VALÈNCIA. Magnífica, brillante y extraordinaria. Una serie de 10, aunque más que una serie es una película larga troceada en ocho capítulos. Exit, producción noruega sobre la vida privada de los grandes financieros de su país, es imprescindible. Ahora bien, que nadie se venga arriba. Es una historia mil veces contada, no hay grandes enseñanzas novedosas ni mensajes revolucionarios, pero aun así es perfecta.
Según se avisa en cada capítulo y tal y como ha reiterado su director, Oystein Karlsen, el guion está elaborado con el testimonio real de millonarios noruegos sobre su vida privada y la de sus amigos. En un setenta por ciento, asegura, lo que se ve proviene de esos testimonios. No en vano, la ha visto la quinta parte del país (1,3 millones de espectadores) y es la serie noruega que más audiencia ha cosechado fuera de sus fronteras. Petter Testmann-Koch, su productor ejecutivo, ha revelado que el éxito les ha sorprendido, que solo esperaban algo de polémica, no un pelotazo mundial, y que ya planean una segunda e incluso tercera temporada. "Tenemos historias para otra temporada o dos".
Con todo el respeto a este país escandinavo, con su Nobel nazi, Knut Hamsun, el black metal y esta serie la verdad es que se han cubierto de gloria. Menos mal que está la Neutrogena, compañía estadounidense pero con banderita noruega no sé por qué, muy querida por todo aquel que tenga durezas en los pies, para compensar un legado tan destructivo.
Pero centrémonos en esta serie. Independientemente de su carácter de Exit de basado en hechos reales, que solo envuelve el producto en papel de regalo, hay que valorar lo que se ve y lo que aparece en la pantalla es un clásico. Se trata del viejo género de amor y lujo en su vertiente los ricos también lloran.
No se engañen, nos encanta ver esto, sea verdad o mentira, sea norma o excepción, porque nos gusta ver a millonarios pasarlo mal. Esa es la receta del éxito de Succession, en mi opinión lo mejor que ha hecho HBO en los últimos años, mofarnos de gente que es tan pobre que solo tiene dinero.
El planteamiento de Exit es seguir la pista a cuatro amigos y reputados inversores. Tienen sus familias, pero las detestan. Les asfixia, según sus propias confesiones, pasar el tiempo con ellos. Solo les pone vivir al máximo y por eso entienden el clásico putas y cocaína para el que se conoce que no pasa el tiempo.
Karlsen cuenta en entrevistas que quiso rodar una serie en la que no hubiera héroes, en la que no se pudiera estar de acuerdo con nadie. Tras un encuentro en la primavera de 2017, un grupo de millonarios contaron en una entrevista de tres horas con él sus secretos más íntimos. Uno, que se ha hecho la vasectomía pero no le ha dicho nada a su mujer, que precisamente está deseando tener un hijo. Otro, que el mayor placer de la vida, para él, es no estar con su familia. El de más allá, que pensaba suicidarse, pero ha preferido ahogarse en alcohol y drogas. Para resolver sus problemas, entre los tres, habían comprado un piso secreto de doscientos y pico metros en el centro de la ciudad para llenarlo de escorts y montar unas fiestas que dieran sentido a sus vidas.
Cuando el productor ejecutivo vio la entrevista tuvo que pararla varias veces. En ocasiones, por la impresión, otras veces porque se reía "de lo que no debía". Ahí está el quid. Con la sobriedad y el hiperrealismo con el que está contada toda esta sucesión de francachelas y vidas de personas, honestamente, deleznables, lo que se obtiene no es solo sobrecogedor, o crítico con el momento político social ni nada de eso: es una comedia involuntaria espectacular.
No pasa como con Los Soprano, que se aprecia el carisma de un personaje despreciable. Aquí, los protagonistas, en su miseria, no generan empatía, pero sí muchas risas. Si no son risas, al menos es atención. Es imposible despegar la mirada de la pantalla. Una serie puede ir del tratamiento de los insectos en un huerto urbano a aspirar a relatar al detalle la batalla de Waterloo, que lo único que importa hoy es que, lenta o trepidante, te haga no apartar la vista. Te enganche más que la heroína. No pedimos otra cosa, conviene no engañarse.
No sucede gran cosa en estas tramas. Son un grupo de millonarios cayendo al vacío. El espectador cafetero entenderá muy bien qué diferencia a estos personajes del resto de los mortales. Fundamentalmente, es que no tienen que dar explicaciones. Su impunidad. Los millones en el banco justifican quedarse a trabajar hasta tarde, desaparecer días de casa. Los apartamentos secretos facilitan los desmelenes, que nunca falte la droga ayuda a no meterse en líos buscándola desesperadamente. Mucha gente de menor nivel haría lo mismo, de hecho lo intenta, lo que pasa es que no puede.
Sobre todo, porque ellos pueden callar todas las bocas pagando más dinero. En fin, todo lo soluciona su dinero, de modo que pueden hacer lo que les dé la gana, aunque eso les conducirá, más tarde o más temprano, a un pozo sin fondo. Sin embargo, entretanto, mientras ese momento -el primer infarto, el accidente de coche, los problemas mentales- no llega, pues se vive a tope. Es decir, más droga y más viagra que permita tener más sexo cuando se está tan drogado.
Sería injusto no mencionar que semejante show entra muy bien por una cuidada fotografía y una puesta en escena que no deja nada al azar. Hay hasta un final en alto mímesis del clásico Network de Sidney Lumet, con un discurso en clave de pragmatismo sucio sobre el capitalismo, sistema que, guste o no, a día de hoy es inevitable e ineludible. Es una producción maestra con unos actores de altísima calidad. En definitiva, una astracanada elegante y con estilo, que deja una media sonrisa de satisfacción por la buena experiencia, propia del espectador canalla que disfruta con el mal ajeno. Aquí, uno se hincha de esos placeres selectos. Ya tardan las nuevas temporadas.