ALICANTE. Los ahora denostados años 80 del siglo XX ofrecieron a una de las generaciones más numerosas de los últimos siglos, la del baby boom, también conocidos a nivel mundial como Generación X, la posibilidad de conocer a personajes seminales a través de la, entonces, televisión única, que no por el hecho de no tener comparación sincrónica se le puede quitar el sello de mejor programación de los últimos 40 o 50 años, debida principalmente a toda una línea de pensamiento televisivo didáctico que tan bien ejemplarizó Lolo Rico.
Uno de esos personajes fue "el dibujante de la televisión", tras el que se encontraba la persona José Ramón Sánchez (Santander, 1936), que con su melena y su bigotón setenteros y unos rotuladores en las manos, asombraba a niños y niñas hasta el punto de ser generador de más de una vocación ilustradora.
Su paso por el programa Un globo, dos globos, tres globos, ilustrando las historias que narraba Gloria Fuertes en directo, le abrió la puerta a colaborar durante la década de los 80 en Sabadabadá , junto a Mayra Gómez-Kemp, y su heredero, Dabadabadá, mientras mantenía una intensa actividad en el mundo de la publicidad (hasta el punto de realizar la campaña del PSOE de Felipe González de 1977 y 1979), institucional (suya es la versión de escolar de la Constitución del 78 que todavía se encuentra en las estanterías de muchos hogares), o el cine de animación, con la realización en 1979, junto a Cruz Delgado de El desván de la fantasía, su particular homenaje a otra de sus pasiones, el cine.
En 2017, ya con 81 años, acomete un proyecto mastodóntico cuya chispa inicial se remonta a su infancia, su versión en formato de novela gráfica del clásico de la literatura norteamericana, y universal, Moby Dick, de Herman Melville, 176 páginas y 642 viñetas en riguroso blanco y negro que tienen su proyección en gran formato en la exposición que se podrá visitar en el Centro Municipal de las Artes de Alicante, y que consta de setenta dibujos realizados a lápiz, además de seis pinturas originales donde el autor realiza una nueva interpretación del libro que ha sido “una verdadera obsesión a lo largo de su vida”, del 16 de noviembre al 14 de diciembre.
Escuchar la firme voz de José Ramón a través de la línea telefónica nos transporta a otros tiempos:
-En tu trayectoria [José Ramón ha expresado su deseo de ser tratado de tú], da la sensación de que has hecho el camino contrario a la gran mayoría de los ilustradores españoles. Desde los años 40 y 50 hasta el gran boom de los 80, el camino ha ido del cómic a la ilustración, el cine animado o la publicidad, mientras que tú empezaste en la ilustración, la publicidad y el cine animado, y ahora es cuando te acercas al mundo de la historieta.
-Sí, la verdad es que tengo una trayectoria muy contradictoria. Siempre he ido por libre, de chaval hacía cosas que el resto de mis amigos no hacían. He tocado muchos palos, creo que la sustancia de la vida es hacer muchas cosas, aunque no las domines a la perfección, lo de especializarte en alguna cosa concreta nunca me ha ido. He sido caricaturista e ilustrador, historietista y pintor, maquetista y escultor, he hecho un poco de todo y lo interesante si tengo que destacar algo en mi trayectoria es que he hecho muchas cosas distintas.
-Pues ahora parece que después del Premio Nacional de Ilustración recibido en 2014, vas a por el Premio Nacional de Cómic.
-¡Nooo! Lo que pasa es que el Premio Nacional de Ilustración de 2014 sí fue un momento clave en mi vida, porque me lo dieron a los 78 años, y me di cuenta de que me habían dado el premio como dibujante, yo que me creía pintor, escultor, maquetador, diseñador, yo me he creído todo, he sido un tipo muy arrogante, y cuando recibí este galardón, me dije a mí mismo: "me han dado un premio gordísimo, no me pueden dar un premio mayor en España, por lo que tengo que reflexionar sobre quién puñetas soy". Después de tantos años, me he preguntado muchas veces qué soy, qué figura en mi carnet de identidad, y llegué a la conclusión de que lo que soy es un dibujante. Y eso es fundamental, ahora mismo estoy preparando un proyecto para un libro únicamente con dibujos, tengo cientos, miles de dibujos de toda mi vida profesional, guardados en mis carpetas, mis armarios, mis escondites, como no dándole importancia, como si lo único de valor hubieran sido los cuadros de gran formato, las ilustraciones para el cine, y cuando después del premio descubrí que soy una persona que ha madurado tarde, ¡a los 78 años!, tuve claro que lo fundamental de mi trabajo, que todo mi impulso creativo, la inspiración que haya podido tener, está en mis dibujos.
-Y para demostrarlo al mundo publica Moby Dick, una espectacular muestra de destreza y capacidad técnica.
-Sí, lo de Moby Dick, que vais a tener la oportunidad de ver en Alicante en breve, es la última contradicción, la última chulería, la última muestra de mi orgullo. Tiene dos lecturas muy contradictorias, una muy luminosa y otra muy siniestra. Porque yo me he metido en un mundo que no me pertenece, el de la historieta, y he sido un intruso, pero es que me ha quedado muy bien. Una edición de 2500 ejemplares que allá por donde va sorprende, sorprende que un señor de 81 años, ya que lo inicié en el primer día de mis 81 años y estuve todo un ciclo anual completo con él, se haya metido en este fregado. ¡Si antes de esto dudaba de quién era, ahora lo dudo doblemente! Los historietistas me dicen que yo lo he sido toda la vida, en mis cuadros, en mis ilustraciones, que siempre había tenido el afán de contar una historia. Pues resulta que sí.
-¿Y qué fue primero, las grandes ilustraciones para Moby Dick o el trabajo secuencial del cómic?
-Lo primero fue una edición privada que hice junto a dos amigos de aquí, de Santander. El Ayuntamiento de Castro Urdiales nos encargó un Moby Dick para celebrar el Día del Mar, en el Día del Libro, había dinero para hacer una edición de lujo y cogimos la versión completa del libro y estuve dos años pintando unos 70 óleos panorámicos, hermosísimos, y unos 1000 dibujos para las casi 1000 páginas que tenía el libro. Por lo tanto, empecé a lo grande, la decisión de empezar hace dos años la aventura del cómic, fue gracias a un recuerdo de infancia. Cuando era un chaval mis fuentes creativas eran los libros, las historietas y el cine, y ya pensaba que la gente que mejor dibujaba era la gente del cómic, iba a los museos y pensaba “dibuja mejor la gente del cómic”, Hal Foster, Alex Raymond, Flash Gordon, El Príncipe Valiente, los grandes maestros, me parecía que dibujaban tan bien como Rembrandt, Velázquez o Leonardo, como los grandes del dibujo en la Historia del Arte. ¡Yo no me quería morir sin hacer un cómic! Así es que decidí que no era tarde, que todavía tenía fuerzas para pasarme un año ilustrando un cómic a lápiz, a la antigua, como si estuviera en la época del Renacimiento, con unas cartulinas y con lápices.
-Siempre has comentado que el dibujo para tí ha sido un don, algo sobrevenido, “yo sé hacer esto”, y después has creado un estilo muy particular. ¿Ese estilo ha evolucionado a lo largo del tiempo o han ido en paralelo las diferentes líneas de estilo?
-Ha habido una maduración, una profunda maduración, porque si después de todas esas cosas que había hecho en diferentes trabajos, decides como una obra ya terminal -cuando empiezas una obra a los 81 años está claro que puedes ser la última, que puedes morir en el intento- ponerte con un proyecto de estas dimensiones, es porque lo consideras una de tus obras capitales. Críticos y amigos del mundo del arte han llegado a decirme que en este Moby Dick está toda mi obra, toda mi vida, como si hubiera contado gráficamente mis dificultades, mi manera de entender el paisaje, el mar, las pasiones humanas, la locura. Siempre lo último que haces es lo más maduro, y aquí he tenido la suerte de que la naturaleza está imponiéndome su ley ahora mismo, ya no puedo estar trabajando más de dos horas diarias, pero entonces, cuando realicé el Moby Dick, todavía podía estar ocho o diez. Tuve un problema de salud hace unos años y mis médicos, mis niños de 40 años, como tú, me dijeron “José Ramón, tienes que cuidarte, un segundo achaque puede ser fatal y te necesitamos, debes cambiar de vida”, así es que les he hecho caso y ahora, cuando ya estoy un par de horas trabajando, mi propio cuerpo me envía mensajes para que pare y hala, hasta el próximo día.
-¿Y para cuando una gran antológica retrospectiva de la ingente obra de José Ramón Sánchez?
-Pues tú vas a tener la suerte de ver esa antológica, posiblemente cuando yo me muera. Yo intenté hace unos diez años donar mi obra al Gobierno de Cantabria, con la idea de que estuviera expuesta en un museo popular, una especie de museo del pueblo, una cosa pequeñita, familiar, pero me vinieron a decir que Cantabria no tenía la capacidad presupuestaria para construir un museo de esas características. Y yo lo entendí. Así que me la guardé. La mitad de mi obra, hecha ya en Santander durante los últimos veinte años, es inédita, no la conoce nadie, lo mejor que yo he hecho en mi vida en el campo de la pintura, de los grandes formatos, está sin editar. Posiblemente, cuando yo falte, será más fácil conseguir ese espacio. Un artista, cuando falta, es cuando es reconocido, y eso te lo digo yo, que soy un tipo muy vitalista, pero tengo sentido común y veo que es así. Cuando un artista muere es cuando es eterno, así es como hemos hecho este puñetero mundo.
-Un desacierto…
-Pero no importa, porque lo único importante en la vida de un artista… de un artista no, de un artesano, que es lo que yo me considero (un muy buen artesano, sí, porque lo de artista me da un poco de repelús), lo mejor que le puede pasar a un artesano enamorado de su profesión, de su oficio, es trabajar, hacer sus obras, aunque se vayan a ver después, aunque no vaya a asistir a ese momento.