VALÈNCIA. La semana pasada, agricultores malagueños regalaron tres mil kilos de patatas "hartos de los abusos". Preferían regalarla antes que dejar que se pudra o venderla a precios ruinosos. No pueden cubrir los costes de la producción. El cálculo que daba la UPA (Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos) era que se necesita invertir 0,23 euros por kilo de patatas y se paga a 0,16 euros.
Esta historia ya la hemos vivido en otras ocasiones y no es exclusiva de estas latitudes. Es el argumento más importante del docu-reality británico Clarckson Farm. Un trabajo televisivo tan sumamente bien realizado que ya está entre las 25 series mejor valoradas en imbd.com en el número 23, por delante de hypes como True Detective, obras de arte como Dekalog, supuestos clásicos como Friends o la mismísima Seinfeld. Han votado casi veinte mil personas, por lo que es innegable que ha cautivado al público.
El docu-reality se ha emitido en Amazon Prime Video. Su conductor, nunca mejor dicho, es Jeremy Clarckson, cuya carrera la ha hecho hablando de coches y, en ocasiones, en programas de humor procaz o provocador y como presentador de Quién quiere ser millonario. Por ejemplo, uno en el que recorría diferentes países buscando si se cumplen los estereotipos que tienen los ingleses sobre sus pobladores. Al de España fue Guillermo Fesser y se hizo un gag sobre la paella que atenta contra el Estatuto de Autonomía de la Comunitat Valenciana y posiblemente también sea punible por el Tribunal de las Aguas.
Clarckson venía de llamar "idiota" a Greta Thunberg en The Sun. Su choteo con los científicos que llevan años advirtiendo del cambio climático venían de largo. Estaba preocupado por el desinterés en los coches de las nuevas generaciones. Había llegado a protestar por el hecho de que los críos ya no tienen pósters de coches en su habitación. Patético. Sin embargo, realizó una edición de su programa Grand Tour en Vietnam sobre el cambio climático y el río Mekong y dio un giro. En The Sun fue tajante: "Solo un idiota no cambia de opinión cuando se enfrenta a pruebas irrefutables. La pregunta es, ¿qué hacer al respecto? Ese es un debate más interesante que lo que está sucediendo".
No obstante, pese a ir de sobrado, pese a ser un irreverente multimillonario, pese a ser un genuino inglés en su vertiente más odiosa, en Clarckson's Farm resulta adorable. Es inteligente, divertido, muy espontáneo y admite todas sus debilidades. Es, por tanto, todo lo contrario a un tonto del culo. Cuando alguien con una personalidad atrayente hace suyo un reality es dar con la fórmula de la Coca-cola, pero hay algo más. Mucho más.
Clarckson Farm se inicia cuando el periodista se hace cargo de sus mil acres de granja después de que el encargado de explotarla haya decidido jubilarse. Solo contará con la ayuda de un contable que le va exponiendo la realidad periódicamente y un par de ayudantes, trabajadores del campo. Kaleb Cooper, por ejemplo, el que más colabora con él es un chaval que solo ha ido a Londres una vez en su vida y no se atrevió a bajar del autobús porque había mucha gente. Es un chaval de campo, pero establece una divertida relación con el millonario que le contrata en la que se dedica, prácticamente toda la serie, a decirle a su jefe que es un inútil, que no tiene ni idea de nada, que es patético que no sepa arar en línea recta y que todas sus ideas son de bombero. Clarckson, sin atisbo alguno de vergüenza, le emplea para que resuelva todos los marrones de sus ocurrencias. Como humor, funciona. Se lo montan bien.
Aunque la gracia está en la información, en todo lo que se aprende. Partiendo de cero, el protagonista fertiliza los campos, siembra y se atreve también con los animales, intenta reunir un rebaño de ovejas, panales de abejas y prepara hogares para las aves locales. Hasta un estanque con truchas crea. Es divertido ver cómo alguien que no tiene ni idea de nada se inicia en estas actividades, es instructivo, sobre todo por las constantes gambas que mete, pero sobre todo se entiende algo mucho mejor, los estrechos márgenes con los que funciona la agricultura y su dependencia de las subvenciones y estrictos marcos legales.
El contable deja frases lapidarias. Con el Brexit y sin los subsidios europeos, pronostica que desaparecerán el treinta por ciento de los agricultores británicos. Al mismo tiempo, resulta sobrecogedor el clima. Una mala racha durante una temporada hace que el precio de la cosecha oscile entre cien mil euros arriba, cien mil euros abajo. Vaya por delante que hablamos de mil acres, pero la inestabilidad, conocida por todas las culturas y reflejada en toda literatura universal, de los agricultores es acongojante. Como el caso de un vecino de Clarckson al que se le quema toda la tierra por trabajar un vehículo en mal estado.
Sin duda lo más bonito de toda la serie es cuando dan a luz las ovejas. Los corderos son preciosos. Adorables. Maravillosos. Aunque Clarckson no pretende manipular emocionalmente al espectador con falsos alivios. Cuando llega el momento, los envía todos al matadero y graba cómo se los devuelven troceados y envasados al vacío. Es realmente duro de ver, no me escondo, pero la vida es así. Al menos hasta ahora.
Es un punto interesante también que la pandemia les pillara en mitad de la grabación del programa, aunque tampoco se ven muy afectados en el día a día, partiendo de la base de que trabajan al aire libre. Otro aspecto a tener en cuenta es la distorsión que se produce no solo porque Clarckson sea millonario y pueda ir a pérdidas tranquilamente jugando a ser granjero, sino por el hecho de que con siete millones de seguidores en twitter, al anunciar que abre una tienda de productos naturales, se atasca la carretera que dirige al pueblo de la ingente cantidad de gente que quiere ir a comprarle patatas.
La telerrealidad es un formato que durante dos décadas ha puesto a personajes en situaciones ridículas para que nos riamos con sus reacciones, nos conmovamos con sus desgracias y nos emocionemos con sus logros y vivencias amorosas. La norma más que la excepción ha sido reírse de la vergüenza ajena que provocaba todo aquello. Podríamos decir que se llegó a extremos degradantes, pero ahora mismo, la verdad, con el binomio de política y redes sociales los realities se pueden ver con el meñique levantado. Nada de esto quita que el género también pueda explorarse de forma didáctica e instructiva, y con el don innato de los británicos para la divulgación, aquí han conseguido eso tan bonito de enseñar deleitando. Aunque se trate de un lavado de cara con la fe del converso, al que, por otra parte, todo el mundo tiene derecho.