VALÈNCIA. Doy por bueno todo aquello que colabore en romper con el confinamiento mental, todo aquello que ayude a distanciarse de uno mismo, que es una de las peores condenas que impone la presente situación. La portada de Under covers. Historia en cubiertas. Una guía de viaje por las portadas de discos, con esa ilustración del valenciano César Sebastián que tan bien sintetiza el contenido de este libro, invita a ser tomada como un remedio de este tipo. Dice su autor, Julio Le Marchand, que la idea de hacer un recorrido turístico sin salir de casa le vino a la mente en pleno confinamiento. Le Marchand, que es dj y coleccionista de vinilos y está formado como arquitecto, se propuso, durante ese tiempo en el que no se podía salir de casa, crear una cartografía a partir de portadas de discos. De la misma manera que existen mapas literarios que, pueden llevarnos de la Comala de Rulfo al Yoknapatawpha de Faulkner, o del Londres de Dickens al Madrid de Cela, o del Buenos Aires de Mariana Enríquez a la California de Lucia Berlin; del mismo en que podemos asomarnos a la India del periodo colonial con John Huston o recorrer una y otra vez Nueva York con Woody Allen, hay portadas de discos que son postales de mundos lejanos, a veces reales, a veces completamente irreales. Símbolos que se convierten en la antesala a un paisaje sin el cual, muchas veces, la música que contiene el disco no habría acabado siendo la que es.
Siguiendo el recorrido que propone Le Marchand aprendo algo más sobre lugares que mi imaginación ha visitado centenares de veces. El número 23 de Heddon Street, Londres, donde, una noche de lluvia, David Bowie posó para el fotógrafo Brian Ward y terminó de convertirse en Ziggy Stardust, a la puerta de la peletería K. West cuyos dueños, al principio, protestaron sin ser conscientes de que aquella fachada pasaría a la posteridad. Amy Winehouse todavía era una debutante cuando tuvo que posar para la portada de Frank, su debut discográfico. Quizá por eso la vemos sonreír en la instantánea de Charles Moriarty, lejos todavía de aquella tristeza que terminaría por aniquilarla. Ríe porque mientras llevaban a cabo la sesión, vieron a un hombre paseando a dos perros y le pidieron permiso para que Amy sujetara las correas mientras la retrataban. La improvisación como inspiración. En la rampa de su local de ensayo en Chalk Farm, que forma parte de ese Candem Town que tan importante fue para la Winehouse, The Clash posaron para la portada de su primer álbum y los Beatles, ya sabemos lo que hicieron los Beatles en el paso de cebra que había frente al estudio de la discográfica EMI, que terminaría cambiando su nombre por el de la calle y el disco que lo inmortalizó.
El dormitorio de Nick y Suzie Cave se convierte por casualidad en plató donde se improvisa una escena que recuerda a la estampa de Adán y Eva siendo expulsados del paraíso que pintó Masaccio. La fotógrafa Dominique Isserman estaba fotografiando a Suzie Cave y, sin buscarlo, captó esa imagen en la que ella camina desnuda por la habitación mientras que su marido deja que entre la luz. Estamos en Brighton, pero pasando páginas del libro de Le Marchand también podemos visitar Petrova Gora, Croacia, observando un edificio -el Spomenick- que homenajeaba héroes de la revolución comunista que el general Tito mandó construir en 1981 y cuya imagen, treinta años más tarde, sirvió para presentar el primer disco de Unknown Mortal Orchestra. Neil Hannon eligió el monumento al arquitecto Otto Wagner en Viena para un álbum Fin de siècle, que anunciaba el fin de una etapa.
Hay playas que forman parte de la iconografía del rock porque lo contrario sería inasumible. Ken Veeder inmortalizó a los Beach Boys en una playa de Mailibú en la que ni siquiera se hacía surf, y, sin embargo, dos de las instantáneas que tomó definieron los dos primeros álbumes de la banda, que a su vez establecieron la aparición de la surf music. Neil Young eligió la playa de Santa Mónica para la puesta en escena de la foto de On the beach. Un quitasol, dos sillas, latas de cerveza, un periódico al pie de la mesa, una maceta y, de espaldas a quien mira, el autor del disco, que, inspirado por la portada de una novela de Ballard, pidió que, de cara a la foto, se enterrara en la arena la parte trasera de un Cadillac. Echo & The Bunnymen se fueron a Islandia antes de que Islandia se pusiera de moda por culpa de The Sugarcubes. Se llevaron consigo a Brian Griffin, que los retrató en la cascada de Gullfoss, acantilados y nieve para reflejar la frialdad -luego en realidad no había tanta- que contenía su tercer álbum, Porcupine, publicado en 1983. La frialdad tallada en piedra que transmiten las lápidas y esculturas del Cementerio Monumental de Staglieno, en Génova, es ya indisociable de la música de Joy Division. El diseñador Peter Saville eligió fotografías de Bernard Pierre Wolff para ilustrar los discos del grupo que el cantante Ian Curtis jamás llegaría a ver publicados. Insertadas en los limpios diseños de Saville, ambas fotografías le conceden a Closer y Love Will tear us apart un sentido mortuorio que, ironías de la vida y de la muerte, estaba ya decidido antes de que Curtis se quitara la vida.
El libro de Le Marchand también nos recuerda que Twin Peaks se llamaba en realidad Snoqualmie y que, en la portada de su último álbum, Elliott Smith eligió posar antes el mural de una tienda de reparaciones de aparatos eléctricos en Los Ángeles, un lugar que, una vez más, se convertiría en punto de peregrinación para los fans. Y también nos explica que esas plantas desenfocadas que aparecen en la portada del Murmur de REM son plantas de origen japonés importadas por los lugareños y que proliferaron de tal modo que hoy es la especie conocida como la enredadera que se comió el sur, porque está omnipresente por todo el estado de Georgia.