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Las series y el amor: la eyaculación precoz no es romántica

16/02/2019 - 

VALÈNCIA. Esta semana ha sido la de San Valentín. No me diga que, mezclados con memes del juicio del Procés, exabruptos de Casado, noticias sobre la corrupción del PP y adelanto de elecciones, no le han llegado cupidos, corazoncitos y mensajes llenos de frases cursis. No se ha librado nadie. Las redes eran una auténtica trampa en la que te saltaban corazones y flechas del amor por todas partes. 

Las series se han llenado de capítulos en las que los personajes, sobre todo ellas, sufren mucho porque no tienen con quien compartir el día de los enamorados, y las parejas, incluso las más cínicas, hacen idioteces, riéndose irónicamente pero las hacen, porque a ver quién es el guapo o la guapa que dice que no cree en el amor. En el ideal de amor romántico de centro comercial y que, en el mundo de la ficción procedente de Hollywood y adyacentes (que es el que consumimos mayoritariamente), es el único que hay. El del príncipe azul, la media naranja, el juntos para siempre, el monógamo, el de soy tuyo/soy tuya y no mires a otro/otra porque eso es traición, yo debo colmar todos tus deseos y aspiraciones. El de tú me perteneces. Ese en el que solo se demuestra compromiso y madurez casándose, porque si no acaba en boda no es amor de verdad.

¿Por qué nunca es suficiente en las series con vivir juntos y es necesario casarse para demostrar compromiso madurez? Y no solo casarse, que antes el hombre tiene que declararse, hacer una petición de mano y ofrecer un anillo que ella va a enseñar a las amigas toda orgullosa. Luego toca hacer una boda con sus padrinos y sus damas de honor. Suena muy anacrónico, sí, y sexista, pero es lo que profusamente, con mayor o menor gracia, muestran películas comerciales y series de consumo mayoritario, además de los telefilms de sobremesa: Friends, Cómo conocí a vuestra madre, The Big Bang Theory, Glee, Anatomía de Grey, Bones, Sexo en Nueva York, Galerías Velvet, Gossip Girl, Modern Family, Las chicas Gilmore, etc. Pero el auténtico susto llega cuando de pronto, en las redes, descubres que alguien pone “Fulano está comprometida con Mengana” con foto de un anillo, palomas y corazones. Estas cosas pasan aquí porque las vemos en las pelis y las series, igual que el uso de las gorras para atrás y la celebración de Halloween, ya completamente incorporada a nuestras fiestas.

Y es que hemos aprendido a amar con el cine y con la televisión. Cómo besar, como mirar, qué decir, cómo follar. Y claro, cuando nos hemos dado de bruces con la realidad hemos descubierto que las ficciones audiovisuales y la vida real son cosas bien distintas. Que esa escena de sexo tan bonita y tan apasionada de pie contra la fotocopiadora es incómoda, se te clava la bandeja del papel en el trasero, las piernas no te sostienen, es complicado ajustar las diferentes alturas de cada uno y sí, mucho morbo con eso de que te puedan pillar, pero no hay manera de concentrarse si estás mirando con el rabillo del ojo la puerta por si entra el ordenanza.

Y luego está lo de la eyaculación precoz, de la que Hollywood es el paraíso. ¿Que no? Está casi institucionalizado ese polvo rápido, visto y no visto, en el que la mujer, ¡oh, milagro!, aunque esté tan tranquila viendo la tele antes de la llegada del hombre no necesita preliminares, ni preparación, ni lubricación, gime con solo que él le toque el hombro y, ¡oh, segundo milagro! llegan juntos al orgasmo en cuestión de dos o tres minutos. Intenta esto en tu casa y ya verás la frustración. Guionistas: entendemos que hay que ir al grano y que el ritmo es importante, pero, en serio, un poquito más de veracidad, sobre todo por la parte femenina. Que luego llegan los equívocos y el desencanto.

La serie Sex education ofrece un buen ejemplo de lo que estamos diciendo. Una de las protagonistas no entiende porque no logra placer con el sexo aunque hace todo lo que ha visto en las películas y cree que le gusta a los hombres: ser agresiva, moverse mucho, gemir todo el rato, gritar, mostrarse salvaje. Su terapia va a consistir en masturbarse hasta descubrir su propio placer y con ello, percatarse de que su función no es satisfacer el deseo de un hombre, como le han hecho creer pelis y series (y no estamos hablando de porno, que eso escapa a esta columna), sino el suyo. Es decir, hacer lo contrario que las ficciones le muestran. 

El mito del amor romántico infecta nuestro consumo audiovisual. Y ahí está el éxito de Outlander para demostrarlo. Eso no impide que nos haya proporcionado grandes e inolvidables momentos, altamente disfrutables incluso por los más cínicos y las más descreídas: el episodio “La constante” de Perdidos, la declaración de Beckett al protagonista de Castle, el capítulo “San junipero” de Black Mirror, el “because you belong with me” de Fringe, etc. Ponga aquí su momento favorito, que seguro que tiene alguno.

Afortunadamente, no solo hay Outlander y su amor eterno a través del tiempo en la ficción televisiva. Hay muchas series que le dan la vuelta al mito y plantean formas de vivir y amar que escapan de los clichés, mostrando las luces y las sombras del amor como Amigos de la universidad, Dates, Tell me you love me o A dos metros bajo tierra; ironizando sobre el modelo como Love o Girls; deconstruyéndolo como Fleabag, You’re the worst, Catastrophe o Please like me; o haciendo estallar los límites de la pareja como Tú, yo y ella, Wanderlust o I love Dick. 

Y aquí las series le ganan completamente la partida al modelo del cine comercial de Hollywood, pero solo a él, que no a otros tipos de cine que se expresan estética, temática y narrativamente de otro modo. Le ganan en diversidad, complejidad, audacia y cercanía. No es difícil reconocernos en ellas con nuestras dudas, desconcierto, alegrías y frustraciones. No confundamos, no es la vida misma porque siempre es ficción, pero nos cuentan cosas en las que reconocemos nuestras vivencias amorosas y los caminos siempre inesperados del deseo.

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