También sé que todo eso de los regalos es un invento del capitalismo. Resumiendo: estas fechas son la gran metáfora de la superchería y el materialismo, pero no puedo evitar que me gusten. Aunque sea con una excusa tan retorcida como el bebé de una virgen y una Paloma, el caso es que nos reunimos con la familia y les hacemos regalos para demostrarles el cariño que sentimos. Y eso me encanta.
La religión católica está fuertemente unida a nuestra cultura. Sin ser yo católico siento que la Navidad me pertenece, igual que me siento orgulloso de mi cultura al ver la Sagrada Familia o me emocionan estéticamente algunas procesiones de Semana Santa. Es absurdo oponerse a la Navidad por ser una fiesta con significado cristiano, pues ese significado en el siglo XXI es solo uno más de los que tiene.
Y dicho todo esto, recuerdo que España es un país, según la Constitución, aconfesional. Y una cosa es que reconozcamos nuestras raíces católicas y otra muy distinta es que la iglesia católica se salte la Constitución.
Tras casi tres meses sin profesor de religión, hace dos semanas llegó una profesora al instituto donde trabajo. Y no pasó desapercibida: durante esas dos semanas no se ha hablado de otra cosa en los corrillos del centro. Yo soy profesor de literatura y, al igual que explico la mitología griega cuando explico el Renacimiento, explico la mitología cristiana cuando llega la Edad Media. He tenido alumnos en Bachillerato que no sabían quiénes eran Caín y Abel y eso es intolerable. Siempre animo a los chavales a leer la Biblia y me enfado cuando me dicen que no quieren conocer su contenido porque son ateos. Las historias y enseñanzas de la Biblia, como la Navidad, son patrimonio de todos los españoles, sean cristianos, ateos o budistas. Parte importante de nuestra cultura. Dar la espalda a esto es dar la espalda a una mejor comprensión de quién somos como pueblo.
Pero eso no es excusa para que la asignatura de religión se imparta en las instituciones educativas públicas o para lo que hizo la nueva profesora nada más llegar. En primer lugar porque hay alumnos que tienen Cultura Científica y Religión, a las 8h aprenden que hemos evolucionado de los primates y a las 8:55h que el hombre viene del barro y la mujer de su costilla. Curioso cuanto menos que el templo del saber sea tan contradictorio. Y que enseñe cosas que no superarían primero de Método Experimental, sino más bien parecen sacadas de un máster en paranormalidad dado por Iker Jiménez lleno de espíritus santos, resucitados y zarzas que arden y no se consumen. Una cosa son los templos y otra la educación pública. En los templos y en los colegios privados que hagan lo que quieran. Como si quieren adorar a Satán y sacrificar cabras. Ellos pagan, ellos deciden. Pero en los colegios públicos debería respetarse la Constitución y el sentido común, avalado por el método científico.
Y ni siquiera esto es lo principal. No habría escrito este artículo si no fuese porque estoy profundamente indignado. Una profesora de religión, que cobra dinero público y ni siquiera ha pasado una oposición (la elige el arzobispado) dijo a mis alumnos cosas como que las mujeres deberían estar en la cocina, por ejemplo. Adiós a la lucha feminista y a la igualdad de roles. Y peor aún: que una chica violada debería mirar cómo va vestida. Insultando, porque es un verdadero insulto o al menos así lo siento yo, a todo el sistema educativo, que enseña sumas y los planetas del Sistema Solar, sí, pero sobre todo enseña valores. Valores básicos para convivir en el siglo XXI como que la mujer es igual que el hombre o que la culpa de una violación es del violador, no de la víctima.
He conocido profesores de religión estupendos: como personas y como profesionales. Uno de ellos fue mi profesor: explicaba a los filósofos ateos y después contraargumentaba desde la fe católica. Por él conocí a Schopenhauer, Nietzsche, Marx... Puedo afirmar, sin lugar a dudas, que fue el mejor profesor que tuve en el instituto. Hubo un antes y un después tras sus clases. Tristemente, también he conocido algunos caraduras como uno con el que trabajé en Burjassot que faltaba a muchísimas clases (yo mismo debía vigilar su clase) y cuando iba, ponía la película de Dumbo y se quedaba dormido. ¡Es la tercera vez que nos pone Dumbo!, se quejaban los alumnos.
Buenos o malos, y sintiéndolo mucho por gente a la que aprecio, no deberían estar en un centro público. Cada religión a su templo.
Si lo pensamos un poco, no deberían extrañarnos comentarios machistas y cerriles como el de la profesora que ha llegado a mi centro. Son los que hemos escuchado en muchos altares españoles o por parte de la Conferencia Episcopal. ¿Qué será lo siguiente? ¿Les dirá a mis alumnos, a los que intento educar en el respeto y los derechos humanos, que la homosexualidad es enfermedad o vicio?
Creo en la libertad de cátedra y de pensamiento como no puede ser de otra manera, pero lo medieval debería quedarse en el medievo. Porque si no, pasa lo que pasa. Que se nos cuela esta profesora (o este rey emérito, por poner otro ejemplo muy de moda en los noticiarios) pensando que estamos en el siglo XV…