la opinión publicada / OPINIÓN

La sonrisa del destino de Pablo Casado

Foto: RAFA MOLINA
11/05/2019 - 

Los resultados electorales del 28 de abril sirvieron para despejar una de las principales incógnitas que se habían instalado en la política española en los últimos años: ¿ha cambiado la configuración del electorado español por efecto de la crisis catalana? O, dicho en otras palabras: ¿la reacción nacionalista española frente al independentismo catalán había ensanchado significativamente el espacio de la derecha española?

La respuesta, como decían en la aclamada serie británica "¡Sí, Ministro!", no es clara: Sí y no. Sí, porque es indudable que la crisis independentista ha exacerbado también las tensiones nacionalistas en el conjunto de España, y porque dicha crisis ha tenido un papel muy importante en la derechización definitiva de Ciudadanos, por una parte, y en la aparición de Vox, por otra. No, porque a fin de cuentas la derecha obtuvo el 28 de abril uno de sus peores resultados de los últimos treinta años, así que el electorado no se ha ensanchado de forma significativa.

Cuando llegó Pablo Casado al poder en el PP, y cuando, meses después, los resultados en Andalucía le permitieron dejar en segundo plano el mal resultado de su partido (dado que, a fin de cuentas, las tres derechas sumaban para gobernar), tuvimos ocasión de experimentar en la política española un retorno insólito: el retorno de Aznar.

El expresidente José María Aznar ganó unas elecciones en 1996 con muchas dificultades, merced al incremento de la participación del electorado, temeroso de la llegada al poder de una derecha "sin complejos". En 2000, con una participación más baja, tras una legislatura en la que el PP mostró moderación y mantuvo un pacto estable con nacionalistas vascos y catalanes, Aznar obtuvo un resultado histórico: por primera vez, la derecha lograba una mayoría absoluta.

Finalmente, en 2004, bajo el impacto de los atentados del 11M, pero también como respuesta a una legislatura crispada y con pulsiones autoritarias (cuyo principal exponente fue el afán de Aznar por involucrar a España en el fiasco de la invasión de Irak de 2003), una nueva movilización del electorado de izquierdas en respuesta a la amenaza de la derecha (esta vez no eventual, sino ya experimentada) le dio la victoria por sorpresa al PSOE. Tras cuatro años de durísima oposición del PP, los resultados de 2008 mimetizaron la movilización electoral, que dio una victoria histórica (el mayor número de votos cosechado nunca por ningún partido) al PSOE.

En principio, la lección era sencilla de aprender: cuando la derecha se vuelve más radical y extremista, provoca un aumento de la participación... en su contra. La mayor amenaza de la derecha española para mantener el poder es la propia derecha. Sin embargo, Aznar defendió siempre, y hasta hoy, la lección contraria: la derecha no tenía que perder su esencia, sus valores, ni andarse con componendas. Como, en teoría, comenzó a hacer Rajoy cuando, a partir de 2008, se desembarazó de la herencia de Aznar y creó un PP más moderado, menos agresivo; más rajoyista. Con ese PP, Rajoy venció en tres elecciones consecutivas, la primera de ellas con una mayoría absoluta mayor que la de Aznar, y conservó la mayoría del poder territorial en España (si bien es cierto que perdió los principales ayuntamientos y algunas Comunidades autónomas en 2015). Las consecuencias electorales de la corrupción fueron serias, pero no letales.

Foto: KIKE TABERNER

En cambio, las elecciones generales de abril, y sobre todo las inminentes elecciones municipales, autonómicas y europeas de mayo, pueden suponer para el PP una debacle similar a la vivida por la UCD en sus estertores. El PP fue en las generales el partido más votado y con más escaños de los tres que conforman el bloque de derechas; pero también el más damnificado, por una razón muy sencilla: la gran mayoría de los votantes de Ciudadanos y Vox provienen del PP, que ocupaba ese mismo espacio en solitario hace no tanto tiempo.

Aznar fue uno de los principales portavoces de la derecha en España que, durante años, defendieron la necesidad de que España tuviera una derecha con "convicciones". Cuando llegaron los resultados andaluces, llegó el gran momento de Aznar, con gran predicamento en los tres partidos de la derecha: en el PP de Pablo Casado, por supuesto. Pero también en Ciudadanos y en Vox. Aznar prefería tres derechas con "valores" que una descafeinada. Y esto resulta harto peculiar. Porque, si alguna lección extrajo Aznar de la crisis de UCD, lección que procuró aplicar en el PP tan pronto como accedió al poder en el partido, en 1990, fue el valor de la unidad. La derecha, si estaba unida, obtendría grandes resultados. Y no sólo por la prima de la ley electoral y el sistema de reparto de escaños, sino porque los ciudadanos castigan la división y las luchas intestinas, y valoran la cohesión.

A pesar de ello, o justamente por ello (por el afán de debilitar a su "ingrato heredero" Rajoy), Aznar acogió con entusiasmo los resultados de Andalucía, que vio como anticipo de lo que sucedería en el resto de España. ¿Qué importancia podría tener que el PP perdiese votos, si el cómputo global de los votos dirigidos a los tres partidos de derecha (los tres con sólida raigambre aznarista en muchos de sus preceptos) iba a ser mayor que nunca?

Pablo Casado hizo la misma lectura, y se lanzó a la plaza de Colón para liderar un tridente ganador. Él y Rivera rivalizaron en renunciar al centro político y acercarse a Vox. El resultado de las elecciones es el conocido. Un resultado razonable para Ciudadanos, flojo para Vox y pésimo para el PP. Globalmente, muy malo para la derecha española. El peor desde 2004.

Foto: DANIEL DUART

La cita electoral del 26 de mayo es particularmente interesante en el campo de la derecha. Y muy peligroso para el PP. La renuncia al centro (a pesar de su redescubrimiento de última hora por parte de Casado) puede ser muy poco relevante en las elecciones municipales (sobre todo, en los municipios pequeños), pero gana peso en las grandes ciudades y en las elecciones autonómicas. Lo mismo cabe decir de las europeas, donde, además, dada la escasa relevancia que tienen para la mayoría del electorado (la mitad que no vota y la que sí lo hace), constituyen los comicios ideales para ejercer un voto de castigo. Bien sea absteniéndose, bien sea votando a un partido distinto del habitual.

Además del poder en muchos ayuntamientos y comunidades autónomas, el PP se juega la supremacía en la derecha. Se la juega, sobre todo, en tres escenarios: las Elecciones Europeas, la Comunidad de Madrid y el ayuntamiento de Madrid. Las elecciones europeas son la cita más homologable a las elecciones generales, que muestran el parecer del electorado más politizado. Es decir, el que vota incluso en unas europeas. Para ese electorado que se molesta en votar, los resultados marcan tendencia. Piensen en los orígenes de Podemos. Cinco escaños, un 8%, en las elecciones europeas de 2014.

La Comunidad y el ayuntamiento de Madrid constituyen el núcleo del poder en España. Mandar en la capital y en la comunidad que alberga la capital otorga una enorme visibilidad mediática y social, puesto que se manda donde también se ubica el poder político, pero también la mayoría del poder simbólico y económico del país. Es, además, y una vez ha quedado claro que la fórmula de Andalucía se derivó de una situación excepcional (muy baja participación, enorme hastío con el Gobierno-régimen del PSOE y con Susana Díaz), la principal comunidad autónoma en la que gobierna la derecha. La más poblada, más poderosa, y más dinámica.

Si el PP pierde su supremacía en alguno de estos tres comicios, tendrá serios problemas para retener a lo que quede de su electorado. Teniendo en cuenta el afán de Rivera por hacer fichajes de su adversario (muy adecuado para su futbolístico-forofo slogan de campaña, "¡Vamos!"), la derrota puede verse sucedida por un goteo incesante de deserciones que sustancien en el electorado la imagen de debilidad del PP y la idea de que el partido está agonizando, preludio de su desaparición. Si a ello unimos que Pablo Casado lo tendrá muy difícil para mantenerse al frente del partido si no logra salvar los muebles tras el 26 de mayo, la espiral de deterioro puede acelerarse rápidamente.

El PP tiene a su favor el peso de la tradición entre muchos votantes (sobre todo, en la tercera edad, donde se encuentra ahora mismo la mayor parte de su electorado), su estructura territorial y la constatación de que Vox, sobre todo, ha servido para garantizar la mayoría -en escaños- de la izquierda, con lo que es posible que muchos votantes de Vox vuelvan al redil en estas elecciones. Pero también nos podemos encontrar defecciones por abstencionismo (lo nunca visto: unas elecciones que la derecha podría perder por no ir a las urnas) y la consolidación del trasvase de votos a Ciudadanos, una vez Rivera ha demostrado ante sus ojos que, por una vez, "No es No", aunque sea Rivera quien lo diga, y que su negativa a pactar con Sánchez es firme. El PP, así, perdería su posición central en la política española, lograda por José María Aznar desde los años noventa, por culpa de... José María Aznar y demás eximios representantes del aznarismo.  

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