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LA ENCRUCIJADA / OPINIÓN

Empresas del siglo XXI

5/02/2020 - 

A los economistas, en la universidad, nos enseñaron que la misión de la empresa era maximizar sus beneficios. Este enfoque pronto se amplió a raíz de la discusión que, en los años 70, tuvo lugar sobre la superioridad de los modelos empresariales renano y anglosajón. En el primero, el marco se encontraba definido por la obtención del mayor valor de la empresa a largo plazo, asegurado por la reinversión de beneficios y la presencia de un capital paciente que no exigía sistemáticos y elevados dividendos anuales. En el segundo, las características eran diferentes: la consecución de los mayores beneficios posibles a corto plazo, incentivados por un capital impetuoso que juzgaba el valor de la empresa a tenor de de sus resultados trimestrales. 

Quizás fueran estereotipos teóricos, pero servían para establecer cierta taxonomía empresarial. Con posterioridad, el mantra que se encumbró fue el de la creación de valor para el accionista. Un difuso objetivo que, a menudo, confundía el valor real de la acción con su precio en un momento dado, incentivando las rutas para su manipulación. 

Sin embargo, algo parece estar cambiando. Existen cuestiones prácticas que replantean el cálculo del valor de la empresa. A medida que los intangibles penetran en las firmas se erosiona la utilidad de las métricas que tenían en el capital tangible, -edificios, maquinaria, vehículos-, la representación habitual de los activos fijos empresariales. Frente a éstos, ¿cómo evaluar el valor de una empresa cuyo principal activo es la capacidad y talento de sus trabajadores o las patentes que espera registrar en el futuro? ¿Entenderán el potencial accionista y las entidades financieras que esos intangibles importan, aunque su valor se desdibuje en el balance de la empresa?

De otra parte, con una fuerte carga de profundidad, se encuentran las manifestaciones de periódicos que, como el Financial Times, ha abogado por el reseteo del capitalismo tradicional, y las procedentes, entre otros, del Foro de Davos. En ambos casos lo que emerge es la necesidad de adoptar una nueva visión de la empresa, con una misión que pasa, de centrarse sólo en los accionistas, a contemplar un abanico mucho más amplio que incluye los grupos de interés que se relacionan con aquélla y el impacto de la acción empresarial sobre el conjunto de la sociedad. Este escenario tiene en cuenta los intereses de trabajadores, clientes y proveedores, al tiempo que asume responsabilidades sobre su impacto medioambiental e inclusividad, la integridad, transparencia y retribuciones de sus directivos, la competencia leal y el cumplimiento de las obligaciones empresariales ante las administraciones públicas.

Este modelo se asocia a los cambios en la percepción social de la empresa tras la crisis económica y tampoco es ajena a las actitudes de los trabajadores jóvenes que enjuician aquélla aplicando filtros que trascienden el salario. El clima de trabajo, la seguridad, el reconocimiento de la iniciativa personal, la conciliación laboral y la identificación del empleador con una guía de negocios ética, constituyen incentivos relevantes en su adhesión a la empresa.

Habrá quien contemple lo anterior como un horizonte distante, alejado de la realidad. Puede que todavía lo sea en un escenario que, como el valenciano, muestra un estrecho espectro de culturas empresariales y cuenta con un mercado laboral en el que aún pesa la baja cualificación. Pese a ello, existen en nuestra Comunitat ejemplos que navegan en la dirección de remover los dogmas del pasado. Incluso, desde una posición pragmática, resulta cada vez más evidente que si el conocimiento se constituye en factor básico de la empresa del siglo actual, ésta precisará de otro modelo de relaciones sociales porque el conocimiento y la destreza, a diferencia de máquinas e inmuebles, pertenecen al trabajador y se desplazan con éste allá donde va. 

De hecho, la alta especialización profesional, la gestión de situaciones imprevistas, la creatividad, el trabajo en equipo, la iniciativa o la habilidad negociadora no se desarrollan cuando el empleado se siente a disgusto con la cultura de la empresa. Una situación que no conviene a ésta porque las anteriores cualidades constituyen un valioso intangible que anda a la par con la aplicación de la digitalización, la internacionalización, la introducción de innovaciones de producto y la inteligencia económica, esto es, con elementos cimentadores de la fortaleza estratégica de la empresa y del despliegue de su productividad.

Una nueva relación con el trabajador no es la única referencia pragmática para la empresa del siglo XXI. El inversor no especulativo, que busca un horizonte simultáneo de avance y estabilidad, se cuestiona si la empresa se identifica con sus intereses a medio y largo plazo cuando ésta retrasa sus inversiones medioambientales y en seguridad laboral, adopta decisiones opacas y se resiste al cambio de la cultura del aquí mando yo. Un hecho a tener presente porque cada vez son más las empresas valencianas que buscan la presencia de fondos de inversión en su capital social. Fondos en los que también se abre paso la selección de las empresas incorporando criterios cualitativos sobre su desempeño.

Existe por lo tanto fundamento, en el nuevo entorno que se está esbozando, para aceptar que la maximización del beneficio se encuentra sometida a restricciones que modifican el propósito tradicional de la empresa. La contemplación por la firma de un dividendo social es una de ellas y quizás sirva para esa reinvención del capitalismo sobre el que ahora se reflexiona en los medios internacionales académicos y empresariales.

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