VALÈNCIA. Es curioso que como españoles todo lo que llega referente a las muñecas como compañeras sexuales ya lo tentemos procesado en el subconsciente por la gran obra de Luis García Berlanga sobre ese tema, Tamaño natural. Ha habido películas posteriores, e incluso recientes, como Lars y una chica de verdad (Lars and a real girl, Craig Gillespie, 2007) protagonizada por Ryan Gosling, pero no es lo mismo.
Difícilmente se puede ir más allá de lo que mostraron Rafael Azcona y Berlanga sobre ese hombre que lo tiene todo, pero necesita más y adquiere una muñeca con lo que no hace sino sugestionarse y recrearse en una fantasía que acaba afectando a su vida. Del mismo modo que la escena final, cuando esa muñeca cae en manos de los gastarbeiters españoles y se comportan como una jauría, como una tribu que tiene su primer contacto con el primer ingenio de la civilización que ven, imágenes que competían con el inicio de 2001 y el monolito dichoso solo que regadas en vino barato.
Ahora, cincuenta años después de todo aquello, medio siglo, realmente el sexo con muñecos empieza a cobrar otra dimensión. No solo por la calidad de los tejidos y las múltiples articulaciones, sino por la inteligencia artificial, por llamarla de alguna manera. La capacidad tecnológica de simular conversaciones y mantenerlas entre ordenadores y humanos.
Los compañeros virtuales (algoritmos) cada vez tienen más razón de ser e incluso expertos, como Margaret A. Boden, han escrito que debemos empezar a pensar si es ético que las personas con problemas de soledad -ancianos, por ejemplo- sean confiados a generadores de conversaciones y allá se apañen matando el tiempo. Black Mirror, en su extraordinario capítulo San Junipero, planteaba algo así, pero al menos la interacción era con otras personas que accedían a un entorno virtual.
Ahora, proyectado en La Cabina, el Festival Internacional de Mediometrajes de Valencia, nos llega Wife, Girl, Mother (Tsuma Musume Haha) de Alain Della Negra y Kaori Kinoshita, un documental que muestra nuevas formas de amor, con muñecas, obviamente, y especula sobre el hecho de amar avatares o tratar con ellos. Con personas sin rostro humano o con meras imágenes, programas informáticos.
El protagonista que se presenta desde el principio aparece orgulloso en el salón de su casa con dos muñecas. Las acicala durante un buen rato y luego se sienta a explicar cómo es su vida, qué le ha llevado a adquirir estos dos productos en el mercado e iniciar la convivencia con ellos o, lo que es una relación autosugestionada con un trozo de caucho con peluca.
Se murió su madre, eso desencadenó todo, y se quedó solo en casa. Vive en una ciudad mediana japonesa, donde anochece pronto; un lugar aburrido, donde la noche es larga. Adquirió una muñeca con el fin de satisfacer sus necesidades sexuales, confiesa en los primeros compases, luego compró una segunda porque vio que le iba bien y, finalmente, se pasó al arte sacándolas fotografías que compartía en las redes, de modo que conoció a más gente afín. Dice muy serio con las muñecas maqueadas: "Parece que me está mirando fijamente".
Los autores han comentado en entrevistas que se sienten fascinados por cómo en la sociedad japonesa es tanta la gente que ama objetos, muñecas o tamagochis. De hecho, ya hay documentales que han tratado la adicción de algunos ciudadanos japoneses a las novias virtuales. Aplicaciones que te permiten tener conversaciones ordinarias con un avatar y que para mucha gente son vitales. Un contraste nada extraño en un país en el que también hay negocios que venden atrezzo y producción para que una persona simule en Instagram que ha salido y se lo ha pasado bien, aunque no tenga ningún amigo.
Precisamente, esa faceta de amor 2.0, por llamarlo de alguna manera, también aparece. Es un joven el que está sentado en la calle con una maquinita en la que puede ver en la pantalla a un avatar femenino que le pide por favor que le dé un beso, que está quieta, que no se mueve, que solo espera que la bese.
El documental tiene una importante faceta arty, busca más allá de las palabras y las imágenes. Según sus directores, su intención con algunas escenas era "mostrar las almas" de esta clase de gente. "Son personas que buscan amor", explicaron los directores en una entrevista en el festival Cinéma Du Réel en París. Algo que tenemos que ir deduciendo a medida que la película va compartiendo su datos biográficos más íntimos.
La parte más curiosa es la que muestra la elaboración de las muñecas desde la cadena de montaje hasta el escaparate de la tienda donde se venden. Un caballero explica arrancándole la cabeza a una que "es desmontable", lo que sobrecoge después de asistir a tanto trato humano hacia el caucho, al final uno se sugestiona también. Pero el vendedor sigue. El cuerpo está hecho solo de una pieza, pero esto permite que se puedan cambiar las cabezas y los torsos para combinarlos a gusto del consumidor. Mientras habla, detrás, en una silla hay una muñeca mostrando el culo con solo un tanga puesto moviéndose sobre una plataforma que la mueve en semicírculos.
El trabajo de esta pareja de cineastas está centrada en lo que entendemos por realidad y su reflejo. Para otro de sus trabajos, Dynasty, estuvieron durante cuatro años visitando diferentes comunidades de la red social pionera, Second Life, para entrevistarse con personas a las que les era más fácil hablar de manera virtual que en la realidad. A la espera solo de la llegada del 5G para que una red social como era Second Life cobre sentido y empecemos a pasar la mitad de la vida o más metidos en entornos virtuales, estos documentales ahora tan escalofriantes pasarán a ser realismo soviético.