VALÈNCIA. Basada en una obra de teatro del escritor homosexual Noël Coward titulada Lo que no fue, David Lean filmó Breve encuentro en 1945. Dos personajes, un hombre y una mujer, ambos casados, se encontraban en una estación de tren. Hablaban y surgía entre ellos algo más que confraternización entre pasajeros. Sus vidas eran rutinarias y sus matrimonios un aburrimiento. Aparecía entre ellos una pasión de las peores, las prohibidas. El cómic de Tommi Parrish, La mentira y cómo la contamos (Astiberri) trata de lo mismo, de breves encuentros, pero en ellos no surge pasión, sino todo lo contrario.
En estas viñetas, dos viejos amigos se encuentran. Un chico y una chica, ella lesbiana. Se ponen al día, se cuentan en qué quedaron sus últimas relaciones. A ella no le va muy bien, ha tenido desengaños. Trabaja de cajera. Él lo tiene más claro. Se va a casar con una chica mayor que él, muy responsable. Ha sentado la cabeza. O eso se supone.
Deciden irse a tomar algo y entre copazos y vino tinto trasegado en la calle, Parrish va dejando que los pequeños detalles cuenten por sí solos todo lo que hay detrás y no se verbaliza en la charla.
Lo más curioso es que el personaje principal se encuentra una novela de las que la gente deja por la calle para que las cojan otros y en ella lee algo similar a lo que está viviendo con su amigo. Es una novela o relato corto de un tal Blumf McQueen, Un paso al interior significa que lo entiendas. Las páginas de la lectura de esta novela están en blanco y negro y hacen que el cómic se convierta en una meta-narración. Cada vez que Cleary, la protagonista, lo coge, las viñetas pasan a blanco y negro y el lector se sumerge en la ficción que ella lee.
En general, la obra lo que expone es el parapeto que pone una persona por delante cuando no acepta ser lo que es y se dedica a hacer lo que se supone que tiene que hacer, aunque no le guste. Se muestra la coraza y el corsé de la conducta con sus flaquezas, sus pequeños errores o debilidades, y con sus fortalezas, que es la mayor parte del tiempo, a modo de arrogancia o prestancia. Al mismo tiempo, el otro personaje enseña el valor que tiene la toma de decisiones honestas a lo largo de la vida aunque te sumerjan en un pozo sin fondo.
Hay un componente generacional importante. Parrish nació en 1989 y su quinta está empezando a cumplir treinta años ahora. Una edad en la que ya se debe haber abandonado la "frescura" de la adolescencia dos o tres años atrás y las expectativas de la vida empiezan a ser más estrechas. Muchos sueños ya no se pueden cumplir y las cosas bonitas que antes llegaban prácticamente solas ahora parecen un poco más caras. Para muchos, además, la distancia se habrá interpuesto entre ellos por curros, migraciones o relaciones de larga duración y, en definitiva, la vida empieza a verse desde una óptica muy diferente a la del adolescente que se acaba de ser.
En el breve encuentro que se plantea, se perciben los nuevos valores de una generación que, otra cosa no, pero posiblemente sea la que ha gozado de la libertad sexual más amplia en la historia y no en el sentido de la cantidad, sino de la calidad de las elecciones. No obstante, también es una generación que ha sido golpeada por la precariedad mucho más que las anteriores. Todo eso está presente con mucha elegancia en el colocón que se pillan estos dos viejos amigos con cuentas pendientes. En Dazed, la historia ha sido calificada de "cómic como una terapia".
El dibujo y los colores son fascinantes. Salen varios cuadros de esas viñetas. Sobre todo los del ocaso, cuando los amigos beben vinos tirados en la acera y se va yendo el sol por la tarde. El blanco y negro de la historia de la novela es menos original y recuerda a Charles Burns.
La historia es autobiográfica. El chico del que habla el autor era su mejor amigo en el instituto, alguien a quien realmente quería, pero que se acostó con su novio durante todo el tiempo que estuvieron juntos y nunca se lo dijo hasta años después. El golpe que eso supuso un su vida quiso sacarlo de alguna manera con este relato sin que resultase obvio. Como explicó en una entrevista en The Comics Journal, trató de que no fuera una historia arquetípica de redención gay, sino que abarcase una perspectiva más amplia de la vida.
Parrish es australiano, de Melbourne, ha vivido en Nueva York (de donde fue deportado), Argentina y Canadá. Pasó por una escuela de diseño con 19 años en su país, pero fracasó. Decidió entonces probar suerte en una Escuela de Arte y fue peor porque sus profesores tenían una especie de enseñanza reglada. Según explicó en esa entrevista, como la única forma de conseguir un trabajo con el arte es ser profesor, te forman para que seas profesor y punto. Eso no le servía.
No dibujó realmente tebeos hasta los 21 años, cuando empezó a hacerlos en secreto sin que se los vieran sus profesores de arte mientras hacía las esculturas y demás ejercicios plásticos absurdos que le pedían. De ahí, tal vez, que cuando cite sus mayores influencias para hacer cómics nombre a Ray Johnson, Van Gogh y David Hockney.
En un repaso a las publicaciones extranjeras se repite constantemente la recomendación de este cómic a los amantes del arte o a los que consideran que el cómic está entre las artes más elevadas. Se trata tan solo de un dibujo original, que toma sus modelos de la historia de la pintura del siglo XX más que de los cómics, pero que no difiere en absoluto de cualquiera que sea lo que se considera un cómic "menos artístico". La portada sí, parece propia del catálogo de una galería de arte, pero lo que hace que merezca la pena añadir a la colección este volumen y los que sigan del autor (tiene otro publicado sin traducir, Perfect Hair) es, como siempre, la combinación de viñetas y elegancia, que aquí es excepcional.