VALÈNCIA. El domingo, durante una comida en El Palmar (terraza, distancia suficiente entre los cuatro comensales para que corra el aire, motos incluso), veo que, en una mesa cercana, un hombre y a una mujer se besan en la boca. El típico morreo, por decirlo de una manera clara y por si alguien ha olvidado que existen. No es un beso breve, qué va. Es de esos que no parecen tener fin. El tipo de acto que, en una vida anterior, cuando no llevábamos mascarillas, cuando tocar al prójimo no era tan arriesgado como tocar una torre de alta tensión, ya merecía la pena espiar. Como este beso entre paellas y jarras de sangría que produce bastante envidia y es a la vez un islote flotante de sensualidad. Me siento como cuando al fin pude ver Kiss, la película de Warhol en la que, durante 50 minutos, asistimos a primeros planos de personas que se besan en la boca.
Esteban Leivas me envía información sobre El Desenchufazo, un disco que acaba de publicarse en Uruguay, en el cual ejerce de productor. A Leivas lo conocí a finales de los setenta en una de las tiendas de Alfonso Carbone. Nos hicimos amigos cuando se trasladó a vivir a València en 1981 para, entre otros asuntos, ayudar a encauzar la carrera del grupo Glamour, que entonces aún se llamaba La Banda de Gaal. Pasé el último tramo de mi adolescencia rodeado de amigos más mayores que yo, y una buena parte de ellos eran uruguayos. Estaban aquí exiliados a causa de la dictadura que se había establecido en el país en 1973. En cierta manera, gracias a los hermanos Carbone y a Leivas acabé de comprender de dónde estábamos saliendo los españoles. No deja de resultarme curioso que las dictaduras fascistas funcionen así, como por turnos. Cuando una termina aquí, comienza otra más allá, como un herpes que puede contagiarse a pesar de la distancia.
Buena parte de los amigos de mi primera juventud eran uruguayos. Mi madre y mi abuela materna, tal como ya he contado aquí anteriormente, usan el eufemismo irse a la Argentina cuando hablan de morirse. La lista de personajes públicos que se va a la Argentina en 2021 ha quedado ya oficialmente abierta. Se muere Sylvain Sylvain, uno de los miembros fundadores de New York Dolls. También se muere Phil Spector. Me sigue sorprendiendo que cada vez que algún personaje popular se marche a la Argentina, las redes sociales se llenen de fotos y comentarios recordando al difunto. De hecho, cada vez que veo una foto que no viene a cuento en redes sociales, el corazón me da un vuelco, y sé que no soy el único al que le pasa esto. En cualquier caso, salvo que me afecte de una manera profunda la desaparición de alguien, o que se me encargue un texto al respecto, prefiero hacer como si no me hubiese enterado. Si no escribo nada sobre esa muerte siento que la estoy dejando fuera, como si no hubiese sucedido. Es un poco como lo que cuenta Joan Didion en El año del pensamiento mágico. Si tal día no hubiese hecho tal cosa, a lo mejor ahora mi marido seguiría con vida. Me da pena que se muera Sylvian, en cambio lo de Spector me deja frío. Siempre me cayó antipático, antes incluso de que matara a su novia. Por supuesto, su legado enorme, fundamental; sus producciones no tienen nada que ver con la persona que era. Pero es uno de esos tipos que solamente puedo ver de una manera clínica, como motivo de un artículo o inspiración para escribir ficción. Me pregunto si no seré un ser horrible yo también.
Leivas me envía un enlace a un programa de radio donde él, Hamlet Faux y El Flaco Barral hablan sobre el disco uruguayo. Esteban y Hamlet (uno de los últimos grandes cronistas del esplendor de la industria del entretenimiento de los años sesenta y setenta, un tipo que según la foto que veas se parece un poco o un mucho a Lester Bangs) produjeron la grabación de El Desenchufazo; Barral es uno de los músicos que participa en dicho concierto, que congregó a buena parte de los entonces artistas emergentes de la escena musical montevideana -Yábor, Eduardo Darnauchans, Carlos Canzani…- Hace casi cuatro décadas que Leivas pasó, de ser mi amigo para adoptarme como hermano pequeño, así que la conexión uruguaya ha seguido presente en mi vida. Sé más expresiones de lunfardo de las que puedo recordar y estoy bastante familiarizado con manifestaciones musicales en las que la música afroamericana, la canción política y la literatura convivían mezclándose de una u otra manera. Leivas me introdujo en la cultura latinoamericana en una época en la que para mí el mundo comenzaba y terminaba con Warhol, Reed, Capote, Woody Allen y los Pegamoides.
De chiripa descubro que The The ha sacado canción nueva (en realidad la publicó el 7 de diciembre, en pleno puente de la Constitución). Pertenece a una de las bandas sonoras a las que Matt Johnson ha venido consagrando su tiempo y su talento durante las últimas décadas. No obstante, las canciones le siguen saliendo muy bien. ‘I Want To B U’ tiene aquel sonido tan característico de sus canciones de 1982 y 1983, el Omnichord que hacía inconfundible ‘This is the day’. Ese sonido que me transporta directamente a aquella época, a los descubrimientos de entonces, cuando prácticamente toda la gente que me importaba aún estaba viva y no existía más preocupación en el horizonte que no saber qué hacer con todo el tiempo que teníamos. Aquellos fueron también los primeros años junto a Leivas. La imagen que encabeza este artículo nos la hizo su amigo el fotógrafo Emilio Fierro en su estudio.
Le pregunto a Leivas si tiene ya ya ejemplares de El Desenchufazo. Ahora mismo, es verano en Montevideo. Y Montevideo, la ciudad donde, tal como Cristina Peri Rossi escribió, los mendigos recitan a Baudelaire, es muy parecida a València, así que no, me dice, aún no le han llegado ejemplares del disco y es posible que aún tarden un poco. Me conformo con escuchar una entrevista que les hacen en una emisora de allí. Hablan Hamlet, el Flaco Barral y Leivas, narradores de una porción de historia que sigue siendo un secreto para gran parte de un mundo que hoy, al menos su facción más cabal, aplaude con emoción los actos y las palabras de José Múgica. Mientras la escucho, pienso en aquello que escribió Onetti en El pozo: Y la vida es uno mismo, y uno mismo son los otros. Entonces me viene también a la mente aquel beso ajeno y dominical en el Palmar que tanto me habría gustado que fuese mío. Que debe ser más o menos lo que quería decir Idea Vilariño cuando escribió: Uno siempre está solo / pero / a veces / está más solo