El ciclo Parlem d’Art aborda las iniciativas de los museos valencianos para actualizarse y acercarse a la sociedad actual.
VALÈNCIA. Ni templos para intelectuales circunspectos ni contenedores asépticos en los que ir exhibiendo piezas cíclicamente. Los museos decidieron hace ya un buen puñado de años que su futuro pasaba por abrirse a las necesidades de la población y erigirse como espacios para el diálogo con la ciudadanía. Sin embargo, como habrán podido adivinar, saltar con éxito de la premisa optimista a la rutina diaria tiene su intríngulis. Y más si nos situamos en una colectividad que evoluciona al ritmo al que pestañeamos. Actualizar los modos de hacer de estos centros culturales y acercarse a la sociedad del siglo XXI sin perder su esencia en el camino son precisamente los asuntos sobre los que pivota la quinta jornada de Parlem d’Art, un ciclo de debate y reflexión sobre la cultura contemporánea que parte de las propuestas formuladas por los propios estudiantes de la Universitat de València. Esta sesión, que tendrá lugar este lunes 2 de diciembre en la Facultat de Geografia i Història, cuenta con José Campos Alemany, responsable de Educación y Mediación del Consorcio de Museos de la Comunidad Valenciana; María José Gadea Capó, técnica del Museo de Bellas artes Gravina (MUBAG); Estrella Rodríguez Roncero, responsable del Departamento de Didáctica del Museo de Bellas artes de Valencia, y Sonia Martínez Navarro, coordinadora de Actividades y Educación en Bombas Gens Centro de Arte.
¿Cómo acercar piezas del siglo XV a nativos digitales? ¿Cómo evitar que se cree una brecha entre el patrimonio artístico y los humanos que habitamos València hoy? Estos interrogantes vertebran gran parte del trabajo de Rodríguez y su equipo: “partimos de una colección de arte clásico y somos un laboratorio que investiga día a día. Siempre abarcamos desde diferentes puntos de vista y pedimos asesoramiento a profesionales de la pedagogía, el diseño, la historia del arte…. Además, se trata de una tarea que está en constante evolución, que se va creando día a día”, indica. La clave para realizar esa travesía con éxito reside, según la responsable del San Pío V, en “partir de los referentes contemporáneos y preparar actividades interdisciplinares. Por ejemplo, si tenemos que explicar un retablo del siglo XV, lo relacionamos con el cómic, por su forma de narrar distintas escenas. A través de ese tipo de analogías es mucho más fácil lograr esa conexión con los visitantes. somos conscientes de que nos dirigimos a un público del siglo XXI con visitantes de edades muy diferentes. Nuestra misión es hacer de intermediarios para que nuestros coetáneos entiendan y disfruten toda esa creación y la incorporen a su cultural visual”, apunta Rodríguez. Un objetivo que, en la práctica, se traduce mediante el diseño de talleres, visitas guiadas o teatralizadas, ciclos de conciertos, danza… Se impone una visión poliédrica de cada espacio expositivo.
La tarea de abordar exitosamente fragmentos de épocas pasadas implica zambullirse de lleno en un ejercicio fundamental: la contextualización. “Hablamos de las técnicas que se utilizaban en la época, de la coyuntura en la que se realizaron, en la motivación con la que fueron creadas en un origen y quiénes iban a ser sus destinatarios… Hacemos un recorrido completo”, apunta Rodríguez. Una apelación al contexto que implica también “abordar cuestiones como el racismo o la igualdad de género, porque es necesario situar la obra en su momento histórico y explicar por qué se representaban ciertos elementos de esa manera concreta”. Impregnarse del pasado para comprender mejor el presente, multiplicar los prismas y las aristas, pues como resume la responsable de Didáctica “la obra de arte tiene tantas miradas como infinitos ojos la miran y creemos que explorar todos esos puntos de vista es precisamente lo más interesante de esta disciplina”.
Y de un museo que busca trasladar la tradición a estos tiempos postmodernos, a un recién llegado en plena consolidación: en ese escenario desarrolla su trabajo Sonia Martínez, integrante de Bombas Gens, que abrió sus puertas en el verano de 2017. “Antes de ponernos en funcionamiento, tuvimos que hacer ese ejercicio de mirar qué otros centros había, cuál era nuestro ecosistema…No tuvimos que reformularnos, sino comenzar a andar junto a la sociedad”, indica. En ese sentido, el hecho de empezar de cero jugaba aquí un papel ambivalente: “por una parte, teníamos una gran carga de incertidumbre; pero, al mismo tiempo, todo estaba todavía por hacer y eso nos permitía arriesgar más, tener una visión más amplia”. Esta combinación de factores cristalizó en la apuesta por “un museo poroso: que la sociedad entre en el espacio, pero también salir nosotros de nuestras propias fronteras. Además, teníamos que tener en cuenta las características del propio edificio: tanto como antigua fábrica de bombas hidráulicas como por su bodega medieval o por el antiguo refugio de la Guerra Civil que alberga. Era necesario integrar también en el proyecto todas esas capas de historia”.
“Nosotros apostamos por contar pequeñas historias a través de la selección de obras que exponemos: por ejemplo, en nuestra muestra permanente narramos a través de las cartelas los procesos que seguía un aspirante a artista en el siglo XIX hasta convertirse en pintor de referencia. Así, la visita se transforma en un paseo por la historia. Contamos también proyectos inmersivos que permiten meterse dentro de las obras a través de olores, iluminación, telas... Ahora la gente busca vivir una experiencia sensorial más allá de observar las piezas”, indica María José Gadea, del MUBAG. Se trata, a fin de cuentas, de encontrar nuevos caminos para exponer las piezas de una manera diferente que logren sorprender a un espectador saturado de ofertas para sus sentidos. “De todas formas, creo que debemos seguir dándole a la obra el peso fundamental que se merece pues si no, corremos el riesgo de que la institución museística como tal se pierda”, añade. Y es que, para Gadea no se tratar de epatar a los asistentes ni de arrastrárseles a un torbellino de estímulos, sino de “cumplir una función social cubriendo las necesidades culturales de la ciudadanía, tenemos que ser para todos”.
No se dejen engañar por la solidez de sus muros o la quietud de algunas de sus salas: “los museos deben ser un espacio vivo y en transformación”, apunta Sonia Martínez. “Cuando visitas una exposición lo haces siempre desde tu presente, por eso el museo necesitar ir evolucionando y reactivándose constantemente para que las personas que lo visitan se sientan identificadas. Hay que ensayar fórmulas para abrirse y dialogar con el momento actual, algunas saldrán bien, otras fatal y otras regular… También creo que ese esencial el trabajo en red y establecer vínculos con colaboradores locales, añade”.
La hoja de objetivos y aspiraciones está clara. Le llega el turno a una de las grandes exigencias entre los profesionales sector: visibilidad, visibilidad y visibilidad. “Es necesario reivindicar la función de mediación que se hace en los museos, pues es la gran olvidada. Se habla de que se inauguran exposiciones o se restauran piezas, pero a menudo se desconoce todo ese trabajo didáctico y educativo diario que realizamos. Nos hace falta mucha más visibilidad y apoyo institucional para ser también más valorados socialmente”, apunta Estrella Rodríguez. Una consideración que comparten y amplifican desde el MUBAG: “apenas tenemos presupuesto para comunicación y publicidad, por lo que muchas veces, a la hora de promocionar nuestros proyectos dependemos de las redes sociales y el boca a boca. Gran parte de los ciudadanos no conoce a qué nos dedicamos, así que a través de diferentes plataformas de Internet tratamos de contar cómo es el trabajo diario en nuestro museo, qué oficios se desarrollan aquí, cómo es la rutina, cómo funcionan los procesos de restauración, los almacenes de piezas…”, apunta María José Gadea. Precisamente entre los proyectos que verán la luz en los próximos meses en el MUBAG se encuentra una muestra sobre “el making-of de una exposición: todo el trabajo desde cero hasta que se inaugura: cómo se seleccionas las obras, cómo llegan en cajas, cómo se diseña el recorrido y se van colocando las diferentes piezas…Todos esos pasos que uno nunca ve cuando visita una exhibición ya abierta al público”. Si como cantaba el recientemente fallecido Daniel Johnston “ser entendido es ser libre”, aquí lograr esa comprensión es también una garantía de futuro. Ser entendido para seguir vigente.
Y ahora, el jarro de agua fría del realismo. Con los pies bien aferrados al suelo, Rodríguez reconoce que “todavía queda mucho por hacer para llegar a la sociedad en su conjunto. Por ejemplo, en el Museo de Bellas Artes, tenemos muy fidelizada a la comunidad escolar, pero todavía nos falta traspasar esa barrera y lograr ese mismo nivel de popularidad y valoración en otros sectores de la ciudadanía”. Una visión poco dada a los brindis al sol que también comparte Sonia Martínez: “aún no hemos logrado que en la mente de la sociedad se asocie la visita a un museo como una actividad más de ocio”. Para conseguir instalarse en ese imaginario de la cotidianeidad lúdica es necesario poner en marcha una pequeña revolución conceptual: “debemos romper ciertos tabúes aprendidos sobre lo que es un museo y lograr que los ciudadanos encuentren un anclaje que les abra a un imaginario común con estos espacios, que puedan participar en ellos. Es necesario idear un abanico muy amplio de posibilidades para que la gente venga de manera frecuente porque les interese la programación ofrecida. Que no acudan a ver una exhibición concreta y luego tarden más de un año en regresar”, explica la coordinadora de Actividades de Bombas Gens.
De acuerdo, toca pasar del visitante casual al parroquiano habitual, pero ¿cómo? “Los seres humanos somos muy inestables, no siempre nos apetece hacer lo mismo: a veces quieres ver una exposición, otras, te interesa más una conferencia o una intervención sonora. En nuestro caso concreto, trabajamos siempre desde las exposiciones y, a partir de ellas, imaginamos diálogos, que pueden ser desde la danza hasta una actividad en la que la palabra es la protagonista”. “Lo importante es que sepan que aquí ocurren cosas”, resume Sonia Martínez.