VALÈNCIA. Guillem Agulló i Salvador fue asesinado el 11 de abril de 1993 a manos de una banda neonazi en Montanejos, y se convirtió en la diana de la ultraderecha por ser militante de movimientos independentistas y antifascistas. Lo que parece tan fácil de resumir en tres líneas, se ha convertido desde entonces en un problema político, porque en España, tal vez en Europa y en todo occidente también, la memoria es mucho más incómoda que el olvido. El recuerdo colectivo de este asesinato ha sido un pilar de la izquierda valenciana desde entonces porque es una prueba de que la vida tiene un valor, y que quitarla tiene un coste más allá de la desaparición de alguien.
Esta lucha incansable porque Guillem Agulló siguiera presente solo se entiende gracias al empeño incansable de su familia, a la que el director catalán Carlos Marqués-Marcet dedica su último film, La mort de Guillem, que se presentó ayer en el marco del Festival de Málaga, aunque fuera de la Sección Oficial.
El proyecto de esta película no puede entenderse sin su contexto: desde el asesinato de Agulló, que tenía 18 años, y el posterior juicio, los movimientos antifascistas siempre han acusado a los medios de comunicación y a las instituciones de no haber cuidado su memoria y su legado. La mort de Guillem nace como un proyecto de las productoras Lastor Media, SomBatabat Produccions y Suica Films (esta última valenciana) con el apoyo de las televisiones autonómicas catalana y valenciana, además de varias instituciones; pero otra parte importante ha sido financiada a través de una campaña de micromecenazgo llamada La Lluita Continua, que también ha apoyado un libro de Núria Cadenes y otras acciones artísticas alrededor de la figura de Guillem Agulló. La gente salvando la memoria de la que no se han encargado las instituciones públicas.
Marqués-Marcet recibe así el encargo de retratar una de las páginas más delicadas de la crónica negra valenciana de los 90. ¿Y cómo decide hacerlo? Desde un lugar inédito en las antípodas del true crime: el duelo familiar. La mort de Guillem no necesita mostrar el asesinato, ni cualquier otra imagen de violencia explícita. En su lugar, la cámara está en un camping, donde la familia está comiendo tranquilamente cuando alguien informa al padre y a la madre de Guillem que ha pasado algo. Ya en la morgue, la cámara se sitúa justo enfrente del rostro del padre cuando la madre vuelve de confirmar la identidad del cadáver y rompen a llorar y se abrazar por primera vez. Empieza la película, empieza el luto.
A pesar de ser un registro aparentemente alejado del resto de la filmografía del catalán, La mort de Guillem es tan o más intimista como 10.000 km o Els dies que vindràn. La cámara y la voz funcionan igual que en el resto de sus films: a través de los ojos de sus personajes, con gestos mínimos, haciendo de la pausa un momento revelador, guardando un par de momentos explosivos (emocionalmente hablando). La violencia estructural de la injusticia y el luto no podía estar más velada y más presente a la vez. Las escenas del juicio, en las que la defensa no duda en atacar directamente a la víctima y humillar a los testigos de la acusación, concentran la tensión de un relato que se cuenta principalmente desde la casa. Guillem se ha ido y ahora el vacío pesa mucho más. Su silla desocupada en la mesa del comedor rompe espacialmente la armonía familiar, y al padre y a la madre difícilmente se les verá en su propia habitación.
Pablo Molinero (Guillem Agulló padre), Gloria March (Carme Salvador), Yani Collado (Guillem Agulló hijo), Mar Linares (Betlem Agulló) y Bárbara Calatayud (Carmina Agulló) se encargan de poner cara a este luto, que la ultraderecha ha convertido durante todos estos años en un objetivo político. Tras un juicio injusto y la tibieza de la clase política, La mort de Guillem también quiere mostrar cómo el querer "cerrar las heridas" y "reconstruir el país" siguió dando carta blanca a la ultraderecha. Finalmente, solo fue condenado uno de los cinco acusados, Pedro Cuevas, que estuvo en la cárcel menos de cinco años y que posteriormente ha militado en organizaciones y partidos abiertamente fascistas. Mientras, la memoria del joven Guillem sigue presente y eso molesta más que cualquier otra condena. Carme Salvador dijo en una rueda de prensa: "Quería invitar a toda la derecha, que no ha sido capaz de darnos el pésame a nosotros, que se lo den a los padres de los asesinos, porque ellos lo necesitarán más que nosotros. Porque nosotros tenemos un hijo muerto que vivirá para siempre, pero ellos -desgraciadamente y seguramente sin saberlo- engendraron hace 20 o 22 años y dieron vida a la muerte".
"Guillem Agulló, ni oblit ni perdó" reza uno de los lemas de la izquierda valenciana y catalana, señalando que mientras no se haga justicia contra el fascismo, el luto no ha acabado. La mort de Guillem tal vez sea una nueva ventana a la memoria que de a conocer su historia a otras generaciones y otros territorios. La de una vida militante arrebatada por la intolerancia y el odio. El punto de vista y la sensibilidad de Marqués-Marcet, junto a unas interpretaciones intachables, se convierten en el mejor aliado de la causa.
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