China ha logrado crear un mercado interno lo suficientemente grande como para volver a cerrarse, mientras se coloca a la cabeza de las tecnologías avanzadas en todo el mundo.
A finales del siglo XVIII y traducido por un jesuita, el tratado conocido como “El arte de la guerra” y atribuido a Sun Tzu llegó a Europa. Desde entonces, no sólo ha influido en militares como Napoleón, sino que también se ha utilizado en la esfera de los negocios o en la estrategia política. Sin embargo, este texto, que muestra fina inteligencia e ironía y susceptible de varias lecturas, ya circulaba por China cinco siglos antes de Cristo.
Quizá debido a que China ha permanecido cerrada al resto del mundo durante la mayor parte de su historia (con raras excepciones), existe en la práctica bastante desconocimiento sobre el país y su visión. En realidad, China pudo permitirse la autarquía debido a la abundancia de los recursos con que contaba y a su enorme tamaño. Gracias a ello ha sido una potencia hegemónica casi de forma ininterrumpida. Baste para comprender su punto de vista que ellos se denominan a sí mismos “imperio del centro”. La excepción a la hegemonía china fue el período 1850-1950, que ellos denominan “siglo de humillación”, que comenzó con las dos guerras del opio y supuso la pérdida de territorio a favor de las potencias europeas y a la apertura comercial “obligada”. Todo desembocó en rebeliones que acabaron con la caída del emperador en 1912. Tras la creación de la República Popular China en 1949 y el posterior régimen maoísta, se han sucedido ya cinco generaciones de líderes comunistas. Con Deng Xiao Ping llegaría el pragmatismo económico y político y, tras las revueltas de Tiannamen, se realiza un cierto pacto Partido Comunista-sociedad y a una estrategia de crecimiento inclusivo, con el fin de lograr la paz social.
Nuevamente, con el comienzo del milenio, China se abre relativamente al exterior. Desde entonces, dicha apertura económica progresiva ha dado lugar a dos shocks globales. El primero, en 2001, cuando China entra en la Organización Mundial de Comercio (OMC). Ello redujo la pobreza para millones de chinos, aunque resultarían negativamente afectados los trabajadores de la industria de los países desarrollados, tanto en Estados Unidos como en la UE. A pesar de esto, los consumidores de todo el mundo han podido acceder a productos más baratos. El segundo efecto esperado, el de apertura del mercado chino, fue sólo parcial. También se creía que, como efecto secundario, se daría un proceso de apertura social y política, que conduciría a China hacia la democracia y el respeto de los derechos humanos. Pero nada más lejos de la realidad.
En la actualidad estamos viviendo un segundo shock provocado por un cambio en la estrategia china. Es lo que se ha llamado “globalización selectiva” y se ha basado en tres iniciativas: en primer lugar, la Nueva Ruta de la Seda, que se lanzó en 2013 y consiste en construir una ruta eurasiática por tierra (en ferrocarril) y mar, implicando a más de 100 países y una financiación similar a la del programa Next Generation EU, con un total de más de 700.000 millones de euros; la segunda iniciativa se denomina “Made in China 2025”, presentada por Xi Jinping en 2015, y que supuso un cambio de estrategia muy profundo, al referirse no sólo a comercio sino también a inversión extranjera directa (IED) y tecnología. La idea de esta iniciativa es lograr la hegemonía tecnológica en sectores avanzados como la inteligencia artificial, los semiconductores, las baterías y vehículos eléctricos, entre otros. Se trata de utilizar subsidios estatales y controles a la exportación (y a la información) con el fin de ir sustituyendo las empresas extranjeras por chinas. La tercera iniciativa se denomina “circulación dual” y se ha planteado este mismo año. Consiste en separar la economía en dos esferas: una circulación “externa” que estaría en contacto con el resto del mundo vía comercio e IED, pero con una mayor diversificación de las cadenas de suministro, para reducir la dependencia con Estados Unidos y aumentar la dependencia de otros países con China; y una circulación “interna”, basada en la demanda interna, así como en el capital e ideas chinas.
En realidad, con este cambio de estrategia China estaría volviendo a su política ancestral, siguiendo las pautas de Sun Tzu y utilizando la astucia para conseguir ventaja frente a sus “competidores” (¿o quizá enemigos?). Después de una primera apertura en la que ha logrado atraer capital de todo el mundo y generar recursos para invertir tanto en infraestructura como en capital humano (enviando a sus jóvenes a formarse en los centros de investigación de élite y mejorando sus propias universidades y centros de investigación) ha logrado un mercado interno lo suficientemente grande como para volver a cerrarse y colocarse a la cabeza en las tecnologías más avanzadas en todo el mundo.
El paso siguiente es crucial, puesto que ya disponen de la capacidad y los medios para ser ellos los que determinen los estándares internacionales, empezando por el 5G. Sólo así se entiende la preocupación de Estados Unidos cuando éste en la UE se comenzó a implantar mediante acuerdos con tecnología china. Junto con ello, y quizá más importante, acaba de anunciarse la creación, ya en pruebas, del yuan digital. El Banco Popular de China (BPC) ya ha repartido gratuitamente 100 millones de yuanes para que la población se acostumbre a usarlos. No se trata de pagos digitales en yuanes, sino de emisiones de moneda electrónica, como el Bitcoin. La diferencia es crucial: mientras que el Bitcoin es anónimo, el BPC tiene toda la información sobre los usuarios. El objetivo es claro: desplazar a las divisas más usadas hoy en día (el dólar y el euro) y atraer capitales que quieran salir del control de la Reserva Federal o del BCE.
Y todo esto preocupa a Estados Unidos y a la UE, no tanto por la competencia que supone China en estos ámbitos tan sensibles, sino porque con el mercado chino cerrado y los nuestros abiertos, siempre vamos a estar en desventaja. Los principios por los que funcionan nuestras economías, con poca intervención del Estado, puesto que las subvenciones están prohibidas, son bien distintos de los de China, donde el propio Estado es el empresario y dueño de muchas de las mayores multinacionales del mundo (véase la tabla 1). Si además, los países occidentales pierden la capacidad de influir sobre los estándares tecnológicos, tanto medioambientales como de privacidad en la información, podrán surgir problemas cuya dimensión aún no conocemos pero podemos atisbar. Quizá no hayamos estado suficientemente atentos. Si, como diría Sun Tzu, “la mejor victoria es vencer sin combatir”, a lo mejor ya hemos sido vencidos y aún no nos hemos dado cuenta.