ENTREVISTA

Ana Bernal-Triviño: “Ser mujer no lo define la propia maternidad”

3/05/2020 - 

VALÈNCIA. Dicen que crisis significa oportunidad. Pero, en contra de este precepto tan optimista, el manido término también puede significar reversión (o ralentización) de derechos. Y, cuando se produce una crisis, las mujeres suelen ser las principales perjudicadas. Ana Bernal-Triviño, profesora de la Universitat Oberta de Catalunya, periodista, y autora de libros como Hacia una comunicación feminista: cómo informar e informarse sobre violencia machista y No manipuléis el feminismo, así lo afirma al ser preguntada por cómo afectará el coronavirus al movimiento feminista.

Hoy, día en el que se conmemora la maternidad, le preguntamos sobre el papel de la mujer en esta época de pandemia. También indagamos sobre cómo podemos combatir los imparables bulos que forman parte de nuestro día a día confinado y se extienden con consecuencias dañinas para nuestra salud democrática. En tiempos de incertidumbres, hay pocas certezas, pero sí muchas reflexiones necesarias.

-Hoy se celebra el Día de la Madre. En los últimos años, se ha cuestionado mucho la maternidad. El documental [m]otherhood, por ejemplo, critica ideas tan naturalizadas como la existencia del instinto maternal, el problema demográfico o la maternidad como experiencia ineludible para la felicidad de la mujer. ¿Qué lectura haces tú al respecto?
-Creo que el tema de la maternidad solamente se puede enfocar leyendo a Gerda Lerner cuando hablaba de la creación del patriarcado. De cómo la maternidad, desde el principio, no se ha construido en base al propio deseo de la mujer; en su lugar, se convirtió en una imposición por parte de la estructura patriarcal, en una pieza clave de ese engranaje de la constitución de los estados modernos. Comienzan a instaurarse los métodos de represión en contra de la mujer, bien psicológicos o bien físicos. Se produce una vulneración automática de su libertad sexual y reproductiva.

Yo reivindico el derecho a la no maternidad, y el derecho de las no madres, que también existimos (como es mi caso). Se habla mucho de maternidades, pero poco de las mujeres que también son referentes por no tener hijos. Ser mujer no lo define la propia maternidad. Tenemos que ver hasta qué punto esa opresión de la maternidad ha llevado a muchas mujeres a vivir en una situación de angustia y ansiedad continua. Desde pequeñas nos educan para ello: no nos han enseñado a no ser madres. Yo en ese sentido he tenido muchísima suerte, porque mi madre me ha dado mucha libertad al respecto.

-Otras mujeres son conscientes de que, dada la precariedad actual, nunca podrán ser madres, como denuncia Noemí López Trujillo en El vientre vacío. Es otra cara, quizá, de la misma moneda.
-Con el libro de Noemí me sentí identificada porque era un discurso que hace ya 10 años lo había sostenido yo, antes incluso del inicio de la crisis. Aunque a mucha juventud le marcó la crisis, yo hablo mucho de la “precrisis”. En la “precrisis” no todo era ideal. Mucha gente joven trabajábamos (en mi caso en Canal Málaga) por 400 o 500 euros, el salario mínimo de entonces, por jornadas de ocho o diez horas.

Recuerdo que cuando se hablaba de las amenazas que había del cierre de la empresa, en 2008, en la época de la crisis, algunos compañeros me decían: “Bueno, da igual que a ti te despidan, porque tú no eres madre”. Parece que el hecho de no ser madre te invalida para desarrollar una vida de forma independiente; de alguna forma, te castiga.

Eso, por un lado. Por otro, como refleja Noemí, y yo también lo he dicho hace tiempo, a mis compañeros les interpelaba y les decía: “¿Pero tú en algún momento has llegado a pensar si yo he querido ser madre?”. Lo que pasa es que, por las condiciones laborales del momento, no te lo llegabas ni a plantear. Si no te podías mantener ni a ti, cómo ibas a mantener a otra persona. También se obvia que en muchas situaciones a lo mejor no tenías por qué cuidar un hijo, como decía yo en aquel momento, pero sí de mis padres, que estaban en una situación de precariedad.

Todo es una construcción muy perversa. Y luego todo este grupo de “malas madres”, que lo entiendo, pero, a mí, personalmente, no me agrada. Al final, ellas utilizan de forma irónica esa palabra, pero es profundizar en el estigma. No son malas madres. Lo malo, quizá, ha sido la visión de la maternidad que se ha impuesto por parte del patriarcado como una maternidad agobiante, recluyente; una maternidad que no te daba alas en tu propio desarrollo como mujer; una maternidad muy atada, casi vivida como una esclavitud y no como un proceso vital libre a elegir. Eso sí son “malas madres”: la construcción de una maternidad hecha desde una imposición y una mirada masculina que impedía el libre desarrollo de la mujer.

-Anita Bhatia, directora de ONU Mujeres, sostenía recientemente que la crisis del coronavirus puede suponer “una reversión en los derechos de las mujeres”. ¿Cómo crees que va a afectar al movimiento feminista esta pandemia?
-Sí, por supuesto que se va a producir una reversión de los derechos de las mujeres, o al menos una ralentización en las medidas de agenda que se pretendían. Lo que pasa es que esa reversión no solamente está marcada por el COVID-19: ya estaba en camino. Si no, no te puedes explicar cómo Vox entró con la fuerza con la que lo hizo en el parlamento. Eso significa que hay gente que está de acuerdo con su programa electoral que, incluía, recordemos, la derogación de la Ley de Violencia de Género.

Por tanto, la reversión ya empezó antes, una escalada de reacción patriarcal ante la fuerza del movimiento feminista; pero, por otro lado, y lo estamos viendo estos días, las crisis siempre se hacen a costa de las mujeres. A pesar de que se habla mucho de la corresponsabilidad, estos días de confinamiento han supuesto una carga física y mental (sobre todo) de agotamiento añadido para muchas mujeres. Hemos visto el papel imprescindible de las trabajadoras del hogar que no tienen ningún tipo de remuneración. Son ellas las que han permitido que exista la vida: que haya comida, ropa limpia; aprovechar todos los recursos de alimentación posibles, desinfectar la vivienda… Todo ese engranaje imprescindible que hace el trabajo del hogar y, por supuesto, también el de los cuidados a muchas personas que han estado estos días enfermas.

Cualquier situación de crisis siempre va a atacar a colectivos vulnerables, y en este caso a la mujer, que no somos un colectivo, sino la mitad del mundo; pero si nos ha afectado aquí, imaginemos en aquellos países donde la agenda de género está mucho menos implantada.

Las crisis siempre impiden cerrar brechas de género. El reto está en que no se debilite el cumplimiento de la agenda de igualdad de género: que no se olvide y que vaya de forma paralela. Tenemos que asumir que no podemos superar esta crisis sin una perspectiva de género.

-Iñaki Gabilondo advertía que esta crisis nos ha hecho darnos cuenta de la importancia del periodismo (“Los que creyeron que el periodismo iba a morir, con la crisis del coronavirus han descubierto que no”). ¿Crees que la actual situación promoverá unas mejores condiciones y un mayor reconocimiento social de un sector ya de por sí precario e inestable?
-Obviamente, apoyo las palabras de Iñaki Gabilondo. Creo que la gente debe de asumir que ninguna crisis, ni la del COVID-19 ni ninguna otra, puede hacer que el periodismo llegue a morir. Siempre va a ser imprescindible, especialmente en situaciones de crisis, porque es el encargado de transmitir, de generar opinión pública, de explicar la realidad de lo que está ocurriendo y, sobre todo, de dar voz a las personas que están sufriendo esa crisis, que son con las que podemos tomar conciencia del alcance de lo que ocurre.

¿Habrá mejores condiciones? Pues no, lo dudo. Hemos visto, a partir de las crisis, como hay que prever modelos alternativos de negocio para el mantenimiento, la existencia y la supervivencia de los medios de comunicación, que siempre son una pieza muy débil. Ha habido una etapa en la que se vio que la noticia era rentable y se pensaba más en términos de negocio que de responsabilidad. El periodismo no es un negocio para hacerse rico: es una obligación de crear conciencia social. Y por supuesto tienes que tener unos niveles de rentabilidad, pero no lo que se ha visto durante un tiempo y también se ha promovido antes de la crisis por todo ese sistema de negocio y especulación.

¿Mayor reconocimiento…? Lo que espero es que la gente, realmente, haga un ejercicio de militancia informativa. Esta semana he terminado una investigación sobre el comportamiento de las audiencias ahora durante el coronavirus y me decían que estaban hartos de los bulos, de la saturación, de la sobreinformación, y de que tanta información y disparidad de criterios o de visiones hacía que incluso en aspectos clave no les quedaran claras algunas cuestiones. Eso es un fallo del propio periodismo: significa que no se están haciendo las cosas bien.

-Las profesiones dedicadas a los cuidados (las más feminizadas) se están contemplado con nuevos ojos ahora. Aunque muchas veces se han menospreciado en el pasado, ahora se han convertido en esenciales. ¿Consideras que este puede ser un punto de partida interesante para repensar estos oficios tradicional e históricamente vinculados a las mujeres, así como las políticas de conciliación y la corresponsabilidad?
-Es una asignatura pendiente de la sociedad que no se va a arreglar ahora, sino que va a seguir ahí. Por un lado, por el estigma con el que se trata a estas personas. Y porque, realmente, este sector está compuesto muchas veces por personas marcadas por la pobreza, en muchas ocasiones inmigrantes, y también mujeres españolas.
Además del tema de los cuidados, me gustaría hablar sobre la corresponsabilidad. Estos días me ha enfadado cómo los medios de comunicación le han dado voz, de forma muy habitual, a familias que quizá tienen seis, siete, ocho hijos. Familias del Opus Dei, con casas grandes, que han creado sus familias en base a sus condiciones morales y religiosas porque sus creencias son así. Sin embargo, se le ha dado muy poco espacio a la vida más común, que a lo mejor es la de las familias monoparentales, en su mayoría encabezadas por mujeres.
Todo este sector de los cuidados ha quedado muy mal trasladado en los medios de comunicación y también, en gran parte, olvidado. No existe ese compromiso ni esa visión de responsabilidad sobre este sector. Si todos esos cuidados fueran remunerados, imaginemos de qué estaríamos hablando, de cómo influiría en el PIB y cuánto ahorro producirían.

-Uno de las escalofriantes noticias que estamos viendo estos días es la de las mujeres víctimas de violencia de género confinadas en sus casas. ¿Se realiza una adecuada comunicación al respecto?
-No. Siempre digo que, si todos los medios asumieran los compromisos de la Ley de Violencia de Género de sensibilizar y prevenir esta violencia, y tomaran en serio el drama y el daño social que provoca, no tendríamos partidos que pudieran hacerse un espacio con un discurso contrario a los propios derechos de las mujeres.

Se sigue comunicando mal porque se sigue trasladando como algo muchas veces aislado. No se entiende tampoco el papel de la sociedad en la lucha contra la violencia de género. Es un delito público y tenemos la responsabilidad de denunciarlo en cuanto tengamos conocimiento.'

Es cierto que afortunadamente hemos tenido un gobierno que ha reaccionado implantando medidas de apoyo y creando servicios esenciales. Cualquier solución alternativa por muy pequeña que fuera en estos días era imprescindible, pero todavía queda mucho por hacer.

-Recientemente desmontabas algunos de los mitos que estos días se están perpetuando en discursos mediáticos y políticos, ¿cuáles son y cómo podemos evitarlos?
-Hay muchos mitos y bulos. A mí lo que más me angustia es que los mitos y los bulos están creados, sobre todo, para retirar el apoyo social a las víctimas. Si el bulo consigue la finalidad de implantar la duda, conseguiremos que la gente empiece a dudar sobre por qué la mujer no denuncia (sin comprender los estados psicológicos por los que pasa ni la espiral del maltrato); nos creeremos que existen más denuncias falsas de las que realmente hay; o pensaremos que, como dicen los partidos y trasladan los medios en la agenda, la Ley de Violencia de Género hace daño a los hombres.

El peligro que tiene el bulo es que cala y es aceptado mejor por aquellas personas que consideran que refuerza sus creencias preexistentes. Si con todo el trabajo que se ha estado haciendo desde la creación de la Ley de la Violencia de Género para concienciar a la sociedad, ya había gente que tenía recelos de mostrar su machismo en público; en el momento en que llega un bulo que confirma lo que en silencio sospechaba, que le da la razón, o que ve pronunciado por un líder político, una persona del ámbito de la cultura o alguien que tenga como referente… ese bulo al final termina por reforzarse. Esa persona ya no va a estar en una predisposición de aprender ni de cambiar.

Por eso hay que insistir mucho en una educación igualitaria y en una alfabetización mediática. Hombres y mujeres dentro del periodismo tenemos que unirnos en la creación de esa construcción narrativa que demuestre que el feminismo, al fin y al cabo, es una cuestión de derechos humanos que tenemos que validar a través de los medios. Es muy importante que hagamos también esa labor de que, cuando llevemos estos temas a agenda, no lo hagamos dando solo voz a ese representante político para generar clics en nuestra página web o para generar audiencia con sus declaraciones polémicas, sino que hagamos un ejercicio de interpretación del riesgo que supone calar estos mensajes.

-La derecha política ha atacado al 8M, cita a la que han hecho culpable de la propagación del coronavirus. ¿A qué crees que se debe este esfuerzo por condenar este evento y no tantos otros que hubo en similares fechas?
-Es un bulo que va a ser complicado de desmontar. Ya lo vimos durante los primeros días de la pandemia. El problema está en que solo eliges un evento de todo lo que sucedió en esa semana y precedentes para estigmatizar un movimiento y confirmar así tu machismo. Lo que vamos sabiendo ahora, con el estudio de la Carlos III, es que en España el virus estaba mucho antes del 8M.

Por otro lado, en este discurso de desmontar el bulo del 8M, aunque es cierto que se suspendió en algunos países europeos, otros mantuvieron la manifestación, como fue el caso de París, o Berlín, donde al final sí hubo, aunque se dijo que se había suspendido (fue en semanas posteriores cuando se suspendieron las manifestaciones). Y hay documentación gráfica al respecto. También se ha demostrado cómo el 8M no tuvo una mayor capacidad de incidencia en el resto de países que permitieron la manifestación.

-Además de manipular al feminismo, en la actualidad estamos viendo todo tipo de informaciones falsas que se propagan como un virus más. ¿Las fake news han llegado, ineludiblemente, para quedarse, aun en esta situación extrema?
-Sí, han llegado para quedarse. Estas fake news están principalmente lanzadas y representadas por personas de liderazgo, por personas de entornos políticos y, por lo tanto, se están utilizando como un arma estratégica de manipulación a la propia sociedad.

Esto demuestra que en todos los países, no solo en España, existe no de ahora sino de siempre un problema de alfabetización mediática. No nos han educado para ver desde un punto de vista crítico los medios de comunicación, y creemos muchas veces lo primero que vemos. Y si ahí no estamos educados, imaginemos en las redes sociales. Tenemos que hacer un ejercicio de responsabilidad y militancia informativa: comprobar las fuentes, comprobar quién está detrás de determinadas personas con determinados discursos…

Las fake news demuestran que cuanto más expuestos estemos a noticias falsas, es más probable que se acepten esas informaciones porque calan más. Aquí hay un error del propio periodismo, que se encarga de trasladar esta realidad de las fake news en muchas ocasiones entrecomillando declaraciones sin interpretación. Tenemos que tener un respeto intocable a los derechos humanos y de la sociedad civil. Los derechos humanos no se debaten, se defienden. Las fake news solamente encajan y se articulan en aquellos espacios donde están la ignorancia y el desconocimiento. La propia ciudadanía tiene que ser consciente de que tiene un papel de responsabilidad frente a esas fake news y también un papel clave en su freno o su difusión.

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