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LITERATURA DE VIAJES

Animales invisibles para presentes pandémicos

15/02/2021 - 

MURCIA. En Mi familia y otros animales, el escritor y naturalista Gerald Durrell narra su infancia correteando por Corfú a la búsqueda de todo tipo de fauna con la que dejarse maravillar. Cada rincón de esa isla griega se presenta ante sus pupilas de niño como una oportunidad incandescente para abrir senderos hacia la fascinación, para absorber aventuras y enrolarse en lo desconocido.

Ese mismo anhelo guía a Gabi Martínez (Barcelona, 1971) en Animales invisibles, libro coeditado por Nórdica y Capitán Swing en el que se lanza en búsqueda de seis especies que hacen bullir su curiosidad, ya sea por protagonizar leyendas locales, por estar presuntamente extinguidos o por ser casi imposibles de avistar. Un proyecto que, a golpe de celulosa, aborda el poder de la fauna en los imaginarios colectivos y ejerce como recordatorio de la importancia de proteger la tierra que habitamos. 

En esta expedición a ritmo de celulosa, recorremos parte de Uganda y Sudán ansiando observar el plumaje del esquivo picozapato; nos dejamos llevar brújula en mano hasta Corea para estudiar al temido tigre blanco y descubrimos al extinto el moa neozelandés, reivindicado ahora como un emblema frente al colonialismo británico. También comenzamos una ruta tras las huellas del yeti por el Hindu Kush, visitamos Venezuela para averiguar qué diablos es una danta y exploramos a pleno pulmón la Gran Barrera de Coral, en gravísimo riesgo de ser aniquilada por el cambio climático.

Pero aunque esta fauna misteriosa ejerza como hilo narrativo entre los diferentes capítulos, como apunta Martínez en el libro, los animales no actúan aquí “como un objetivo, sino como un motor”. Esta fauna temida, admirada o venerada ocupa aquí “el lugar del muerto en la novela negra. Si quieres contar una historia, un primer movimiento tiene que ser la seducción con alguna técnica que enganche: con una intriga, con un viaje…”. Y es que, estudiar al picozapato o a la danta acaba siendo un catalizador para hablar de antropología, geografía o biología; para enlazar cuestiones tan dispares como la deforestación y el misticismo, y, en definitiva, para tratar ese asunto tan peliagudo de estar vivos. “La ecología se nutre de todo. Al final, la vida en la Tierra es una conjunción de seres que se entrecruzan. Creo que esa visión debe repercutir en la literatura. La intelectualidad ha jugado a lo que ha jugado el mercado: a especializarse, y ha perdido la naturaleza de vista”, expone el responsable de títulos como Sudd, Los mares de Wang o Las defensas.

“Al hablar de los animales hablamos del mundo que construimos con ellos”

El relato, siempre el relato, acaba siendo la clave para trazar un atlas del ser humano contemporáneo: “Al hablar de los animales hablamos del mundo que construimos con ellos. Explicar cómo somos los humanos implica abordar también cómo nos relacionamos con las demás especies. Si no tienes un arte que te hable de qué es la naturaleza, otros se apropian del relato. Naturaleza es vivir. Como no hemos construido un relato coral completo, solamente tenemos una mirada polarizada”.

Los animales que hacen sus nidos y madrigueras entre las páginas de este volumen ejercen a menudo como poderosos símbolos de los territorios a los que pertenecen. Así, contribuyen a la construcción de la identidad colectiva de los pueblos que les evocan, a su propia forma de estar en el mundo y dar sentido a su tradición y su legado. En este sentido, Martínez defiende cómo a través fábulas y leyendas que se han ido transmitiendo de generación en generación, es posible comprender “cómo viven las personas de cada lugar. Te puedes proyectar, y eso emociona, crea épica. Debemos crear relatos que unan ciencia y humanismo, ocupar ese espacio”. Al fin y al cabo, los narradores contemporáneos son “herederos de los antiguos narradores orales junto al fuego”, sostiene este creador, cuya hoja de servicios recoge Sólo para gigantes, En la barrera y Un cambio de verdad, entre otras obras.

Para el escritor, la fauna nos transmite esa abrumadora fuerza simbólica debido a que representa la vida “de forma gráfica, ilustrativa. Por ejemplo, para entender Rusia es genial leer El tigre, de John Vaillant. Mientras narra cómo un equipo de rastreadores intentar atrapar a un ejemplar que ha matado a numerosas personas en el extremo oriental del país, explica cómo funciona la centralidad de Moscú y lo abandonados que están los territorios alejados de la capital”.

Animales invisibles es también una apología de la imaginación y de esa pulsión humana por la búsqueda constante, por idear otros horizontes, otros escenarios en los que existir más allá de las certezas. Frente a la obsesión por cruzar fronteras como una gincana, frente a la dictadura de tachar todas los ítems imprescindibles en nuestra lista de viajeros cosmopolitas (check al Machu Picchu, a la Gran Muralla China, a la estatua de la Libertad…) Martínez reivindica en su libro “viajar para no ver”, hacer las maletas dejándose llevar por el gusanillo de la incertidumbre, de la posibilidad apenas esbozada. “Lo invisible abunda, vive y está cargado de futuro”, comenta en un fragmento de la obra. “Parece que en nuestra vida todo deba estructurarse en torno a objetivos claros y definidos que debemos conseguir -- apunta --. Se interpreta la realidad como una suma de objetivos y nos contamos cómo tenemos que ser para llegar ellos. El resultado es que se dispara la ansiedad y el estrés e intentas ser algo que no eres”.

“Dentro de mí hay varios”

Según el impulsor de Animales invisibles, la estima por la tierra que pisamos pasa por tejer vínculos de soporte y ayuda mutuos entre los individuos. O más bien, volverlos a tejer: “Desde la Guerra Civil se liquidó el asociacionismo y sin él es muy complicado crear esa colaboración. En la Transición nos engañaron, no contamos con esa red de fondo, esa influencia mutua y como consecuencia, hemos fabricado un mundo polarizado”. Siempre es buen momento para sacar a darse un garbeo a Fernando Pessoa y nuestro entrevistado lo cita justo ese instante en el que el poeta portugués, al referirse a sus heterónimos, afirma “Dentro de mí hay varios”. “Si reconozco que en mi interior hay algo de los otros, buscaré el entendimiento”, explica Martínez.

Y ahora, hablemos de vil metal. Para el autor, con la crisis económica de 2008 se fue por el sumidero la preocupación por la naturaleza: el desastre financiero que nos vapuleaba eclipsó a la necesidad de preservar el medioambiente. Y en estos últimos meses, con el coronavirus marcando el ritmo de nuestros días, tampoco parece haber mucho espacio para prestar atención a otro asunto que no sea la omnipresente pandemia. Según señala, “lo que estamos haciendo ahora es apañarnos en la inmediatez, en lugar de mirar atrás, observarnos desde la raíz del problema y resolver las cuestiones que nos han llevado a esta situación. Vivimos instalados en el vértigo, en carrera hacia adelante, olvidando lo que dejamos atrás y sin saber adónde vamos. Culpamos a un pangolín por algo que hemos creado nosotros: talando bosques, haciendo que otros animales se acerquen a nosotros cuando deberían estar lejos… Esa idea de que la pandemia nos haría mejores, de que cambiaríamos las cosas, no se está desarrollando”.

A fin de cuentas, “nos siguen gobernando los mismos dirigentes y nada hace pensar que vayan a cambiar sus dinámicas o a gestionar de una manera diferente. La tendencia es que las personas que han perdido dinero lo intentan recuperar a marchas forzadas. Por ejemplo, en lugar de cambiar el sistema de movilidad, quienes antes producían coches con motor explosión ahora los fabrican eléctricos”, explica el escritor cuyo reciente volumen Naturalmente urbano, aborda la iniciativa de las supermanzanas.

Atrapados en un presente monótono y tratando de no dejarnos sepultar por la fatiga pandémica, la literatura de viajes se alza en este inicio de 2021 como una puerta entreabierta a la fuga mental. La tinta ajena como evasión y goce. Quizás por ello, el creador reivindica que pensar en esos animales invisibles, “añade libertad y flexibilidad a tu mirada y permite no abandonar al niño que eres y que eras. Vale mucho la pena cuidar ese pequeño espacio ético que te permite continuar en un lugar de sueños y, con el aprendizaje que da la experiencia, aplicar esos sueños en la cotidianeidad”

En las tramoyas vitales que transitamos, estas en las que inmediatez y el cortoplacismo son moneda de curso legal, un libro elaborado a lo largo de más de tres lustros trabajo parece casi una quimera. Y sin embargo, se impone aquí de nuevo la necesidad de creer en bichos difíciles de observar, como la posibilidad de una escritura manufacturada con tiempo y recursos. “Resulta ruinoso apostar por la literatura de viajes y, de hecho, se escribe muy poca. Para mí supone un acto de resistencia individual, de confiar mi mirada. Vivimos en un momento en el que el dinero se va a donde está la inmediatez, pero quienes están haciendo esa información más reposada tienen mucho mérito y pienso que su trabajo durará mucho más como documento”.

Ahora que ir a trabajar y dormir mal son nuestras actividades estelares, casi es cuestión de supervivencia atrincherarse en el reducto de la imaginación para dejarse encandilar por lo invisible. Aunque sea desde el sofá.

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