VALÉNCIA. Con motivo de las nominaciones a los Goya que salieron hace unos días, el director y guionista Borja Cobeaga (Pagafantas, Negociador, Fe de etarras) ha hecho unas declaraciones gloriosas: "Tú haces un thriller de machos en España que parezca una peli americana de hace veinte años y tienes un éxito asegurado. Creo que está sobrevalorado el thriller cipotudo. Hay algunas que están muy bien y otras que no tanto, que si fuesen películas americanas irían directas al videoclub”.
También veíamos esta semana a hinchas del River, tras ganar la copa Libertadores, afirmar sin rubor y con grandes aspavientos que era el día más feliz de su vida, tras haberse gastado una fortuna en viajar a España para asistir al acontecimiento. Atención, fijémonos bien en las palabras: un partido de fútbol le proporciona, nada menos, que el-día-más-feliz-de-su-vida. Por supuesto que la expresión no es exclusiva de esta hinchada: cualquier fanático de un equipo la dirá cuando este gane algo de cierta enjundia. Que puede ser una exageración propia de la alegría del momento, no decimos que no, pero mucho nos tememos que resulta cierta muchas veces, por lamentable que ello sea. A ver quién no conoce a un hincha cuyo humor de la semana depende de que su equipo gane o pierda el partido de la liga.
Así pues, tenemos a veintidós machos alfa jugando con un balón para que un montón de machos ¿beta? (y mujeres, sí, ya, también hay mujeres) rujan, griten, lloren y rían. Y también tenemos un montón de ficciones de hombres midiéndose las pollas, peleando entre sí, diciendo fuck o cojones o huevos muchas más veces de lo necesario y matándose finalmente en sangrientas escenas bellamente coreografiadas. El thriller cipotudo, expresión que desde ya le robamos a Borja Cobeaga.
Gigantes, la serie de Enrique Urbizu, es un thriller cipotudo. En realidad, uno de los más cipotudos que hemos podido ver en los últimos años. Vaya por delante que esto no tiene que ver con la calidad, incontestable, de la serie, como era de esperar tratándose del director vasco, cuya excelencia no tiene discusión: contiene grandes interpretaciones, está muy bien rodada y bien escrita, y particularmente los dos primeros capítulos, dirigidos por Urbizu, son magníficos (luego decae un poco y se nota). Resuenan los ecos de Sam Peckinpah, de Sergio Leone, de Don Siegel, de Tarantino, del western y del mejor thriller. Es solo que puede que algunas estemos un poco hartas de tanto derroche de testosterona y virilidad, por más que se presente como indeseable y el origen de todo mal.
El mundo que ofrece Gigantes es detestable. Hosco, cruel, duro, violento. Prácticamente inhabitable a menos que no tengas alma. No hay buenos sentimientos o personajes minímamente positivos. Casi todos son odiosos y no hay manera de sentir empatía por ellos. Así son los protagonistas, los hombres de la familia Guerrero (apellido nada inocente), empezando por ese padre atroz y mítico que encarna con fiereza José Coronado, un dios de maldad implacable que engendra una progenie maldita y que atiende, ahí es nada, al bíblico nombre de Abraham. Es como una destilación de lo peor de la condición masculina: los hombres no lloran, solo compiten, el más fuerte se come al chico, cualquier emoción es síntoma de debilidad, la violencia manda.
Los dos hijos mayores, interpretados con gran convicción por Daniel Grao (Tomás) e Isak Férriz (Daniel), reciben este legado y lo interpretan a su modo, despiadado en ambos casos, pero distinto. Daniel, violento y explosivo, es la continuación del estilo paterno: chulería y enfrentamiento a cara de perro. Tomás, por su parte, es la versión moderna del padre y se convierte en empresario, de modo que el dinero y el estatus le dan el poder. Adopta los modos del capitalismo, fundado, al fin y al cabo sobre los mismos principios de la familia Guerrero: la codicia, la competición y la violencia. Solo parece escapar un poco de ello el hijo pequeño, Clemente (muy en su papel Carlos Librado), que no quiere la herencia, ejemplar paradigmático del bruto de pocas luces y algo de corazón.
Acompañan a los Guerrero un grupo de sicarios de diverso pelaje, además de clanes enemigos, políticos corrompidos, policías comprados, jueces corruptos y hombres de negocio amorales y criminales. Ahí la serie no deja títere con cabeza (en sentido figurado y a ratos casi literal). El mal, la corrupción y la podredumbre se extienden por toda la sociedad y son las que mandan. Es un retrato que ya habíamos visto, aunque en proporciones menores, en otras obras de Urbizu como La caja 507 (2002) o No habrá paz para los malvados (2011).
Este mundo despreciable es profundamente masculino. Las mujeres son colaterales y su presencia, en principio, solo se explica en función de los hombres protagonistas: esposa, hija, amante, novia. La excepción es la agente de policía interpretada por Elisabet Gelabert, único personaje que parece tener principios y valores positivos; por lo menos quiere acabar con el mal que representan los Guerrero. Visualmente se nos presenta muy diferenciada del resto de mujeres, con su pelo corto y su apariencia nada sensual y poco “femenina”, frente al resto de mujeres de largas cabelleras, cierta carga de sensualidad y físicos más convencionalmente atractivos. A lo largo del relato irán adquiriendo más peso y conformando una especie de línea de resistencia al mundo abominable de los Guerrero y todo lo que representan. Es el caso de la otra agente de policía, o de Sol, la esposa del hijo mediano, que quiere proteger a su hija y escapar.
Resumiendo. Tenemos un universo viril que es retratado como despreciable e inhumano. Solo produce muerte y destrucción. Tenemos a muy pocas mujeres dentro del relato, alguna del lado del mal, aunque mayoritariamente enfrentadas, de un modo u otro, a él. La matanza final (no, no es espoiler, desde el principio sabemos que acabará en matanza: es un cliché del género y todo va abocado a ello), lo expresa de forma bien clara: deja un reguero de hombres muertos, que, obviamente, se han matado entre sí, y a alguna mujer en pie (la matanza cuenta muchas más cosas, pero eso sí sería un espoiler).
Thriller cipotudo que corresponde a una sociedad cipotuda, a un fútbol cipotudo, a una política cipotuda. Es lo que hay. Por eso, tiene el thriller cipotudo su intríngulis, y a pesar de toda esta carga negativa Gigantes no escapa a ello. Porque, por más que nos parezcan detestables y nos sintamos asqueadas ante la exhibición de maldad de la que son capaces, no deja de producirse una inevitable mitificación, véase el caso de Los Soprano, Narcos, True detective, Sicarios, Drive, Reservoir Dogs o Snatch. Cerdos y diamantes, por citar solo algunos ejemplos tanto de series como de películas. ¿O qué es, si no, esa identificación de uno de los protagonistas con el lince? Un bello animal salvaje, una especie en peligro de extinción, pero que requiere protección, un raro ejemplar que hay que preservar. ¿Son esto los Guerrero?
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame