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LA OPINIÓN PUBLICADA / OPINIÓN

La ola de 'Tardevieja'

2/01/2021 - 

VALÈNCIA. Desde la perspectiva de propagar un virus, es difícil pensar en unas festividades más adecuadas que la Navidad: hace frío, se congrega en espacios interiores, varias horas y sin mascarilla, a gente que no se ve habitualmente (y que, a su vez, se ha reunido con otras personas con las que tampoco mantienen contacto estrecho habitual). Aumentan la interacción social y la movilidad. Tenemos, además, distintos tipos de fiestas: con familiares (para que los virus puedan propagarse entre generaciones, verticalmente), pero también con amigos (como la Nochevieja, este año Tardevieja) o conocidos (los ágapes de empresas), donde un virus como el SARS-CoV-2 puede difundirse silenciosamente, entre asintomáticos.

La historia es conocida: la familia se reúne en Nochebuena y Navidad. Quizás alguno de los miembros de la familia tenga algún síntoma de poca importancia, un poco de tos o dolor de garganta, que achaca a la época del año; quizás ni siquiera eso. Pero la mayoría, si no todos, se han visto con otras personas, han salido a comprar, etcétera. Unos días después, en Tardevieja, muchos aprovechan para ver a los amigos en los ágapes de tarde del ocio nocturno disfrazado de diurno (por obra y gracia de la Generalitat Valenciana; luego volveremos a ello). Días después, vuelven a ver a la familia para compartir el roscón de Reyes (o Pannetone, que por lo visto aquí hay una incipiente polémica al respecto). El resultado, se lo pueden imaginar. Espero equivocarme y que la cosa no sea para tanto, pero todo indica que la tercera ola que se avecina puede ser gigantesca. No sólo por el factor navideño, sino porque partimos de unos datos ya muy malos, particularmente en la Comunidad Valenciana. Y si el virus ya está circulando de forma generalizada y le ofrecemos un escenario tan adecuado para que se propague, se propagará más, porque para eso es un virus, cuyo único propósito es propagarse.

Esto es, más o menos, lo que pasó en febrero y marzo. Pero entonces, las autoridades encargadas de tomar decisiones al respecto podían escudarse en que no sabían nada sobre el virus. Por eso no tomaron las decisiones adecuadas antes del confinamiento; y por eso, también hay que decirlo, cuando nos confinaron lo hicieron a lo bruto, sin matiz alguno. Sin dejarnos salir a pasear ni hacer deporte. Sin permitir que lo hicieran los niños. En la duda, cortaron por lo sano.

La cosa funcionó, aunque luego tiramos por tierra parte del esfuerzo con una desescalada apresurada y mal planteada. Puede que el Gobierno central demostrara en todo ese proceso una incompetencia e ineptitud preocupantes, pero al menos aprendió algo: la gestión de la pandemia puede dar réditos políticos, pero si lo haces tan mal como lo hicieron ellos es mucho más probable que erosione su apoyo electoral. Así que, en la duda, mejor que el marrón se lo coman otros.

Por ese motivo, hemos pasado de un control férreo de la gestión de la pandemia por parte del Gobierno central en la primera ola a una estrategia de descentralización, rayana a menudo en la dejación de funciones, que lo deja todo en manos de las comunidades autónomas. En nuestro caso, en manos del Consell y del president de la Generalitat, Ximo Puig.

Tampoco puede decirse aquí que el balance sea maravilloso; pero el verdadero problema de Puig es lo que pueda pasar a partir de ahora. Porque frente a las tres olas el president ha demostrado una preocupante dejación de funciones, que se dirige siempre hacia el mismo escenario: el miedo a tomar decisiones que afecten a los intereses de la hostelería, y en particular del ocio nocturno. Recuerden cómo, ante la primera ola, prácticamente fue el ministerio de Sanidad el que obligó a Puig a cancelar las Fallas; recuerden cómo, en verano, a las puertas de la segunda ola, la Comunidad Valenciana fue una de las comunidades autónomas que más se resistieron a clausurar el ocio nocturno.

La defensa de Puig es la misma que la del Gobierno central: que no sabían nada. Desde luego, no sabían nada en la primera ola, y tampoco puede decirse que supieran mucho en la segunda (aunque ya entonces estaba claro que las aglomeraciones de gente en interiores sin mascarilla constituía el escenario más propicio para propagar el virus). En cambio, la posición de la Generalitat frente a la tercera ola es sencillamente indefendible. En primer lugar, porque ahora, a diferencia de lo que ocurrió en marzo y de lo que hemos vivido en estos meses pasados, las cifras de contagios de la Comunidad Valenciana son muy malas, mucho peores que el promedio español. Y, en segundo lugar, porque en este caso no es que Ximo Puig se resistiera a cerrar el ocio nocturno; sino que, bien al contrario, es la Generalitat la que muy recientemente, a principios de diciembre, autorizó a los locales de ocio nocturno a reabrir en horario diurno.

Y esta situación se ha mantenido en estas semanas, hasta llegar al despropósito de "Tardevieja", donde se ha intentado maquillar el problema a última hora prohibiendo karaokes y DJs en los fiestones de Tardevieja que se habían preparado. El president y demás cargos de la Generalitat se han prodigado en declaraciones lastimeras, implorando a la gente que ejerza el autocontrol. Pero, si nos ceñimos a los hechos, la verdad es que el Consell apenas ha adoptado medidas restrictivas acordes con cómo ha evolucionado la situación estas semanas. En un patente y clamoroso ejercicio de irresponsabilidad, han decidido mirar para otro lado y esperar a que la ola navideña pase sin consecuencias.

La consellera de Sanidad, Ana Barceló. Foto: DANIEL DUART

Un ejercicio de irresponsabilidad y dejación de funciones que es aún más grave, y más incomprensible, si tenemos en cuenta que el contexto actual difiere de las dos olas anteriores por dos factores fundamentales, aunque contrapuestos: el primero, que ya está en marcha la vacunación. Es decir, que ya vemos la luz al final del túnel, con lo que cabría pensar que es más sencillo pedirle a la gente un último esfuerzo que evite males mayores en estos últimos meses. Y el segundo, que quizás se esté comenzando a extender en España la variante británica del virus (silenciosamente, como se expandió el virus en febrero y marzo del año pasado). Una variante que, a juzgar por los primeros estudios y por cómo se está extendiendo el virus en Gran Bretaña (y en Irlanda), es significativamente más contagiosa que la original.

Todo ello debería haber llevado a nuestras autoridades a la prudencia. Pero no a una prudencia de boquilla, de grandes declaraciones no respaldadas por los hechos, sino a adoptar decisiones drásticas (que, obviamente, comportan un coste político y económico) que pudieran evitar males mayores. En cambio, hemos tenido inmovilismo y afán cortoplacista por no quedar mal con nadie. Y quizás recibamos en correspondencia una ola mucho más grave de lo que habríamos tenido si, por una vez, nuestras autoridades no fueran siempre a rebufo de los acontecimientos. Tal vez tuvimos suerte en la Comunidad Valenciana en la primera y la segunda olas; pero si esta vez la cosa se pone peor no será por mala suerte, sino por negligencia de la Generalitat Valenciana.

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