En el Nueva York de los 60, 70 y 80, Roy DeMeo se relacionó con el mundo del crimen organizado ofreciéndoles sus servicios como sicario. Había sido aprendiz de carnicero de niño y de mayor fue especialista en trocear y hacer desaparecer cuerpos humanos. Su vida ha sido llevada al cómic en El método Gemini, el nombre del bar que regentaba en Brooklyn
15/07/2019 -
Roy DeMeo Albert, natural de Brooklyn, nació en 1940. Fue uno de los mafiosos más sanguinarios de la familia Gambino. Con un grupo de delincuentes de poca monta a su servicio, llegó a desarrollar un negocio del robo de coches para el crimen organizado, envió cientos de coches robados en Nueva York a Kuwait y Puerto Rico, y para conseguirlo se llevó por delante a un centenar de personas.
Diversificó su negocio, tuvo también clínicas de abortos, trabajó la pornografía, sin embargo, lo que realmente se le dio bien fue ser sicario. El asesinato por encargo o como favor. Tenían un local y su método era siempre similar. Primero un disparo en la cabeza, a continuación se envolvía a la víctima el cráneo con una toalla y se le pegaba una puñalada en el corazón para que dejase de sangrar la herida de bala. Minutos después, se le cortaba en trozos y se enviaban a un vertedero que recibía tantas toneladas de basura diaria que era imposible que se llegase a encontrar ningún cuerpo.
Como es habitual en estas historias, en 1983 DeMeo fue un día a reunirse con los jefes y apareció muerto a tiros en el maletero de un coche abandonado. El FBI ya seguía sus pasos de cerca por aquel entonces, tenía abierta una investigación sobre la ingente cantidad de personas que habían desaparecido y sido vistas por última vez en el Gemini, su bar.
Así se titula la novela gráfica, El método Gemini, publicado por Autsaider Cómics. Su autor es Magius, seudónimo de Diego Corbalán, que conoció la historia por un documental. En una entrevista en 13 Millones de naves explicó por qué eligió a un personaje como DeMeo: "Lo que me llamó la atención de este pájaro era que, aún siendo un gangster que inicialmente hizo negocios como prestamista, empresario e incluso banquero, no tuvo reparos en mancharse las manos de sangre. Yo creo que este hombre veía el hecho de matar como un gaje más de su oficio, un quitarse problemas de en medio. Utilizó los conocimientos que había adquirido en su adolescencia, como aprendiz de carnicero, para descuartizar cadáveres en la trastienda de su bar y hacerlos desaparecer para siempre. No lo hacía por gusto, sólo negocio. ¿Si robaba coches de lujo para desguazarlos, y vender sueltas piezas de repuesto difíciles de encontrar, por qué no iba a “desmontar” los cuerpos y hacerlos desaparecer?"
Con especial hincapié en su pasado como empresario y paralelismos con Wall Street y el mundo del hampa, Magius parte desde la infancia del personaje para mostrarle como un niño atormentado y marginado, una víctima del bullying. A partir de una coincidencia, aunque de niño en el barrio le llaman Diogordi, se apellida Dioguardi, igual que un importante capo de los 50, aprovecha la casualidad para introducirse en el crimen organizado.
El relato de sus peripecias está cien por cien en la línea de los trabajos cinematográficos de Martin Scorsese de mafiosos y lumpen neoyorquino: Malas calles, Taxi Driver, Uno de los nuestros y Casino. No obstante, solo emplea los colores primarios, rojo, amarillo y azul, que de alguna manera, por medio de la evocación pop art, le dan como un aire pulp. El Nueva York de la prostitución y los traficantes de drogas, las calles de la mafia, a menudo ha sido representado con colores tristes u oscuridad interrumpida por luces de neón. Esta elección es bastante original y te retrotrae a épocas como la de Fletcher Hank.
Sin embargo, lo más destacado de la obra es la acción. No cesa desde la primera viñeta. Todas las maquinaciones y planes se entremezclan con la acción, unas escenas brutales y violentas, sin pausa alguna. Hay procacidad sexual, monólogos y cuando se tensa la cuerda se llega al gore. Son viñetas que te atrapan y no te sueltan. Normalmente, con tres filas de tres viñetas por cara, pero con algunos cuadros a página completa realmente hermosos si eres un poco cenizo, como la de dos capos muertos en un jardín con higueras, el Wall Street de 1985 con los primeros yupis modernos con sus teléfonos portátiles en 1985 o la puerta del bar Gemini donde se cometen los asesinatos y descuartizamientos.
Ese Nueva York de los 60, 70 y 80 es un espacio mitificado que supone un género en sí mismo, como ha demostrado estos años la serie Deuce, que no apuesta por ninguna trama en particular, sino por el momento, el lugar y su música. Este tebeo, tanto por las localizaciones como por la gentuza a la que retrata, es una obra digna de un género no tan prolífico como el western, pero más exquisito al paladar actual.
Lo que no se puede decir es que el cómic haya explotado el aludido género. Son pocas obras que han seguido la estela de las citadas de Scorsese y obras maestras como El príncipe de la ciudad pese a su indudable atractivo y carga trágica y dramática.
Está el paseo que se dio por el Bronx Will Eisner en La avenida Dropsie, pero tocaba el tema puntualmente. Desde Argentina, Robin Wood y el extraordinario dibujante Mandrafina ilustraron la vida de Giovani Savarese, un adolescente siciliano que llegaba a Nueva York, pero la historia acababa en los años 40. Además, en los 90, crearon la serie Spaghetti Bros ambientada en fechas similares. En los años 30 se situaba La cocina del infierno, de Damien Marie y Karl T., pero su protagonista era positivo y buscaba venganza. En los últimos años, en Image y Vertigo la mafia ha sido un tema al que se ha recurrido, pero tampoco ha sido fácil encontrar este contexto concreto. Como mucho, The Kitchen, de Ollie Masters, Ming Doyle y Jordie Bellaire. Una escasez que pone aún más de relieve la calidad de este libro que perfectamente podría haber llegado de Estados Unidos y no se hubiese notado en absoluto.
Peter Bagge ha decidido continuar la saga Odio, uno de los cómics icónicos de los años 90 y que, desgraciadamente, dejó de publicar. Buddy Bradley, el personaje que nos enseñó que el brillo del grunge y la juventud de esa década era más bien una luz desvaída, inserta ahora a su personaje en los EEUU de Trump y “el género fluido”, con cargas de profundidad la constatación de cómo ha bajado el poder adquisitivo de cada generación. La obra, ‘Odio desatado’, sigue igual, o sea, sublime