La noche ha dejado de ser para nosotros, para ti y para mí. En estos meses nos han robado las libertades, la prosperidad y la esperanza y, como no esto les bastaba, ahora nos confiscan la noche, en la que todo era posible hasta confundirnos con unas horas de felicidad
Como valenciano de adopción me llenó de orgullo que el presidente de la nostra terra, el sensato y gris Ximo Puig, fuese el primero en solicitar el 'toque de queda'. Fuimos los únicos en aplicarlo la lejana noche del 23 de febrero de 1981 y ahora volvemos a dar ejemplo al resto del país. Como conservador me congratulo también de que los valencianos sean respetuosos con la tradición y garanticen la continuidad histórica de la nación.
Durante la pandemia hemos desempolvado un vocabulario propio de las dictaduras y de la guerra. Estado de alarma, estado de excepción, 'toque de queda', confinamiento, moral de victoria… Resulta sumamente difícil sostener si vivimos en una democracia o en una dictadura (yo lo llamaría demodura), en un tiempo de paz o en un conflicto bélico, habida cuenta de que los gobiernos, con el pretexto de preservar la salud, nos han impuesto una camisa de fuerza a los ciudadanos o súbditos, condición que tampoco tengo clara. Somos como esos soldados en Senderos de gloria que van a morir al campo de batalla por la impericia de sus generales.
Ahora nos aplican otra vuelta de tuerca. Un 'toque de queda' durante seis meses que Pedro II el Cruel ha aprobado con el respaldo de sus socios separatistas y los liberales ingenuos de la bella Inés. En cualquier caso, se trata de una política monstruosa que significa darle carta blanca al Gobierno calamidad, que apenas tendrá que responder de sus desmanes ante el Parlamento y los jueces. Seis meses era el tiempo concedido a los dictadores en Roma para resolver las crisis que amenazaban su existencia.
Esta gente, entre inepta y malvada, nos ha robado muchas cosas (las libertades, la prosperidad, cualquier amago de fraternidad, hasta la esperanza), pero no se conforman con ello. Quieren más. Ahora nos quitan la noche. El presidente maniquí lo justifica para reducir los contagios. Es el mismo que dio por vencido al virus en verano; el que se fue de vacaciones en vísperas de la hecatombe; el que aparece en las televisiones amigas, vestido con un traje inmaculado del que le cuelgan sus mentiras y sus torpezas.
"La noche nos confundía, y ahora la precintan. A la noche también la confinan. Pobre Dinio y pobres de nosotros, empujados a ver series los sábados, como tanto les gusta a los modernos"
Adiós a la noche y a todo lo que tenía de mágico. Lo afirma quien dejó de ser noctámbulo hace muchos años, pero sabe, como cualquier persona cabal que se precie, que en la noche se obran milagros que nunca se darán a la luz virgen de la mañana o a la caída de la tarde. La confidencia de un amigo desesperado, las paces con un compañero de trabajo en estado de embriaguez, el descubrimiento de una mujer que aliviará nuestra soledad una noche, o quizá dos.
La noche nos confundía, y ahora la precintan. A la noche también la confinan. Aquí no se salva ni Dios. Pobre Dinio y pobres de todos nosotros, empujados a padecer laSexta los sábados por la noche, en contra de lo que nos prescribió el psiquiatra, y a ver series, como les gusta a los modernos.
¿Qué será de nosotros y de todos los locales de copas de los que fuimos clientes? ¿Qué será del Infanta, Fox Congo, el Negrito, Bolsería y el Mosquito? Me cuentan que el Negrito, que me descubrió mi amigo Txelu Izaguirre, ha cerrado. Otros resisten como el café Infanta. Podría añadir la discoteca Un Sur y The Blue Iguana, un clásico especializado en la música ochentera que nunca fallaba, aunque donde mejor lo pasé fue en la sala Quatre, junto al Ateneo Mercantil. Pinchaban la mejor música disco de la ciudad. También cerró hace años.
Cuanto intento recordar aquellas noches en las que los clientes bailaban mirándose a los ojos porque aún no se habían inventado los odiosos móviles, echo cuentas de lo viejo que soy. Suaves eran aquellas noches en las que amanecías en un banco de la avenida Antiguo Reino de Valencia y esperabas medio dormido a que abriese el antiguo Congo para desayunar con un colega.
Todo aquello murió con nosotros. Aquella València de los noventa, que conservaba restos del optimismo de la década anterior, no existe. Desapareció con nuestra juventud. Hoy, cuando atisbamos la vejez a lo lejos, somos criaturas de la mañana y enemigos contumaces del tardeo, un sucedáneo de la noche porque carece de su magia. Quede claro que la tarde es para leer, echar la siesta, pasear de la mano de una desconocida y olvidar el hombre vulgar que fuiste por la mañana; ser un poco como en realidad crees ser.
¿Cuál será el próximo castigo? Después de la noche decretarán la prohibición de las tardes, que eran la debilidad de Borges, y, si esto les fuera insuficiente, proscribirán el paseo de las mañanas. Lo hicieron en marzo y lo volverán a hacer, que no os quepa la duda. Y aceptaremos sin rechistar, encerrados de nuevo en casa, a punto de volvernos locos, y a nadie le debe extrañar porque el miedo sigue cumpliendo su trabajo con eficacia.