Necesitamos a traidores como el niño Errejón para que el mundo siga avanzando. ¿A qué cuento viene criticarle si todo lo hace por nuestro bien? ¿O acaso creíamos que fiaría su suerte a un caballo perdedor como Podemos? Si yo fuera el joven Casado o el niño Albert me tentaría la ropa. Errejón, inteligente, seductor y cruel, puede robarles la cartera
Tenía los pies fríos después de permanecer hora y media de pie en la Puerta del Sol. Como tantos otros había acudido a esta plaza para asistir al mitin que ponía fin a la Marcha del Cambio. Era la una de la tarde, y no había nubes en el cielo de Madrid. Codo con codo con otros manifestantes, sin apenas espacio para moverme, dudaba en marcharme cuando oí el aplauso y el griterío de gente que se hacía a un lado para abrirle paso a los dirigentes de Podemos, recibidos como si se trataran de los Rolling Stones.
Era el 31 de enero de 2015. Hace una eternidad de aquello.
Cinco fueron los dirigentes que tomaron la palabra en el escenario. Habló una mujer de cuyo nombre no me acuerdo. Habló Juan Carlos Monedero echando mano de una retórica salpicada de viejas consignas del siglo XX, sin que faltaran las previsibles referencias a los versos de un poeta querido (¿Machado? ¿Neruda? ¿Alberti?). El penúltimo en dirigirse al público fue el niño Errejón. No necesitó guion. Entusiasmó a los presentes. Fue el mejor orador. Se despidió haciendo la V de victoria. Cerró el acto el Mesías con un discurso leído y deslavazado.
La gente se fue satisfecha a casa porque creía haber encontrado al partido idóneo para poner las cosas en su sitio y ajustar cuentas con los de arriba. Luego se vio que no; que todo había sido una mascarada de unos vividores para hacerse un hueco en el sistema que tanto habían denostado.
Cuatro años después, el niño Errejón, despreciado por el Mesías y sus apóstoles, ha abandonado el nido. Vuela por cuenta propia sabiendo que no le faltará el cariño de la abuela Carmena. Se trata de dos killers de la política, el nieto y la abuelita, a quienes dejaríamos a nuestros sobrinos a su cuidado, y con sumo gusto.
El niño Errejón ha cargado con el sambenito de traidor, como si la política fuese un delicado juego de eunucos. La política es crueldad, doblez y traición
Astuto, seductor y cruel, el niño Errejón ha cargado con el sambenito de traidor, como si la política fuese un delicado juego de eunucos. La política es crueldad, doblez y traición, lo cual no tiene por qué ser malo. Todo depende del objetivo político que se proponga el traidor. La historia ha avanzado gracias a los inconformistas y los traidores. Dios necesitó a un ángel caído para reforzar su poder. El cristianismo es lo que es porque Judas Iscariote se prestó a traicionar al Nazareno. Tal vez lo pactaron. Si el genocida Julio César es admirado como estratega militar y escritor se debe a que Casio y Bruto lo cosieron a puñaladas en el Senado romano. Podríamos seguir con Antonio Pérez, el secretario de Felipe II, y, más recientemente, con Santiago Carrillo, traidor al comunismo; Felipe González, traidor al marxismo; Juan Carlos I, traidor a Franco…
Traidores, traidores, benditos traidores. El mundo gira y avanza gracias a ellos.
¿A qué viene, entonces, tanta inquina contra el niño Errejón cuando sólo pone en práctica lo que otros llevan haciendo desde el inicio de los tiempos? En su libro Anatomía de un instante, centrado en el 23-F, Javier Cercas hace una encendida defensa del traidor que comparto. La democracia actual, con su Transición hoy vilipendiada, hubiese fracasado sin el pacto de traidores que unió a Carrillo, Suárez y Gutiérrez Mellado. Si tuviese que actualizar el libro, Cercas incluiría al hasta hace poco número 2 de Podemos, más inteligente y por tanto más peligroso que Iglesias & Montero, S.A.
Si yo fuera el niño Albert o el joven Casado, no dormiría tranquilo sabiendo que el barbilampiño Errejón aspira a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Si ha sido capaz de confundir a los suyos, ¿qué no hará con los adversarios? Ahora le ha dado por hablar de España a todas horas y de presumir de la bandera nacional, algo que a los de derechas nos pone mucho en el otoño de nuestras vidas.
¡Cuidado, mucho cuidado, con el niño Errejón, señores Casado y Rivera! (Albert, amor, te veo un tanto alicaído desde que rompiste con tu última novia rubia).
Y acabo citando a un clásico, que es un recurso que nunca falla. Y qué mejor clásico que Shakespeare. El inglés trazó el retrato del traidor en la tragedia Julio César. En una conversación con Marco Antonio, el dictador romano recela de Casio, uno de sus asesinos, porque “lee y piensa demasiado” y tiene “un aire famélico”. Y añade: “Tipos peligrosos, los flacos“. Lo son, ciertamente, sobre todo si llevan gafas por ser miopes. ¿Alguien duda de quién hablamos?