo y, en muchos casos, como Bulgaria o Checoslovaquia, lo que hizo el gobierno fue tratar de teledirigirlo. Montaba estudios estatales, les grababa discos, pero como peaje les pasaba una revistas a las letras que, en algunas ocasiones, acababan alabado al amado líder de turno.
De todos los países socialistas europeos Yugoslavia fue el más abierto de todos. Muchas facetas de la vida eran homologables a las capitalistas. Los viajeros que recorrían varios países comunistas se extrañaban al llegar a Belgrado de encontrarse revistas con mujeres en cueros en los kioscos. Con la música también hubo manga ancha y, precisamente por ello, la explosión del punk fue inevitable.
Los grupos de los 70 eran naif y vendidos, como Occidente, y la vida en todas sus facetas era aburrida. La posibilidad de viajar, mayor en los yugoslavos que en cualquier otro país socialista, hizo el resto. De forma prácticamente coetánea a Nueva York y Londres, surgió el punk de Yugoslavia como reacción juvenil ante ese mundo gris y previsible tras el fracaso de las revoluciones de los años 60.
En el cómic Alerta Roja, como está situado en Eslovenia, el autor data el inicio del punk yugoslavo en el grupo Pankrti (bastardos), aunque el título de pioneros se lo disputan los Paraf croatas, radicados en Rijeka. No es relevante quién tocó chufa primero, pero sí de qué iban sus primeros singles. El de los eslovenos decía "Ljubliana je bulana", que hacía referencia a lo aburrida que era la capital eslovena. Mientras que los croatas cantaban exactamente lo mismo sobre su Rijeka, una ciudad industrial del norte de su república.
La pregunta que se hacían las autoridades era la misma que se plantearon en los años 60. ¿Por qué movimientos juveniles antiburgueses en occidente se reproducen en los mismos términos en la dictadura del proletariado? En su momento la respuesta estaba bastante clara en todo el mundo, pero hoy las divas del revisionismo histórico balbucean para responder a estas preguntas.
Al estado no le hicieron ninguna gracia los punks. Definirse como antisocial era identificarse directamente con un tipo penal. Sufrieron represión arbitraria de toda clase. Hay un caso paradigmático de todo esto, la detención de Igor Vidmar, manager de Pankrti. Llevaba un pin con una esvástica tachada, la que hicieron famosos los Dead Kennedys de Nazi punks fuck off! y le encerraron por llevar una esvástica. Nada importaba que estuviera tachada. De un día para otro, todos estos movimientos iniciados a finales de los 70, fueron tachados de fascistas.
Eso no impidió, sin embargo, que muchos de ellos grabaran discos. La época dorada del rock yugoslava se considera que les la que está bajo la influencia del punk, la nueva ola y el afterpunk. Todos estos grandes grupos, como los propios Pankrti, Paraf, Pekinska Patka, Elektricni Orgazam o Ekatarina Velika, grabaron con medios que el estado ponía a su disposición. No obstante, eso tampoco ocultaba que el mar de fondo que había bajo sus melodías era el de un profundo y absoluto descontento con el sistema. ¿Igual que en los países occidentales? No, todavía más.
Con el cómic de Lavric, que es autobiográfico, podemos ver por una ventanita cómo era aquel ambiente. Una de las primeras situaciones que se plantean es prototípica. Un grupo de jóvenes está bebiendo en la calle, hablando de música, llega un policía, coge a uno que está orinando y la emprende a golpes con él sin mediar palabra. Los dos viejos amigos que recuerdan el pasado tomando una cerveza señalan que los peores policías, con su estrellita roja en la gorra, eran los que tenían la misma edad que ellos.
La siguiente escena es una pelea con unos puretas. Uno de los fotógrafos del punk yugoslavo, Joze Suhadolnik recordaba que más peligro que la policía tenían los obreros. No solo por su tosquedad, sino porque escuchaban música disco. Aquí los personajes recuerdan que se pasaban la vida huyendo de todo el mundo, menos de los hippies.