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CONVERSACIONES CULTUR PLAZA

Julia Sevilla: “Hay una resistencia psicológica, más que práctica, en utilizar el lenguaje inclusivo”

6/01/2019 - 

VALÈNCIA. Poco antes de que las campanadas anunciaran el cambio de año, millones de ojos estaban clavados en Cristina Pedroche y, más concretamente, en el vestido que iba a lucir en estas señaladas fechas. Desde hace años el atuendo de la presentadora se ha convertido en motivo de polémica: por un lado, por la presumible defensa que hace ella del feminismo al escoger, con “libertad”, vestirse como quiere; y, por otro, por las críticas de muchas feministas por abanderarse de este movimiento desde la ignorancia. A Julia Sevilla, profesora honorífica del Departamento de Derecho Constitucional de la Universitat de València y recientemente galardonada con la Medalla de la institución por sus estudios en derecho constitucionalista con perspectiva de género, la situación le resulta incomprensible.

“Hay una diferencia de temperatura. La etiqueta de los hombres es ir con traje y chaqueta; la nuestra, no tener frío”, bromea. Bajo sus palabras, sin embargo, se aprecia un deje de confusión por las connotaciones que implica el suceso. Alude que ni siquiera vale la pena darle importancia. Lleva toda una vida luchando por conseguir una igualdad efectiva entre hombres y mujeres; un propósito que, cuenta a Cultur Plaza, siempre llevó dentro de ella misma y que ha defendido como la pionera en materia de igualdad y género que es.

Ya retirada de la vida docente, Sevilla continúa desempeñando un activismo feminista al que le precede una prolífica trayectoria: primera letrada de las Corts Valencianes; una de las primeras en integrarse dentro del Síndic de Greuges (en un momento en que solo había tres mujeres en estas instituciones de defensoría); y miembro del Institut Universitari d’Estudis de la Dona entre muchos otros cargos que ha ido ostentando con el devenir de los tiempos. Tiempos que, afortunadamente, apuntan ahora hacia una igualdad algo más real. “Cuando yo estudiaba, las mujeres no podían hacer oposiciones a juezas. Se consideraban que eran puestos de importancia fedataria, donde tenías que dar fe, y la mujer no tenía ni patria potestad. Cuando yo me casé, las mujeres no podían trabajar sin el permiso del marido. Ni siquiera abrir una cartilla del banco. Auténticas barbaridades”, recuerda.

Hoy en día, es cierto, se ha avanzado. Pero para Sevilla todavía quedan fuertes y gruesos andamios de un sistema patriarcal donde hay que continuar enarbolando la igualad como herramienta para conseguir cambios. “Hay que tener en cuenta que nos dirigimos a grupos o colectivos para decirles: ‘Estáis estupendos ahí, pero ¿por qué no hay mujeres?’ De alguna manera parece que les cuestiones a ellos, y no es la intención, pero sí la manera en que se lo toman”, señala. 

Dejando atrás un año marcado por el #MeToo y la sororidad entre mujeres, le preguntamos a Sevilla por un deseo para el 2019, una nueva oportunidad para enmendar errores y enfrentarse a múltiples retos: “Que las mujeres puedan salir de casa y volver vivas. Sin tener miedo”, dice sin dudar. Ojalá que así sea.

Foto: KIKE TABERNER

-Estás a favor de reformar la Constitución española para reescribirla con lenguaje inclusivo. ¿Por qué es tan importante hacerlo?

-Porque lo que no se nombra no existe. Siempre pongo el ejemplo de la constitución suiza: al principio, se indicaba que los “suizos” tenían derecho a voto. Una mujer fue a votar y le dijeron que, como no era un “suizo” (sino una “suiza”), no podía. Por tanto, todo eso de que el “hombre” incluye a hombre y mujer es mentira. No es verdad.

La lengua es una cosa viva. Hemos ido incorporando palabras para introducir conceptos, pero con el tema del lenguaje inclusivo una parte de la población se pone muy antipática y rígida. ¿Por qué la RAE es tan reacia a esa inclusión? ¿A enterarse de que hay políticos y políticas, ministros y ministras, etc.? Hay femeninos muy fáciles y otros (es verdad) que no. Pero no pasa nada: no es motivo para ocultarlo.

-Hay personas que, a pesar de declararse feministas, se oponen al lenguaje inclusivo por considerar que entorpece la comunicación. ¿Realmente es tan difícil incorporar el lenguaje inclusivo?

-Se puede utilizar la persona como sujeto. Todos somos personas. Con eso, ya no tienes ningún problema con el resto del discurso. Recuerdo un TFM en el que vi que todo estaba puesto en femenino. Retrocedí a la primera página y vi una nota a pie de página en la que decía: “He tomado como sujeto a la persona”. Ahí ya no hace falta duplicar nada.

Cuando describes un paisaje, no tienes ningún problema en decir que hay margaritas, abedules, cipreses, caléndulas… todo tipo de flores silvestres. Y podrías decir, simplemente, que había “flores silvestres”, pero si las enumeras y las nombras pones en valor que hay un montón de variedad. Se considera riqueza paisajística. Hay una resistencia psicológica, más que práctica, porque realmente no es tan complicado.

Hace tiempo, compartí una mesa redonda con una profesora. Estábamos hablando de lenguaje. Recuerdo que dijo que la primera discusión que tuvo con su marido fue por un pronombre. Llegaron de la luna de miel, comieron, ella se fue a trabajar, y cuando volvió él le dijo sonriente: “Cariño, te he fregado los platos”. “¿Cómo que ‘te’”? Es tan fácil que el hombre sienta que le ha hecho un favor a su mujer fregando los platos… Como si él no hubiera comido. Con el lenguaje se dice todo.

-¿Por qué existe ese inmovilismo por parte de la RAE?

-En parte, por no renunciar al poder. Incluso se ha llegado al punto de que un señor (Pérez Reverte) ha dicho que se va a ir si le obligan a introducir el lenguaje inclusivo. Tampoco hay muchas mujeres en la RAE. Es una academia en la que no ha entrado la democracia. Ellos mismos se autoeligen. Lo único democrático es que cobran del Estado. 

-¿Cómo valoras los movimientos de ultraderecha que se están alzando últimamente y que han propuesto, entre otras cosas, derogar la Ley contra la Violencia de Género?

-Los partidos extremistas juegan con la sensibilidad de las personas: con un descontento que es muy fácil despertar y alimentar. Con promesas, incluso, prácticamente irrealizables; pero que se dirigen a esa parte profunda de la persona que a veces no se atreve a expresar o verbalizar. Es muy fácil decir que las mujeres “les hemos quitado el trabajo a los hombres”. No hay nada más sencillo que creer que te han arrebatado algo, especialmente si te encuentras en una situación de desempleo. Pasa lo mismo, efectivamente, con los inmigrantes.

Sin embargo, está demostrado que la igualdad es productiva. Que genera riqueza. Es la discriminación lo que produce malestar y pobreza. La igualdad es rentable, pero no les interesa. Y no digo que todo el mundo (porque hemos avanzado mucho), pero mucha gente prefiero quedarse con otra idea. Encontrar un chivo expiatorio es una medicina única para que la gente se apunte. Y lo peor es que resulta creíble. Si no fuera así, no habrían existido el fascismo, el nazismo y todas esas teorías apocalípticas.  

Vox dice que los hombres padecen la violencia de las mujeres. A lo mejor es que les dicen: “Oye, ayúdame a coger el carrito de la compra”. Y eso resulta violento. No sé. Es preocupante.

Foto: KIKE TABERNER

-¿Hasta qué punto es importante la educación para alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres?

-Es fundamental. Hay que comenzar desde el principio, desde la cuna. Hasta hace poco las personas que llegaban a la universidad venían con unos prototipos muy claros de qué era hombre y qué era una mujer. Si eso se desmonta cuando naces, y se empieza a educar en igualdad, a partir de ahí se va continuando. También la educación depende mucho de la política; por ejemplo, en cuanto a los planes de estudio.

En derecho constitucional todavía cuesta. Quizá, por pura comodidad. No se le da la importancia que debería. Se explica la Declaración de los Derechos Humanos de 1789, pero no la de Olympe de Gouges; la de Seneca Falls; o la importancia que tuvo Clara Campoamor en la Segunda República. Es una sensación de irrealidad el estar hablando, todavía hoy en día, de desigualdad de mujeres. 

También para ello es muy importante todo lo que nos rodea, como la publicidad. La publicidad de perfumes, más todavía en Navidad, es un espanto. Se adorna con esa superbelleza y superestética algo ideal que no existe (o existe muy poco). Parece que, si te compras un determinado coche, va a venir incorporada una tía. Es mucho más divertido ser iguales: mucho más enriquecedor. 

-La prostitución es otro tema polémico, entre las personas que abogan por legislarla y las que defienden abolirla. ¿Cómo valoras tú esta situación?

-Amelia Valcárcel dijo una vez que, al llegar la democracia y la libertad de relaciones entre hombres y mujeres, pensábamos que se acabaría la prostitución. Y no: ha ido aumentando en lugar de disminuir. Para mí es impensable. No sé qué tienen en la cabeza los señores que son capaces de disfrutar de una mujer que saben que está haciendo eso por obligación y, en un porcentaje muy elevado de los casos, en una situación de esclavitud. Respecto a regular: ¿qué hacemos? ¿Regulamos también el trabajo infantil, la esclavitud, el contrabando? ¿El contaminar? 

Detrás de todo esto está el capitalismo. El vender al máximo y ampliar la clientela. La exageración de la belleza del cuerpo: la necesidad de tener 20 años cuando realmente tenemos 80. Vender, cuanto más; mejor. Y no importa lo que caiga por el camino. El feminismo, desde luego, no casa bien con el capitalismo. No sé si diría que es “anticapitalista”, pero lo que está claro es que se opone a la mercantilización de la mujer. Y de todo. Hay gente que se enfada y nos considera “feminazis”, pero en realidad el feminismo defiende la vida y libertad de las mujeres. Es lo más opuesto al nazismo o una doctrina de tipo totalitario. Queremos la igualdad, y los caminos para llegar a ella pueden ser múltiples y diferentes. Pero ese es el objetivo. No queremos que los hombres sean desiguales, sino que hombres y mujeres seamos iguales.

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