VALÈNCIA. Ay, la nostalgia. Qué tontos nos vuelve. Miramos hacia atrás y, sin querer, embellecemos el pasado, engrandecemos algunas cosas y olvidamos lo feo de otras. Y así todo nos parece bonito. Por ejemplo, las series que solo eran simpáticas nos parecen buenas y las que eran malas se convierten en entrañables. Y las grandes productoras lo saben y apelan a ello, trayéndonos sin cesar remakes de series del pasado: V, Dallas, SWAT, Will and Grace, Roseanne, Los ángeles de Charlie, Sensación de vivir o Hawaii 5.0, a las que pronto se sumarán El gran héroe americano y Murphy Brown, por poner solo dos ejemplos.
Grosso modo, podemos distinguir dos tendencias en las series actuales. La primera es la de la innovación, el riesgo, la búsqueda de historias inéditas o puntos de vista nuevos, el llevar más allá tanto la narración como la estética, y pongan aquí todos los ejemplos que se les ocurra, que hay, afortunadamente, muchos. La otra tendencia es la que bucea en el pasado para reeditar éxitos, aprovechando que hoy en día las series gozan de un prestigio que antes no tenían y que se han convertido en tema central de las conversaciones. Y así surgen remakes, más o menos afortunados, de algunas series buenas, pero sobre todo, de las malas, principalmente de las que el público vio en su adolescencia de forma acrítica y entregada.
Estas operaciones de revival resultan bastante rentables a las compañías, sobre todo si son las propietarias de la serie original: ahí se ahorran un montón de dinero en derechos y, además, el esfuerzo promocional puede ser menor, dado que son títulos que ya están en la memoria de la gente y la nostalgia juega a su favor. Todo ello le viene de perlas especialmente a las cadenas en abierto (la mayoría de las que hemos citado pertenecen a ellas), que con la diversificación de canales de pago y vías para acceder a las series, están perdiendo audiencia de forma muy significativa.
Ahora es el turno de las brujas. En estos momentos de inflación de superhéroes, magos, vampiros y seres fantásticos de todo pelaje y condición, se les echaba en falta. Y algunos han mirado atrás y han encontrado unas cuantas perfectamente reciclables para el momento actual. Coinciden en estos momentos dos remakes de series que tienen como protagonistas a jóvenes brujas: Charmed (Embrujadas), remake de la serie emitida entre 1998 y 2006 (esta es la mala devenida en entrañable por el recuerdo), y Chilling Adventures of Sabrina (titulada en España Las escalofriantes aventuras de Sabrina), que ofrece una nueva versión de Sabrina, the teenage witch (Sabrina, cosas de brujas en nuestro país), que, como las Embrujadas, también comenzó en 1996 y acabó en 2003 (y esta la simpática que ahora parece buena).
La primera es de la cadena CW, que cuenta en su haber con un buen paquete de series de índole fantástica y aventurera, claramente dirigidas a un público juvenil. Charmed, tanto la original como su remedo, encajan perfectamente en ese target. La segunda es de Netflix, y este cambio de cadena abierta (la primera serie era de CBS) a una de pago se nota mucho. La serie se ha modificado de forma sustancial hasta ofrecer algo muy diferente de la original, por más que siga siendo una serie juvenil.
Charmed cuenta la historia de tres hermanas que descubren un día que son miembros de una estirpe muy poderosa de brujas hasta el punto de que en su mano va a estar librar al mundo del Apocalipsis, gracias a lo que denominan “el poder de tres”. La nueva serie cuenta prácticamente lo mismo que la anterior y de un modo muy parecido (narrativa y estéticamente) aunque los tiempos actuales marcan diferencias. Y así, las blancas hermanas Halliwell del original se convierten en las latinas hermanas Vera, con el añadido de que una de ellas es, además, afroamericana. La diversidad no es solo racial, también lo es sexual, puesto que una de las protagonistas es lesbiana.
Por su parte, Sabrina es una muchacha, mitad bruja, mitad humana, que el día de su 16 cumpleaños debe vender su alma y su vida al diablo para formar parte de su mundo. Las escalofriantes aventuras de Sabrina ya no es una sitcom doméstica con gato que habla, sino una serie oscura y sangrienta, con capítulos de casi una hora de duración, y sin el componente de comedia. Aquí cambia todo: el tono, la estética y, aunque se mantengan los componentes esenciales (las tías con las que vive, el gato, que no habla), también la narración. La Sabrina que en la original se enfrentaba a cómo controlar sus poderes y compaginarlos con la vida cotidiana de una adolescente, en la nueva versión se enfrenta nada menos que a Satán en su empeño en no entregar su alma ni su vida al señor de las tinieblas. Su tono está más cerca de películas como Maléfica o Blancanieves y el cazador, revisiones también en clave actual y de empoderamiento femenino de los cuentos de hadas.
En lo que coinciden ambas series es en que la confrontación de las brujas, sean las hermanas Vera o Sabrina es, principalmente, contra un mundo de hombres, contra el patriarcado. Aquí es dónde los tiempos actuales se notan y resulta que las brujas han venido a incidir en la lucha por los derechos de las mujeres.
No es nuevo. Esa es, en realidad, la historia de las brujas. A lo largo de los siglos, han sido tachadas de brujas las mujeres que no se sometían al poder, que vivían al margen de algunas normas sociales, que no aceptaban los estrechos roles que se marcaba a las mujeres y que reclamaban una libertad que era negada constantemente. En 1922, el director danés Benjamin Christensen realizó La brujería a través de los tiempos una extraordinaria y originalísima película que mostraba la historia de las brujas y su discriminación social desde su origen en el principio de los tiempos hasta el momento de realización de la película, con un insólito y feminista giro final que vinculaba la discriminación histórica de las brujas a la consideración en esos años de la figura de la histérica y la reclusión de las mujeres en instituciones mentales.
En nuestros tiempos, los del #MeToo, no es raro que resurjan estas criaturas para ayudar en la lucha. Cada una en su lugar, una mucho más elaborada y atractiva, Sabrina, y otra petarda, facilona y convencional, Embrujadas, recogen aspectos de la larga historia de las brujas. Tanto en una como en otra serie las mujeres son atacadas. El primer demonio al que se enfrentan las Vera ha tomado la forma de un profesor acosador de alumnas. De hecho, la batalla con el demonio tiene lugar en una manifestación contra el acoso, entre carteles de “No es no”. Una de las hermanas, la lesbiana, es militante feminista y experta en estudios de género. Esto permite introducir muchos conceptos vinculados al feminismo y a las batallas reales que se están llevando a cabo en la actualidad. La sororidad, que cierto es que existía en la original, pero muy centrada en las protagonistas, ahora es un concepto central que afecta no solo a ellas, sino a todas las mujeres, incluida una de esas estomagantes e incomprensibles hermandades estudiantiles estadounidenses llamadas Alpha, Beta o Kappa.
En Sabrina se explica el mundo sobrenatural como un mundo jerárquico, en el que no existe la libertad para quienes son brujas o brujos (que también hay). La batalla de Sabrina es, precisamente, para garantizar su libre albedrío, no quiere ser esclava del Diablo. Y el Diablo es una entidad masculina, lo mismo que sus sumos sacerdotes. Las brujas aparecen explícitamente sometidas a un poder masculino del que Sabrina reniega en voz alta mientras el resto de brujas, como sus tías, lo hacen en lo privado. El desafío que plantea la joven Sabrina y que revoluciona el mundo brujeril es, claramente, contra un poder patriarcal. Hay, además, un componente religioso inédito en la primera Sabrina y en general en cualquiera de las interpretaciones actuales de la brujería en el cine o en las series.
Pero aún hay más, porque Sabrina, en el mundo humano, va a promover con sus amigas del colegio un club de mujeres en defensa de las mujeres. El instituto aparece representado como un espacio machista y segregador, igual que sus representantes, como el director. Esa va a ser su misión principal tanto en el mundo humano como en el sobrenatural: luchar por la emancipación femenina.
Que ahora aparezcan brujas en los relatos audiovisuales (el 9 de noviembre se estrena en Sky otra serie: El descubrimiento de las brujas) cuando la lucha contra el patriarcado está en plena efervescencia y el feminismo avanza, no sin una resistencia importante e implacable, no es de extrañar. Son figuras de empoderamiento femenino. Puede que series como estas respondan solo al hecho de que el #MeToo y el feminismo venden, se han convertido en productos de consumo que tienen su público. Pero posiblemente hay que aplicar aquello de “tota pedra fa paret” (toda piedra hace pared) y aceptar la compañía de estas brujas contemporáneas, por comerciales que sean.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame