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¿Basado o envasado en la evidencia?

El coronavirus es el momento de vivir la ciencia en directo. Para parte de los nuevos admiradores de la evidencia, el mundo de la investigación se envasa como un territorio libre de conflictos e intereses. El riesgo de crear lecturas prociencia, tan perjudiciales como las campañas anticientíficas, está en hacer mella en la confianza de los investigadores. Esto es sumamente importante cuando la disposición de las personas a vacunarse contra la covid-19 se relaciona con sus niveles de confianza en la ciencia.

30/11/2020 - 

Usted ha visto hablar a médicos en Sálvame, al cirujano Cavadas en El Hormiguero enfundado en su chaqueta de camuflaje para monterías y a la viróloga Margarita del Val repartiendo sus dosis de optimismo incomprendido en el Programa de Ana Rosa. También observa que algunos científicos, más conocidos por sus posts que por sus líneas de investigación, acumulan miles y miles de seguidores en las redes sociales, donde otros tantos se sirven de ellas para compartir sus pataletas con el respetable cuando les escuece lo que publican los medios. ¿Se acuerda de cuando el especialista en enfermedades infecciosas Oriol Mitjà tuiteó aquello de “ellos tienen los megáfonos y la inquina. Yo la entrega y la evidencia científica”, firmado con la etiqueta #OriolContraGoliat?

La obsesión justificada por superar la pandemia a golpe de botiquín y volver a nuestras ansiedades domésticas de siempre ha encendido el frenesí por lo científico. Pero el entusiasmo, como las monedas, siempre tiene dos caras. Potencia la motivación, y también recorta la vista como unas anteojeras. La sublimación de la bata blanca otorga a la investigación poderes notariales. Hay quien ve, y exige, en la ciencia el nihil prius fide --nada antes que la fe-- de las escrituras de cada vecino que estampa el notario como garantía de que aquello de lo que da fe es real. En lugar de ese latinajo notarial, a los toques de queda y a las vacunas para frenar el coronavirus les pedimos ‘evidencia’, su equivalente en el argot científico. Y aquí es donde empieza el berenjenal.

En español, evidencia significa “certeza clara, manifiesta y tan perceptible de una cosa, que nadie puede racionalmente dudar de ella”, pero cuando lo prestamos del inglés, la certeza se aminora, dado que ‘evidence’ equivale a “indicios, signos, datos, pruebas, hechos indicativos o datos sugestivos”. Es el uso impropio de la evidencia con el sentido inglés el que contamina toda la práctica.

Un ejemplo es la medicina basada en la evidencia (EBM en sus siglas en inglés), acuñada por el médico canadiense Gordon Gyatt en 1990 y convertida en el new black científico que sirve, como contraposición al tradicional ojo clínico de los galenos, para designar el abordaje de los problemas de la consulta mediante una revisión bibliográfica sistemática y evaluación crítica de los resultados de los estudios científicos como base para la elaboración de estrategias y guías. Y de ahí surgió la psicología, la enfermería, la odontología, la vacunología y la terapia ocupacional basadas en la evidencia. (Qué bonito sería que en el debate del Puerto de Valencia, y de cualquier infraestructura, se priorizara una economía o un urbanismo factual o basado en los hechos, por cierto).

En lugar de hablar de hallazgos, no es infrecuente atribuir erróneamente evidencia entendida como certeza clara a la referencia de unos pocos estudios científicos, obviando la vasta cantidad de investigaciones de calidad necesaria para construir una evidencia real, la cual cuesta tiempo y muchos recursos. Sí, la evidencia es cara, y no solo porque el grupo Springer Nature cobrará a partir de 2021 9.500 euros a los autores para que los artículos publicados en sus revistas sean de acceso abierto.

El coronavirus es el momento de vivir la ciencia en directo, algo muy preocupante cuando campa una gran incultura científica en nuestra sociedad, me decía hace unos días en una conversación telefónica Elena Campos-Sánchez, doctora en biomedicina y presidenta de la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas (APETP). Está cargada de razón. En este contexto, no extraña que se haya disparado el interés por la evidencia científica, tan difícil de distinguir entre la avalancha de la ‘infodemia’, impregnada de noticias falsas con tintes pseudocientíficos. El problema es que todavía muchos no saben qué es la evidencia.

Foto: PEPE OLIVARES

En el dilema de participar o no de esa comunicación, se libran auténticas batallas en investigación. Para las gentes de ciencia, dentro o fuera de la universidad, la obligación no escrita, ni muchas veces remunerada, de divulgar/comunicar se incorporó hace años a las tareas de impartir docencia, pasar horas en el laboratorio, cumplir con estancias en el extranjero, conseguir patrocinadores para la transferencia del conocimiento o vérselas con el papeleo burocrático, además de soportar el tapón de las torres de marfil de turno.

“Sea atractivo y cuente historias para persuadir”, recomiendan los recetarios de técnicas de comunicación científica. Y en esa competitividad por sobresalir y cambiar creencias no importa tanto la calidad del puchero como un embalaje que triunfe en las solicitudes de subvención y en las noticias de prensa, lo cual no queda exento de riesgos.

En la actual pandemia, muchos se cuestionan si los expertos reconocen la complejidad y las incógnitas, los conflictos de interés o la presencia de datos incómodos. “Nos preocupa que la necesidad de persuadir o de contar una historia simple pueda dañar la credibilidad y la confianza”, advierte un grupo de investigadores de la Universidad de Cambridge, dedicados a recopilar datos empíricos sobre cómo comunicar la incertidumbre o  cómo el público decide en qué evidencia confiar, en una tribuna publicada en Nature, en la que proponen un nuevo enfoque: la comunicación de la evidencia, para ayudar a las personas a comprender lo que se sabe sobre un tema y a tomar sus propias decisiones sobre la base de la evidencia. Para ello, los autores llaman a sus colegas a tener claras las motivaciones, presentar los datos de forma completa y compartir las fuentes. “Tenemos que ser abiertos sobre nuestras motivaciones, conflictos y limitaciones. Los científicos cuyos objetivos se perciben como prioritarios en la persuasión corren el riesgo de perder la confianza”, recalcan.

Foto: ÓSCAR J. BARROSO/EP

Vale la pena resaltar algunos de los consejos que ofrece este grupo de investigadores: aborde todas las preguntas de la audiencia, anticipe malentendidos o explíquelos de forma preventiva, no seleccione los resultados, presente los posibles beneficios y posibles para compararlos de manera justa, use números solos o palabras y números, demuestre la incertidumbre sin complejos, cuando no sepa del tema, dígalo; explique qué va a hacer para averiguarlo y cuándo, resalte la calidad y relevancia del conjunto de datos. Entre las recomendaciones, ¿cuál de ellas echa de menos en los científicos que escucha o ve en los medios y las redes?

Para parte de los nuevos admiradores de la evidencia, el mundo de la investigación se envasa como un territorio libre de conflictos e intereses e idealiza a los pocos científicos estrella que saltan a la palestra. El riesgo de crear lecturas prociencia, tan perjudiciales como las campañas anticientíficas, como compartía en redes acertadamente hace unos días Cintia Refojo, responsable de la Unidad de Educación y Fomento de las Vocaciones Científicas de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), está en hacer mella en la confianza de los investigadores. Esto es sumamente importante cuando la disposición de las personas a vacunarse contra la covid-19 se relaciona con sus niveles de confianza en la ciencia, en medio del debate de si obligar o no a vacunarse a la población general.

 El quehacer científico no va ni puede ir de retórica ni de fe a ciegas. Tampoco se trata de amoldarse continuamente a las exigencias de la industria del entretenimiento, y de igual modo, tampoco deben renunciar a la ideología y a la subjetividad. No se trata de vender evidencia, sino de explicar la ciencia para engrandecer el conocimiento y ayudar a las personas a tomar decisiones informadas, que es lo que auténticamente se basa la libertad de elección.

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