VALÈNCIA. En 1983, cuando se publicó esta obra, Charles Burns no tenía la azotea mucho mejor que en los 90 cuando alumbró Agujero negro, el cómic por el que es mundialmente conocido y un volumen que no debe faltar en una colección que se precie de serlo. En este caso, Borbah es un profesional de la lucha libre mexicana, con su máscara y su malla como la de André el Gigante, que resuelve misterios entre cerveza y cerveza e ingesta de tacos y burritos. Como personaje, no tiene gran profundidad. Inesperadamente, lo resuelve todo a golpes. Pero los casos que investiga son harina de otro costal.
En Living the Ice Age, por ejemplo, lidia con un millonario que ha descubierto el método para injertar cabezas de adultos en cuerpos de bebés. La banda de enanos que se junta pondrá en jaque a El Borbah. Tendrá que enfrentarse con multinacionales que fabrican hamburguesas más adictivas que la heroína o con jóvenes que, atraídos por el encanto de un mundo sin emociones, empiezan a espaldas de sus padres la transición para irse arrancándose miembros y sustituyéndolos por apéndices robóticos con la intención de mecanizarse por completo y abandonar su condición humana.
Se trata de historias pulp de serie negra prototípicas de los años 50, con el encanto de los clásicos, esto es, la femme fatale, el poder en la sombra, los encontronazos violentos con matones y el héroe decadente dando tumbos, pero agitado todo ello en la batidora de Charles Burns acaba, lo que necesariamente acaba con idas de olla como las mencionadas.
Burns nació en 1955 y fue un chico solitario. Pasó muchas horas solo en su casa, sus padres le decían que dibujase para que se entretuviera y esto es lo que hizo toda su vida y en lo único que mostró interés. Tampoco pudo hacer mucho más porque sus padres se mudaban constantemente. Su pasión por el cómic empezó gracias a su padre, que le pasaba Mad y Tintín. Y luego él siguió por su cuenta con títulos como Dick Tracy y Batman.
Marcado en los cines de barrio
Pero si algo le impactó en aquella época fueron las películas de terror. Vivió los años dorada del cine de Serie B sobre alienígenas, mutantes, experimentos médicos fallidos y demás clase de monstruosidades. En una entrevista en el fanzine Rue Morgue de 2005 explicó que aunque ahora esas películas se vean como una forma de terror estéril, incluso benigna por lo naif que eran, a él en su día le causaron gran impacto y, de camino a casa al salir del cine, su imaginación estaba revolucionada estirando el guión de lo que había visto y llevándolo aún más lejos.
Tras una experiencia "mortal" en la enseñanza secundaria, quedó obsesionado para siempre con las historias de instituto y personajes en esa franja de edad. Luego fue a la universidad con Matt Groening. Hizo un postgrado de pintura y escultura en California, pero no congenió con el arte entendido como el proceso por el cual un artista crea una obra que será expuesta en una galería sobre una peana o dentro de un marco y vendida a un coleccionista. Quería algo mucho más accesible y popular y por eso, a finales de los 70, tomó la decisión de dedicarse plenamente al cómic.
Art Spiegelman, el autor del clásico Maus, le fichó para su revista Raw y en ese momento, oficialmente, se convirtió en dibujante de cómics y empezó a entregar a estas páginas las historietas de Borbah que ha reeditado La Cúpula este verano. Un luchador que resuelve misterios, un claro homenaje Hergé, que hizo lo propio con un boy scout al que llamó Tintín y puso a dar vueltas al mundo.
Muchas veces tomó directamente ideas de las películas que le gustaban. La aludida historia de bebés con cabeza de adultos procede de la película The Brain That Wouldn't Die de Joseph Green a la que le daba la vuelta. En el film, un cirujano buscaba un cuerpo para ponerle la cabeza de su mujer, lo único que había podido salvar tras un accidente, mientras que en El Borbah, un marido cornudo le corta la cabeza a su bella mujer para colocársela al cuerpo de una anciana para vengarse. En otras ocasiones, lo que le marcó fue la aparición del sida. El sexo, que debería ser algo placentero, en los 80 se convirtió en una experiencia mortal de la peor clase, con una enfermedad desconocida y espantosa. La realidad era bastante Burns en aquellos años.
Submundos y sociedades secretas
La obsesión del autor por las actividades que se le ocurren a los millonarios aburridos, siempre juegos mortales con prostitutas y experimentos surrealistas en laboratorios secretos, pertenecía a la literatura popular y la Serie B de hasta entonces. Borbah siempre va descubriendo conspiraciones de sectas en sus casos que generalmente consisten en encontrar a una persona desaparecida.
En cuanto al estilo, Burns volvía, al igual que la base de sus historias, a un dibujo aséptico de mediados de siglo en contraposición al estilo "sucio" más propio del cómic underground de los 70. Estas páginas son el paradigma de su forma de dibujar personajes hieráticos que hablan de forma artificiosa, una forma de desdramatizar y aliviar al lector que asiste a, en el mejor de los casos, aberraciones biológicas y torturas a inocentes.
En muchas entrevistas Burns ha contado sobre sus orígenes que al principio, de niño, hacía parodias de cómics de superhéroes, y luego, años después, hizo lo mismo, pero con el cómic underground, parodiarlo, reírse de él. En El Borbah todo es también una gran mofa, como si David Lynch cuando filmó Blue Velvet, que lo hizo un par de años después de aparecer este cómic, se hubiera tomado un poco menos en serio a sí mismo.