Este está siendo un año muy duro, pero de cuando en cuando, incluso en este contexto, hay acontecimientos que te reconcilian con la vida.
Ocurrió este mismo jueves, cuando debía decidirse qué ciudad sería Capital Europea de la Innovación en este año 2020. València era una de las seis candidatas. En ausencia del alcalde, el concejal de Innovación, Carlos Galiana, fue el encargado de defender su candidatura en un breve discurso de menos de dos minutos de duración.
Ataviado con una mascarilla, Galiana defendió la candidatura de València con convicción, empaque, y una dicción impecable. Por desgracia, no fue suficiente, y fue finalmente la ciudad belga de Lovaina la que se llevó el gato al agua. Poco después, trascendió que Galiana había hecho playback, y que la voz que hablaba era la de otra persona, mientras el concejal escenificaba el asunto. Para lo cual la mascarilla, indudablemente, resultaba de mucha ayuda, porque permitía ocultar su boca y eventuales errores en el “doblaje”.
La lucha de los políticos españoles con el inglés daría para toda una saga de artículos. Desde el “It’s a beautiful day” de José Luis Rodríguez Zapatero hasta el “It’s very difficult todo esto” de Mariano Rajoy, pasando por las míticas declaraciones de José María Aznar hablando español con acento texano, las peripecias de nuestros líderes con la lengua de Shakespeare –o sucedáneos- constituyen un espectáculo recurrente (hay que reconocer que Pedro Sánchez, en este aspecto, se sale de la norma).
El hito en la materia, hasta la fecha, lo constituía el alcanzado por Ana Botella en 2013. Botella, entonces alcaldesa de Madrid, defendía la candidatura de la ciudad para las Olimpiadas de 2020, que finalmente ganó Tokio, y lo hizo aludiendo a la posibilidad de tomarse una “relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor”. Esas declaraciones no ayudaron a la candidatura de Madrid, que quedó fuera de la votación a primeras de cambio, aunque visto en perspectiva puede decirse que la clarividencia de la entonces alcaldesa no tenía límites. Imagínense qué papelón si es en Madrid donde se celebraban las Olimpiadas de 2020. ¿Ustedes creen que la pandemia habría perturbado la resolución de la presidenta de la Comunidad y del alcalde para que, sí o sí, los turistas pudieran disfrutar de dicha “relaxing cup” y así levantar la marchita hostelería de los chiringuitos de la Plaza Mayor, con enorme experiencia en sablear a los incautos que se acercan por ahí?
Botella conjuró esa posibilidad, a costa de hacer un ridículo mayúsculo, que sirvió desde entonces como aviso a navegantes para los políticos españoles: mucho cuidado con decir alguna tontería en un discurso en inglés, que puede hacerse viral y abochornarnos para siempre. Lo cual, dicho sea de paso, es bastante injusto, porque tampoco es preceptivo que todos los políticos, ocupen el cargo que ocupen, tengan que hablar perfectamente inglés; una cosa es ser eurodiputado y otra muy distinta ser concejal de ayuntamiento.
Claramente, el concejal de Innovación de València, Carlos Galiana, tomó nota del asunto, aunque la factura de la –sin duda, innovadora- solución adoptada para solventar el dilema del discurso tiene trazas de improvisación: ¿tanto costaba ensayar fonéticamente un discurso de poco más de un minuto en el que se decían generalidades?
La opción del playback es más cómoda, pero tiene el problema de que al final te pillan casi siempre. Que se lo digan a Milli Vanilli, ese grupo de finales de los años 80 compuesto por un francés, Fab Morvan, y un alemán, Rob Pilatus, bailarines y modelos. Ellos tampoco hablaban bien inglés, pero como las canciones las cantaban otros y ellos se limitaban a bailar y mover los labios haciendo playback, tampoco importaba mucho. Incluso ganaron un Grammy al mejor artista revelación en 1990. Sin embargo, poco después llegó la otra “revelación”, la de verdad: que básicamente hacían performances de canciones que componían y cantaban otros. Y eso acabó con el grupo, claro (con un final trágico: Rob Pilatus murió de sobredosis años después).
Tal vez Galiana quería reivindicar su profesión, actor, con esta representación que combinaba un inglés impecable con un sentimiento a flor de piel del concejal, llevándose la mano al corazón, que emociona al espectador. O tal vez al concejal le ha podido su alma fallera, pues es también el concejal de Fiestas, y nos quiso representar aquí un esperpento. Innovador, eso sí.
La cosa se ha leído precisamente por lo esperpéntico, al menos por ahora, y no se han pedido responsabilidades al concejal, que ha pedido disculpas (asumimos que esta vez sí que era él). Obviamente, la candidatura de València no perdió posibilidades (ni las ganó) por el playback de Galiana, inscrito en un acto protocolario que preludiaba el anuncio de la decisión. Puede ser, incluso, que esta dimensión esperpéntica, la constatación de que fue una idea de bombero urdida –probablemente a toda prisa y sin pensarlo mucho- para no exponer un inglés deficiente ante el público (lo cual, insisto, tampoco habría sido dramático, sobre todo dada la duración del discurso) proteja al concejal de Innovación de tener que asumir responsabilidades políticas por su surrealista desempeño. Pero, aunque la cosa quede ahí, por favor: la próxima vez, mejor sin playback.